¿SERÁ
POSIBLE LA PAZ EN EL MUNDO?
ALGO MÁS QUE PALABRAS
Víctor
Corcoba Herrero
Se
dice, que sólo estando en paz consigo mismo y con los
demás, se puede vivir gozoso. Es la fuerza de la vida.
Sin embargo, el mundo y nuestro entorno más cercano,
nuestros pueblos y ciudades, nadan sorprendentemente en el
desorden y en el desconcierto, en las tropelías y en
la violencia callejera, en los baños de alcohol y drogas,
en la fumarola del consumo. Y todo ello, genera un mar de
inmensos sufrimientos humanos y un oleaje de injusticias,
que nos atormentan.
Haya
paz en las alturas y en las bajuras –decía mi
abuela-. Habrá que dar, pues, las condiciones esenciales,
para que la rosa de la calma nos bañe de encantos pacifistas.
Tal ambiente es posible cuando existe la autenticidad en la
mirada, cuando la justicia y el amor van de la mano, y cuando
la libertad llena los caminos de poesía.
Empecemos
por la autenticidad, fundamento del verso y como tal de la
paz, ante tanto diluvio de mentiras que nos ahogan y de mercaderías
sin denominación de verdad. Estamos en el derecho de
pedir derechos para sí, pero también en el deber
del deber de ayudar a los demás. ¿Cómo
se explica tantas bolsas de pobreza en un mundo de ricos?.
A
pesar de tanta justicia: pido justicia para edificar la paz
en doquier esquina. ¿Todas las personas y todos cuentan
con la misma tutela judicial? ¿Sólo los pobres
son injustos?. ¿Cómo se explica que en las cárceles
la inmensa mayoría sean pobres o enfermos generados
por esas bolsas de pobreza? En el mismo paralelo, también
el amor será fermento de paz, cuando la gente sienta
las necesidades de los otros como propias y comparta con ellos
lo que posee, empezando por los valores del espíritu.
El egoísmo actual nos puede.
Finalmente,
la libertad, alimentará la paz y la hará fructificar
cuando, en la elección de los medios para alcanzarla,
los individuos se guíen por la razón y asuman
con valentía la responsabilidad de las propias acciones.
¿Qué responsabilidad se le pide a esos que ejercen
algún tipo de poder, ya sea legislativo, ejecutivo
o judicial, que en vez de servir, se sirven de la libertad
que propugna la Carta Magna, y meten la mano en el dinero
de todos los contribuyentes para su uso particular?.
Desde
luego, la senda hacia la paz sólo tiene un sentido,
la defensa y promoción de los derechos humanos fundamentales
de todos y para todos. Sin embargo, no hay que ser ciego,
para ver que cada día la vida humana vale menos en
todo el mundo. Y esto es gravísimo, cuando se pierde
u olvida la ley moral universal, el sentido común,
los principios. Por ello, se necesitan personas con ejemplaridad
para ejercer la autoridad pública, de la que tanto
carecemos. Esa es la cuestión. Para desgracia y lamento
de todos, la frecuente indecisión de los que ejercen
el poder, sobre el deber de respetar y aplicar los derechos
humanos, acarrea decepciones por esa falta de garantías.
Cuando
se dice que tenemos la mejor Constitución, cómo
se entiende, que proliferen tantas desigualdades. La pregunta
que se impone es la siguiente: ¿qué tipo de
igualdad puede reemplazar esta desigualdad o qué tipo
de orden jurídico puede frenar tanto desorden, para
dar a todos los ciudadanos la posibilidad de vivir en una
auténtica libertad, en una verdadera justicia y con
garantías de seguridad?. Estas preguntas, que no son
meras retóricas literarias, tienen solución,
están en los principios morales. Con otras palabras,
la cuestión de la paz, no puede separarse de la cuestión
de la dignidad y de los derechos humanos. ¿Cabría,
pues, dinamizar una constitución que fomentase una
nueva organización de toda la familia humana, en un
mundo globalizado como el actual, para asegurar la paz y la
armonía entre los pueblos por dispares que sea su identidad
cultural?.
Ninguna
actividad humana ha de estar fuera del ámbito de los
valores éticos, o si quiere, de la estética/ética.
Debe haber una relación inseparable entre el compromiso
por la paz y el respeto de la verdad por el otro, cualquiera
que sea su forma de vida. La imparcialidad de los sistemas
jurídicos y la transparencia de los procedimientos
democráticos, sin duda, deben dar a los ciudadanos
el sentido de seguridad, la disponibilidad para resolver las
controversias con medios pacíficos y la voluntad de
acuerdo leal y constructivo que constituyen las verdaderas
premisas de una paz duradera. Si se examinan los problemas
profundamente, se debe reconocer que la paz no es tanto cuestión
de estructuras, como de individuos humanos, que han de entenderse
desde el diálogo y el respeto muto, puesto que esta
vida tiene una dimensión comunitaria.