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El primero de los tres esp?ritus
Dickens, Charles

El
primero de los tres Espíritus

charles dickens

Cuando Scrooge despertó, había tanta obscuridad
que, al mirar desde la cama. apenas podía distinguir
la transparente ventana de las opacas paredes del dormitorio.
Hallábase haciendo esfuerzos para atravesar la obscuridad
con sus ojos de hurón. cuando el. reloj de la iglesia
vecina dio cuatro campanadas que significaban otros tantos
cuartos. Entonces escuchó para saber la hora.

Con gran admiración suya, la pesada campana pasó
de seis campanadas a siete. y de siete a ocho y así
sucesivamente. hasta doce; y se detuvo. ¡Las doce! Eran
más de las dos cuando se acostó. El reloj andaba
mal. Algún pedazo de hielo debía haberse introducido
en la máquina. ¡Las doce!

Tocó el resorte de su reloj de repetición para
rectificar aquella hora equivocada. Su rápida pulsación
sonó doce veces, y se detuvo.

-¡Vaya
-dijo Scrooge-, no es posible que yo haya dormido un día
entero y aun parte de otra noche! A no ser que haya ocurrido
algo al sol y que a las doce de la noche sean las doce del
día.

Como la idea era alarmante. se arrojó del lecho y a
tientas dirigióse a la ventana. Tuvo necesidad de frotar
el vidrio con la manga de la bata para quitar la escarcha
y conseguir ver algo, aunque pudo ver muy poco. Todo lo que
pudo distinguir fue que aun había espesísima
niebla, que hacía un frío exagerado y que no
se percibía el ruido de la gente yendo y viniendo en
continua agitación, como si la noche, ahuyentando al
luciente día, se hubiera posesionado del mundo. Esto
fue para él gran alivio, porque si todo era noche,
¿qué valor tenían las palabras: «A
tres días vista esta primera de cambio, pagaréis
a Mr. Ebenezer Scrooge o a su orden», etc., puesto que
no había días que contar?

Scrooge se acostó de nuevo, y pensó, y pensó,
y pensó en ello repetidamente, y no pudo sacar nada
en limpio. Cuanto más pensaba, sentíase más
perplejo: y cuanto más se esforzaba para no pensar,
más pensaba.

El Espectro de Marley le molestaba de modo extraordinario.
Cuantas veces intentaba convencerse, después de reflexionar,
de que todo era un sueño, su imaginación volvía,
como un resorte que se deja de oprimir, a su primera posición.
y le presentaba el mismo problema que resolver: ¿era
un sueño o no?

Permaneció Scrooge en este estado hasta que la campana
dio tres cuartos; y entonces recordó, estremeciéndose,
que el Espectro le había anunciado una visita para
cuando la campana diese la una. Determinó estar despierto
hasta que pasara la hora: y considerando que le era más
difícil dormir que alcanzar el cielo, quizás
era ésta la más prudente determinación
que podía tomar.

Los quince minutos eran tan largos, que más de una
vez pensó que se había adormecido sin darse
cuenta y por ello no había oído el reloj. Por
fin resonó en su atento oído.

¡Tin,
tan!

-Y
cuarto -dijo Scrooge, contando. ¡Tin, tan!

-Y
media -dijo Scrooge. ¡Tin, tan!

-Menos
cuarto -dijo Scrooge. ¡Tin, tan! .

-¡La
hora señalada -dijo Scrooge, triunfalmente- y sin novedad!

Habló antes de que sonase la campana de las horas,
lo cual hizo dando una profunda, pesada, hueca,. melancólica.
La luz inundó el dormitorio al instante y se descorrieron
las cortinas del lecho.

Fueron descorridas las cortinas del lecho, os digo, por una
mano invisible. No las cortinas que tenía a los pies
ni las cortinas que tenía a la espalda, sino las que
tenía delante de la cara. Las cortinas del lecho se
descorrieron, y Scrooge, sobresaltándose, medio se
incorporó y hallóse frente a frente del sobrenatural
visitante al que daban paso: tan cerca de él como yo
lo estoy de vosotros, y yo me encuentro espiritualmente junto
a vuestro codo.

Era una figura extraña…, como un niño; aunque,
más que un niño, parecía un anciano,
visto a través de un medio sobrenatural, que le daba
la apariencia de haberse alejado de la vista y disminuido
hasta las proporciones de un niño. Su cabello, que
le colgaba alrededor del cuello y por la espalda, era blanco
como el de los ancianos: pero la cara no tenía ni una
arruga, y la piel era delicadísima. Los brazos eran
muy largos y musculosos, y lo mismo las manos, como si fueran
extraordinariamente fuertes. Las piernas y los pies. que eran
perfectos, los llevaba desnudos, como los miembros superiores.
Vestía una túnica del blanco más puro
y le ceñía la cintura una luciente faja de hermoso
brillo. Empuñaba una rama fresca de verde acebo y,
contrastando singularmente con este emblema del invierno,
llevaba el vestido salpicado de flores estivales. Pero lo
más extraño de él era que de lo alto
de su cabeza brotaba un surtidor de brillante luz clara, que
todo lo hacía visible; y para ciertos momentos en que
no fuese oportuno hacer uso de él, llevaba un gran
apagador en forma de gorro, que entonces tenía bajo
el brazo.

