Una
Historia de Fantasmas
(A Ghost Story-1875)
Mark Twain
Fui
a una gran habitación, lejos de Broadway, de un gran
y viejo edificio cuyos departamentos superiores habían
estado vacíos por años, hasta que yo llegué.
El lugar había sido ganado hacía tiempo por
el polvo y las telarañas, por la soledad y el silencio.
La primer noche que subí a mis cuartos, me pareció
estar a tientas entre las tumbas e invadiendo la privacidad
de los muertos. Por primera vez en mi vida, me dio un pavor
supersticioso; y como si una invisible tela de araña
hubiera rozado mi rostro con su textura, me estremecí
como alguien que se encuentra con un fantasma.
Una
vez que llegué a mi cuarto me sentí feliz, y
expulsé la oscuridad. Un alegre fuego ardía
en la chimenea, y me senté frente al mismo con reconfortante
sensación de alivio. Estuve así durante dos
horas, pensando en los buenos viejos tiempos; recordando escenas,
e invocando rostros medio olvidados a través de las
nieblas del pasado; escuchando, en mi fantasía, voces
que tiempo ha fueron silenciadas para siempre, y canciones
una vez familiares que hoy en día ya nadie canta. Y
cuando mi ensueño se atenuó hasta un mustio
patetismo, el alarido del viento fuera se convirtió
en un gemido, el furioso latido de la lluvia contra las ventanas
se acalló y uno a uno los ruidos en la calle se comenzaron
a silenciar, hasta que los apresurados pasos del último
paseante rezagado murieron en la distancia y ya ningún
sonido se hizo audible.
El
fuego se estaba extinguiendo. Una sensación de soledad
se cebó en mí. Me levanté y me desvestí,
moviéndome en puntillas por la habitación, haciendo
todo a hurtadillas, como si estuviera rodeado por enemigos
dormidos cuyos descansos fuera fatal suspender. Me acosté
y me tendí a escuchar la lluvia y el viento y los distantes
sonidos de las persianas, hasta que me adormecí.
Me
dormí profundamente, pero no se por cuanto tiempo.
De repente, me desperté, estremecido. Todo estaba en
calma. Todo, a excepción de mi corazón – podía
escuchar mi propio latido. En ese momento las frazadas y colchas
comenzaron a deslizarse lentamente hacia los pies de la cama,
¡cómo si alguien estuviera jalándolas!
No podía moverme, no podía hablar. Los cobertores
se habían deslizado hasta que mi pecho quedó
al descubierto.
Entonces, con un gran esfuerzo los aferré y los subí
nuevamente hasta mi cabeza. Esperé, escuché,
esperé. Una vez más comenzó el firme
jalón. Al final arrebaté los cobertores nuevamente
a su lugar, y los así con fuerza. Esperé. Luego
sentí nuevos tirones, y la cosa renovó sus fuerzas.
El tirón se afianzó con firme tensión
– a cada momento se hacía más fuerte. Mi fuerza
cesó, y por tercera vez las frazadas se alejaron. Gemí.
¡Y un gemido de respuesta vino desde los pies de la
cama! Gruesas gotas de sudor comenzaron a poblar mis sienes.
Estaba más muerto que vivo. Escuché unos fuertes
pasos en el cuarto – como si fuera el paso de un elefante,
eso me pareció – y no era nada humano. Pero era como
si se alejara de mí. Lo escuché aproximándose
a la puerta, traspasándola sin mover cerrojo o cerradura,
y deambular por los tétricos pasillos, tensando el
piso de madera y haciendo crujir las vigas a su paso. Luego
de eso, el silencio reinó una vez más.
Cuando
mi excitación se calmó, me dije a mí
mismo, «esto ha sido un sueño, simplemente un
horrendo sueño.» Y me quedé pensando eso
hasta que me convencí que había sido solo una
pesadilla, y entonces, me relajé lo suficiente como
para reír un poco y estuve feliz de nuevo. Me levanté
y encendí una luz; y cuando revisé la puerta,
vi que la cerradura y el cerrojo estaba como lo había
dejado. Otra serena sonrisa fluyó desde mi corazón
y se ondeó en mis labios. Tomé mi pipa y la
encendí, y cuando estaba ya sentado frente al fuego,
¡la pipa se me cayó de entre mis dedos, la sangre
se fue de mis mejillas, y mi plácida respiración
se detuvo y quedé sin aliento! Entre las cenizas del
hogar, a un costado de mi propios huellas, había otra,
tan vasta en comparación, que las mías parecían
de un infante. Entonces, había habido un visitante,
y las pisadas del elefante quedaban demostradas.
Apagué
la luz y regresé a la cama, paralítico de miedo.
