LA
RANA Y EL RATÓN
-Si
supieras, ratón, las maravillas que encierra el fondo
de esta charca… Puedes venir a mi casa, allí te daré
una buena comida, y luego te llevaré a dar un paseo.
Si vienes conmigo podrás admirar las bellezas de las
grutas submarinas y las costumbres de sus habitantes.
El ratón escuchó atentamente las palabras de
la rana, y le gustó la proposición. No recelaba
nada el pobre tonto y ya se iba a lanzar al agua cuando encontró
un problema.
Le dijo a la rana:
-Yo no sé nada. Ni tampoco bucear. ¿Cómo
voy a entrar en las aguas? Me hundiré en seguida.
La rana, que no estaba dispuesta a perder su presa, reflexionó
unos segundos, y creyó haber dado con la solución
oportuna. Le dijo al ratón que podía atarse
una pata al junco, y ella le arrastraría con la boca.
De esta manera podía viajar
y no se hundiría.
El ratón asintió encantado, y así lo
hicieron. Pero apenas penetraron en el agua, la rana comenzó
a tirar con fuerza hacia abajo, tratando de que le ratón
se hundiera en las aguas
para apoderarse de él.
Demasiado tarde el animalito se dio cuenta de la trampa y
suplicaba que la rana le dejase en libertad; pero ésta
se burlaba de sus lamentos y tiraba cada vez más fuerte
hacia las profundidades de la charca.
A pesar de que el ratón resistía con todas sus
fuerzas, estaba apunto de ahogarse, y, perdidas las esperanzas,
gritaba sin cesar
con su voz aguda.
Un milano acertó a pasar por aquel lugar en este preciso
momento, y al ver al ratón forcejeando sobre las aguas,
sintió que se le abría el apetito, y bajó
con rapidez hasta la superficie de la charca.
Cogió al ratón entre sus garras y lo levantó
en el aire, y cuál no sería su sorpresa al darse
cuenta de que la rana, que tenía el junco agarrado,
seguía al ratón.
El milano se puso muy contento, pues para cenar iba a disfrutar
de carne y pescado.
La mejor trampa puede hacer caer en ella a su mismo inventor.