La
dama de picas significa
malevolencia secreta.
Novísimo tratado de cartomancia
Y
en los días de lluvia
se solían reunir
a menudo.
Y-¡que Dios les perdone!-
apostaban a cien
la jugada.
Y a veces ganaban,
apuntaban con tiza las deudas.
De este modo ocupaban,
en los días de lluvia,
su tiempo.
Un día en casa del oficial de la Guardia Narúmov
jugaban a las cartas. La larga noche de invierno pasó
sin que nadie lo notara; se sentaron a cenar pasadas las cuatro
de la mañana. Los que habían ganado comían
con gran apetito; los demás permanecían sentados
ante sus platos vacíos con aire distraído. Pero
apareció el champán, la conversación
se animó y todos tomaron parte en ella.
-¿Qué has hecho, Surin?-preguntó el amo
de la casa.
-Perder, como de costumbre. He de admitir que no tengo suerte:
juego sin subir las apuestas, nunca me acaloro, no hay modo
de sacarme de quicio, ¡y de todos modos sigo perdiendo!
-¿Y alguna vez no te has dejado llevar por la tentación?
¿Ponerlo todo a una carta?… Me asombra tu firmeza…
-¡Pues ahí tenéis a Guermann!-dijo uno
de los presentes señalando a un joven oficial de ingenieros-.
¡Jamás en su vida ha tenido una carta en las
manos, nunca ha hecho ni un pároli, y, en cambio, se
queda con nosotros hasta las cinco a mirar como jugamos!
-Me atrae mucho el juego-dijo Guermann-, pero no estoy en
condiciones de sacrificar lo imprescindible con la esperanza
de salir sobrado.
-Guermann es alemán, cuenta su dinero, ¡eso es
todo! -observó Tomski-. Pero si hay alguien a quien
no entiendo es a mi abuela, la condesa Anna Fedótovna.
-¿Cómo?, ¿quién?-exclamaron los
contertulios.
-¡No me entra en la cabeza -prosiguió Tomski-,
cómo puede ser que mi abuela no juegue!
-¿Qué tiene de extraño que una vieja
ochentona no juegue? -dijo Narúmov.
-¿Pero no sabéis nada de ella?
-¡ No! ¡ De verdad, nada!
-¿No? Pues, escuchad:
«Debéis saber que mi abuela, hará unos
sesenta años, vivió en París e hizo allí
auténtico furor. La gente corría tras ella para
ver a la Vénus moscovite; Richelieu estaba prendado
de ella y la abuela asegura que casi se pega un tiro por la
crueldad con que ella lo trató.
«En aquel tiempo las damas jugaban al faraón.
Cierta vez, jugando en la corte, perdió bajo palabra
con el duque de Orleans no sé qué suma inmensa.
La abuela al llegar a casa, mientras se despegaba los lunares
de la cara y se desataba el miriñaque, le comunicó
al abuelo que había perdido en el juego y le mandó
que se hiciera cargo de la deuda.
«Por cuanto recuerdo, mi difunto abuelo era una especie
de mayordomo de la abuela. La temía como al fuego y,
sin embargo, al oír la horrorosa suma, perdió
los estribos: se trajo el libro de cuentas y, tras mostrarle
que en medio año se habían gastado medio millón
y que ni su aldea cercana a Moscú ni la de Sarátov
se encontraban en las afueras de París, se negó
en redondo a pagar. La abuela le dio un bofetón y se
acostó sola en señal de enojo.
«Al día siguiente mandó llamar a su marido
con la esperanza de que el castigo doméstico hubiera
surtido efecto, pero lo encontró incólume.
Por primera vez en su vida la abuela accedió a entrar
en razón y a dar explicaciones; pensaba avergonzarlo,
y se dignó a demostrarle que había deudas y
deudas, como había diferencia entre un príncipe
y un carretero. ¡Pero ni modo! ¡El abuelo se había
sublevado y seguía en sus trece! La abuela no sabía
qué hacer.