Me recosté un largo rato, mirando fijamente en la oscuridad,
y escuchando. Percibí un rechinido más arriba,
como si alguien estuviera arrastrando un cuerpo pesado por
el piso; entonces escuché que lanzaban el cuerpo, y
el chasquido de mis ventanas fue la respuesta del golpe. En
otras partes del edificio escuché portazos. A intervalos,
también oi sigilosos pasos, por aquí y por allá,
a través de los corredores, y subiendo y bajando las
escaleras. Algunas veces esos ruidos se acercaban a mi puerta,
dubitaban y luego retrocedían. Escuché desde
pasillos lejanos, el débil sonido de cadenas, los que
se iban acercando paulatinamente, a la par que ascendían
las escaleras, marcando cada movimiento con un matraqueo metálico.
Escuché palabras murmurantes; gritos a medias que parecían
ser violentamente sofocados; y el crujido de prendas invisibles.
En ese momento fui conciente que mi habitación estaba
siendo invadida, y de que no estaba solo. Escuché suspiros
y alientos alrededor de mi cama, y misteriosos murmullos.
Tres pequeñas esferas de suave fosforescencia aparecieron
en el techo, directamente sobre mi cabeza, brillando durante
un instante, para luego dejarse caer – dos de ellas sobre
mi cara, y una sobre la almohada. Me salpicaron con algo líquido
y cálido. La intuición me dijo que podría
ser sangre – no necesitaba luz para darme cuenta de ello.
Entonces vi rostros pálidos, levemente luminosos, y
manos blancas, flotando en el aire, como sin cuerpos – flotando
en un momento, para luego desaparecer. El murmullo cesó,
lo mismo que las voces y los sonidos, y una solemne calma
siguió. Esperé y escuché. Sentí
que tendí auq encender una luz o moriría. Estaba
debilitado por el temor. Lentamente me alcé hasta sentarme,
¡y mi rostro entró en contacto con una mano viscosa!
Todas mis fuerzas me abandonaron de repente, y me caí
como si fuera un inválido. Entonces escuché
el susurro de una tela – pareció como si hubiera pasado
la puerta y salido.
Cuando
todo se calmó una vez más, salí de la
cama, enfermo y enclenque, y encendí la luz de gas,
con una mano tan trémula como si fuera de una persona
de cien años. La luz me dio algo de alegría
a mi espíritu. Me senté y quedé contemplando
las grandes huellas en las cenizas. Las miré mientras
la llama del gas se ponía mustia. En ese mismo momento
volví a escuchar el paso elefantino. Noté su
aproximación, cada vez más cerca, por el vestíbulo,
mientras la luz se iba extinguiendo poco a poco. Los ruidos
llegaron hasta mi puerta e hicieron una pausa – la luz ya
había menguado hasta convertirse en una mórbida
llama azul, y todas las cosas a mi alrededor tenían
un aspecto espectral. La puerta no se abrió, y sin
embargo, sentí en el rostro una leve bocanada de aire.
En ese momento fui conciente que una presencia enorme y gris
estaba frente a mí. Miré con ojos fascinados.
Había una luminosidad pálida sobre la Cosa;
gradualmente sus pliegues oscuros comenzaron a tomar forma
– apareció una mano, luego unas piernas, un cuerpo,
y al final una gran cara de tristeza surgió del vapor.
¡Limpio de su cobertura, desnudo, muscular y bello,
el majestuoso Gigante de Cardiff apareció ante mí!
Todo
mi misterio dejó de existir – ya que de niño
sabía que ningún daño podría esperar
de tal benigno semblante. Mi alegría regresó
una vez más a mi espíritu, y en simpatía
con esta, la llama de gas resplandeció nuevamente.
Nunca un solitario exiliado fue tan feliz en recibir compañía
como yo al saludar al amigable gigante. Dije:
«¿Nada
más que tú? ¿Sabes que me he pegado un
susto de muerte durante las últimas dos o tres horas?
Estoy más que feliz de verte. Desearía tener
una silla, aquí, aquí. ¡No trates de sentarte
en esa cosa!»
Pero
ya era tarde. Se había sentado antes que pudiera detenerlo;
nunca vi una silla estremecerse así en toda mi vida.
«Detente,
detente, o arruinarás todo.»
De
nuevo muy tarde. Hubo otro destrozo, y otra silla fue reducida
a sus elementos originales.
«¡Al
infierno! ¿Es que no tienes juicio? ¿Deseas
arruinar todo el mobiliario de este lugar? Aquí, aquí,
tonto petrificado.»
Pero
fue inútil, antes que pudiera detenerlo, ya se había
sentado en la cama, y esta era ya una melancólica ruina.
«¿Qué
clase de conducta es esta? Primero vienes pesadamente aquí
trayendo una legión de fantasmas vagabundos para intranquilizarme,
y luego tengo que pasar por alto tal falta de delicadeza que
no sería tolerada por ninguna persona de cultura elevada
excepto en un teatro respetable, y no contento con la desnudez
de tu sexo, tu me compensas destrozando todo el mobiliario
mientras buscas lugar donde sentarte. Tu te dañas a
tí mismo tanto como a mí. Te has lastimado el
final de tu columna vertebral, y has dejado el piso sembrado
de astillas de tus destrozos. Deberías estar avergonzado,
ya eres bastante grande como para saber las cosas.»