Y aun esto no le pareció a Scrooge, al mirarle con
creciente curiosidad, su cualidad más extraña,
sino que su cinturón brillaba lanzando destellos tan
pronto en una parte como en otra. y lo que un instante era
luz, se hacía de pronto obscuridad, y así la
figura misma fluctuaba en su claridad, siendo ora una cosa
con un brazo, ora con una pierna, ora con veinte piernas,
ora dos piernas sin cabeza, ora una cabeza sin cuerpo, y de
las partes que se desvanecían, ningún perfil
podía distinguirse en medio de la densa obscuridad
en que se fundían, y después de tal maravilla,
volvía a ser él mismo, con toda la claridad
anterior.

-¿Sois,
señor, el Espíritu cuya venida me han predicho?
-preguntó Scrooge.

-Lo
soy.

La
voz era suave y dulce, pero extraordinariamente baja, como
si en vez de estar tan cerca de él, se hallase a gran
distancia.

-¿Quién
sois, pues?

-Soy
el Espectro de la Navidad Pasada. -¿Pasada hace mucho?
-inquirió Scrooge, al observar su estatura de enano.

-No.
La que acabáis de pasar.

Quizás
Scrooge no habría podido decir por qué, si alguien
hubiera podido preguntarle, pero sintió un deseo especial
de ver al Espíritu con el gorro, y le suplicó que se cubriese.

-¡Cómo!
-exclamó el Espectro-. ¿Tan pronto queréis
apagar. con manos humanas, la luz que doy?. ¿No es
bastante que seáis uno de aquellos cuyas pasiones hacen
este gorro y que me obligan, a través de años
y años, sin interrupción, a llevarlo sobre mi
frente?

Scrooge
negó respetuosamente toda intención de ofender
y dijo que no tenía conocimiento de haber, a sabiendas,
contribuido a confeccionar el sombrero del Espíritu
en ninguna época de su vida. Después se atrevió
a preguntar qué asunto le traía.

-Vuestro
bienestar -dijo el Espectro.

Scrooge
mostróse muy agradecido, pero no pudo menos de pensar
que una noche de continuado reposo habría sido más
conducente a aquel fin. El Espíritu debió de
oír su pensamiento, porque inmediatamente dijo:

-Reclamáis,
pues. ¡Preparaos!

Y
al hablar extendió su potente mano y le cogió nuevamente por el brazo. .

-Levantaos
y venid conmigo.

Habría
sido inútil para Scrooge. hacerle ver que el tiempo
y la hora no eran a propósito para pasear a pie; que
el lecho estaba caliente y el termómetro marcaba muchos
grados bajo cero; que estaba muy ligeramente vestido con las
zapatillas, la bata y el gorro de dormir, y que padecía
un resfriado. El puño, aunque suave como una mano femenina,
no se podía resistir. Se levantó, pero advirtiendo
que el Espíritu se dirigía hacia la ventana,
le asió de la vestidura suplicándole:

-Soy
mortal y puedo caerme.

-Os
tocaré con mi mano aquí -dijo el Espíritu,
poniéndosela sobre el corazón- y podréis
sosteneros.

Al pronunciar tales palabras, pasaron a través del:
muro y se encontraron en un amplio camino, con campos a un
lado y a otro. La ciudad habíase desvanecido por completo.
La obscuridad y la bruma se habían desvanecido con
ella, pues hacía un claro y frío día
de invierno y el suelo se hallaba cubierto de nieve.

-¡Dios
mío! -dijo Scrooge, cruzando las manos y mirando a
su alrededor-. En este sitio me crié. Aquí transcurrió mi infancia.

El Espíritu le miró con benevolencia. Su dulce
tacto, aunque había sido leve e instantáneo,
se hacía sentir todavía en la sensibilidad del
anciano. Notaba que mil aromas que flotaban en el aire guardaban
relación con mil pensamientos, y esperanzas, y alegrías,
y cuidados, por espacio de mucho, mucho tiempo olvidados.

-Os
tiemblan los labios -dijo el Espectro-. ¿Y qué
es eso que tenéis en la mejilla?

Scrooge
balbuceó, con inusitado desfallecimiento en la voz,
que era un grano, y dijo al Espectro que lo condujese donde
quisiera.

-¿Recordáis
el camino? -preguntó el Espíritu. -¿Recordarlo?
-gritó Scrooge, con vehemencia-. Lo recorrería
con los ojos cerrados.

-Es
extraño que no lo hayáis olvidado durante tantos
años -hizo observar el Espectro-. Sigamos adelante.