«Anna Fedótovna era amiga íntima de un
hombre muy
notable. Habréis oído hablar del conde Saint-Germain,
de quien tantos prodigios se cuentan. Como sabréis,
se hacía pasar por el Judío errante, por el
inventor del elixir de la vida, de la piedra filosofal y de
muchas cosas más. La gente se reía de él
tomándolo por un charlatán, y Casanova en sus
Memorias dice que era un espía.
En cualquier caso, a pesar de todo el misterio que lo envolvía,
SaintGermain tenía un aspecto muy distinguido y en
sociedad era una persona muy amable. La abuela, que lo sigue
venerando hasta hoy y se enfada cuando hablan de él
sin el debido respeto, sabía que Saint-Germain podía
disponer de grandes sumas de dinero, y decidió recurrir
a él. Le escribió una nota en la que le pedía
que viniera a verla de inmediato.
«EI estrafalario viejo se presentó al punto y
halló a la dama sumida en una horrible pena. La mujer
le describió el bárbaro proceder de su marido
en los tonos más negros, para acabar diciendo que depositaba
todas sus esperanzas en la amistad y en la amabilidad del
francés.
«Saint-Germain se quedó pensativo.
«-Yo puedo proporcionarle esta suma-le dijo-, pero como
sé que usted no se sentiría tranquila hasta
no resarcirme la deuda, no querría yo abrumarla con
nuevos quebraderos de cabeza. Existe otro medio: puede usted
recuperar su deuda.
«-Pero, mi querido conde-le dijo la abuela-, si le estoy
diciendo que no tenemos nada de dinero.
«-Ni falta que le hace-replicó Saint-Germain-:
tenga la bondad de escucharme.
«Y entonces le descubrió un secreto por el cual
cualquiera de nosotros daría lo que fuera…
Los jóvenes jugadores redoblaron su atención.
Tomski encendió una pipa, dio una bocanada y prosiguió
su relato:
-Aquel mismo día la abuela se presentó en Versalles,
au jeu de la Reine. El duque de Orleans llevaba la banca;
la abuela le dio una vaga excusa por no haberle satisfecho
la deuda, para justificarse se inventó una pequeña
historia y se sentó enfrente apostando contra él.
Eligió tres cartas, las colocó una tras otra:
ganó las tres manos y recuperó todo lo perdido.
-¡Por casualidad!-dijo uno de los contertulios.
-¡Esto es un cuento! -observó Guermann.
-¿No serían cartas marcadas? -añadió
un tercero.
-No lo creo-respondió Tomski con aire grave.
-¡Cómo!-dijo Narúmov-. ¿Tienes
una abuela que acierta tres cartas seguidas y hasta ahora
no te has hecho con su cabalística?
-¡Qué más quisiera!-replicó Tomski-.
La abuela tuvo cuatro hijos, entre ellos a mi padre: los cuatro
son unos jugadores empedernidos y a ninguno de los cuatro
les ha revelado su secreto; aunque no les hubiera ido mal,
como tampoco a mí, conocerlo.
«Pero oíd lo que me contó mi tío
el conde Iván Ilich, asegurándome por su honor
la veracidad de la historia. El difunto Chaplitski-el mismo
que murió en la miseria después de haber despilfarrado
sus millones-, cierta vez en su juventud y, si no recuerdo
mal, con Zórich, perdió cerca de trescientos
mil rublos. El hombre estaba desesperado. La abuela, que siempre
había sido muy severa con las travesuras de los jóvenes,
esta vez parece que se apiadó de Chaplitski. Le dio
tres cartas para que las apostara una tras otra y le hizo
jurar que ya no
jugaría nunca más. Chaplitski se presentó
ante su ganador; se pusieron a jugar. Chaplitski apostó
a su primera carta cincuenta mil y ganó; hizo un pároli
y lo dobló en la siguiente jugada, y así saldó
su deuda y aún salió ganado…
«Pero es hora de irse a dormir: ya son las seis menos
cuarto.
En efecto, ya amanecía: los jóvenes apuraron
sus copas y se marcharon.
ALEXANDER
PUSHKIN