Los ojos
del alma:
Solo los ojos que perforan los contornos superficiales de
las cosas son capaces de ver.
Todo lo demás es un espejismo surrealista
preconcebido en la ceguera inconsciente de la mente.
La belleza verdadera subyace en el interior. A veces de una
manera tan obvia, que de tanto serlo, no puede ser creída.
Sin el complejo significado que le damos a cada hecho, la
naturaleza y hasta el universo mismo dejarían de tener
secretos. Seriamos libres para ver sin desesperar… abstraídos
de los temores más diversos concebidos por millones
de generaciones humanas inmoladas en la absurda levedad de
su ser.
La levedad y la intensidad, dos caminos antagónicos.
El uno conduce al común y a la muerte definitiva. El
otro, nos convierte en seres especiales con el don de trascender.
Todos tenemos una oportunidad, o varias. Pasamos por la vida
sembrando hitos. Cada hito es un punto de inflexión
que construye nuestro destino. Esos hitos no tienen que ver
con lo físico y en un todo tienen que ver con los sentimientos.
Queda claro, la sensibilidad se ejercita. Elegimos donde dirigir
nuestra vista y aún cuando miramos, también
podemos elegir no ver.
Pero además de posar la mirada en algo o aún
después de tomar conciencia y razón de un hecho,
decidimos en que lugar del alma lo guardaremos. Existe una
memoria del alma y como la memoria del cuerpo, su sensibilidad
se ejercita.
Despojarse del peso insoportable de la levedad y generar un
autoespacio que trascienda la trivialidad terrenal, es nada
más comenzar a ver con los ojos del alma y no hacerlo
ya jamás con la lupa de la sin razón.
Entonces…, cuando estemos seguros de estar viendo, demos
un paso más. No todo es lo que parece y no todo se
parece a algo que se encuentre ya guardado en nuestra mente.
Marcelo D. Ferrer
La Plata, Buenos Aires, Argentina.