«Está
bien, no romperé más muebles. Pero ¿qué
puedo hacer? No he tenido chance de sentarme desde hace cien
años.» Y las lágrimas comenzaron a brotar
de sus ojos.
«Pobre
diablo,» dije, «no debería haber sido tan
rudo contigo. Eres un huérfano, sin duda. Pero siéntate
en el piso, aquí, ninguna otra cosa aguantará
tu peso,
besides,
we cannot be sociable with you away up there above me; I want
you down where I can perch on this high counting-house stool
and gossip with you face to face.»
Así
que se sentó en el piso, y encendí una pipa
que me dio, le di una de mis mantas y se la puse sobre sus
hombros, le puse mi bañera invertida en su cabeza,
a modo de casco, y lo puse sentir confortable. Entonces, él
cruzó sus piernas, mientras yo avivé el fuego
y acerque las prodigiosas formas de sus pies al calor.
«¿Qué
pasa con las plantas de tus pies y la parte anterior de tus
piernas, que parecen cinceladas?»
«¡Sabañones
infernales! Los agarré estando en la granja Newell.
Amo ese lugar, como si fuera mi viejo hogar. No hay para mí
como la tranquilidad que siento cuando estoy ahí.»
Hablamos
durante media hora, y luego noté que se veía
cansado, y se lo dije. «¿Cansado?» dijo.
«Bueno, debería estarlo. Y ahora te diré
todo, ya que me has tratado tan bien. Soy el espíritu
del Hombre Petrificado que yace sobre la calle que va al museo.
Soy el fantasma del Gigante de Cardiff. No puedo tener descanso,
no puedo tener paz, hasta que alguien de a mi pobre cuerpo
una sepultura. ¿Qué es lo más natural
que puedo hacer para hacer que los hombres satisfagan ese
deseo? ¡Aterrorizarlos, encantar el lugar donde descansan!
Así que embrujé el museo noche tras noche. Hasta
tuve la ayuda de otros espectros. Pero no hice bien, porque
nadie se atrevía luego a ir al museo a medianoche.
Entonces se me ocurrió acechar un poco este lugar.
Sentí que si escuchaba gritos, tendría éxito,
así que recluté a las más eficientes
almas que la perdición pudiera proveer. Noche tras
noche estuvimos estremeciendo estas enmohecidas recámaras,
arrastrando cadenas, gruñendo, murmurando, deambulando,
subiendo y bajando escaleras, hasta que, para decir la verdad,
me cansé de hacerlo. Pero cuando vi una luz en su cuarto
esta noche, recuperé mis energías nuevamente
y salí con la frescura original. Pero estoy cansado,
enteramente agotado. ¡Dadme, os imploro, dadme alguna
esperanza!»
Encendido
por un estallido de excitación, exclamé:
«¡Esto
sobrepasa todo, todo lo que ocurrido! ¿Por qué
tu, pobre fósil antiguo, te tomás tantas preocupaciones
por nada? ¡Has estado acechando una efigie de yeso de
tí mismo, ya que el verdadero Gigante de Cardiff está
en Albany!
[Un
hecho: El fraude original fue ingeniosa y fraudulentamente
duplicado, y exhibido en Nueva York como el «único
y genuino» Gigante de Cardiff (para el indescriptible
disgusto de los propietarios del verdadero coloso) al mismo
tiempo en que este último atraía multitudes
al museo en Albany.]
«¡Demonios!
¿No sabes en donde están tus propios restos?»
Nunca
vi tan elocuente mirada de vergüenza, de lastimera humillación.
El
Hombre Petrificado se levantó lentamente, y dijo:
«Honestamente,
¿es eso cierto?»
«Tan
cierto como que estoy aquí sentado.»
Sacó
la pipa de su boca y la dejó en el mantel, luego se
irguió dubitativamente (de manera inconsciente, por
algún viejo hábito, llevó sus manos hasta
donde los bolsillos de sus pantalones deberían haber
estado, y de forma meditativa dejó caer su barbilla
en su pecho), finalmente dijo:
«Bien,
nunca antes me sentí tan absurdo. ¡El Hombre
Petrificado ha sido vendido a alguien más, y ahora
el peor fraude ha terminado vendiendo su propio fantasma!
Hijo mío, si tienes alguna caridad en tu corazón
de un pobre fantasma sin amigos como yo, no dejes que esto
se sepa. Piensa como te sentirías si te hubieras puesto
tu mismo en ridículo también.»
Escuché
esto, y el bribón se fue retirando lentamente, paso
a paso bajó las escaleras y salió a la calle
desierta; me sentí triste que se hubiera ido, pobre
tipo, y también porque se llevó mi manta y mi
bañera.