.
Siguieron a lo largo del camino. Scrooge reconocía
las entradas de las casas, los postes, los árboles,
hasta el pueblecito, que aparecía a lo lejos, con su
puente, su iglesia y su ondulante río. Veíanse
algunos afelpados caballitos que trotaban montados por muchachos,
quienes llamaban a otros chiquillos que iban en tílburis
y en carros del país, guiados por agricultores. Todos
aquellos muchachos iban muy alegres y se aclamaban mutuamente,
hasta que los campos estuvieron tan llenos de armonioso júbilo,
que el aire reía al oírlo.

-No
son más que sombras de las cosas pasadas-dijo el Espectro-.
No se dan cuenta de nosotros. Los alegres viajeros se acercaban,
y conforme fueron llegando, Scrooge los conocía y nombraba
a cada uno. ¿Por qué se alegró extraordinariamente
al verlos? ¿Por qué sus fríos ojos resplandecieron
y su corazón brincó al verlos pasar? ¿Por
qué se sintió lleno de alegría cuando
los oyó desearse mutuamente felices Pascuas al separarse
en los atajos y en los cruces, para marchar a sus respectivas
casas? ¿Qué era la Navidad para Scrooge? !Nada
de Navidad! ¿Qué bien le había hecho
a él?

-La
escuela no está completamente desierta -dijo el Espectro-.
Queda en ella todavía un niño solitario, abandonado
por sus amigos.

Scrooge
dijo que le conocía. Y sollozó.

Dejaron
el camino real, entrando en una conocida calleja, y pronto
llegaron a una casa de toscos ladrillos rojos, con una cupulita
coronada por una veleta, y de cuyo tejado colgaba una campana.
Era una casa amplia, pero venida a menos, pues las. espaciosas
dependencias se usaban poco, sus paredes estaban húmedas
y mohosas, sus ventanas rotas y sus puertas podridas. Las
gallinas cloqueaban y se pavoneaban en las cuadras y las cocheras,
y los cobertizos se hallaban asolados por las hierbas. Ni
había en el interior más huellas de su antiguo
estado; pues, al entrar en el sombrío zaguán,
y al mirar a través de las francas puertas de muchas
habitaciones, se las veía pobremente amuebladas, frías
y solitarias. Había en el aire un sabor terroso, una
heladora desnudez, que hacía pensar que los que habitaban
aquel lugar se levantaban antes de romper el día y
no tenían qué comer.

Atravesaron
el Espectro y Scrooge la sala y dirigiéronse a una
puerta de la parte trasera de la casa. Mostrábase abierta
ante ellos y descubría una habitación larga;
desnuda y melancólica, a cuya desnudez contribuían
hileras de bancos y mesas, en una de las cuales se hallaba
un niño solitario, leyendo cerca de un poco de lumbre:
Scrooge se sentó en un banco y lloró al verse
retratado en aquel niño, olvidado, abandonado, como
acostumbró a verse en su infancia.

Ni
un eco latente en la casa, ni un chillido o un rumor de pelea
entre los ratones detrás del entrepaño, ni la
caída de una gota de agua de la medio deshelada cañería,
ni un suspiro entre las ramas sin hojas de un álamo
mustio, ni la ociosa oscilación de la puerta de un
almacén vacío, ni un chasquido de la lumbre,
que al caer sobre el corazón de Scrooge con suavizadora
influencia, dieran libre paso a sus lágrimas.

El
Espíritu le tocó en un brazo y señaló
hacia su imagen infantil atenta a la lectura. De repente apareció
en la ventana, por la parte de afuera, un hombre vestido con
traje extranjero, al que se distinguía con admirable
exactitud; llevaba un hacha en el cinto y conducía
del ronzal un asno cargado de leña.

-¡Sí
es Alí Babá! —exclamó Scrooge, extasiado-.
¡Es mi querido Alí Babá! Sí, sí,
le conozco. Una vez, por Navidad, cuando todos abandonaron
al solitario niño, él vino por primera vez.
exactamente como ahora le vemos. ¡Pobre muchacho! Y
Valentín -continuó Scrooge-, y su hermano Orson,
¡ahí van! ¿Y cómo se llama aquel
a quien dejaron dormido, casi desnudo, a la puerta de Damasco?
¿No le veis? Y el paje del Sultán. a quien el
Genio hace dar vueltas en el aire. ¡Ahora está
cabeza abajó! ¡Muy bien! ¡Dadle lo que
merece! ¡Me alegro! ¿Qué necesidad tenía
de casarse con la princesa?

Verdaderamente,
habría producido sorpresa a sus amigos de la Cíty
oír a Scrooge dedicar toda la solicitud de su naturaleza
a aquellos recuerdos, en una voz de lo más extraordinario,
entre risas y gritos. y ver su rostro alegre y animado.


Ahí está el Loro! -gritó-. Verde el cuerpo
y la cola amarilla, con una cosa como una lechuga en la parte
superior de la cabeza; ahí está. «Pobre
Robinsón Crusoe», le decía cuando volvió
a su casa, después de navegar alrededor de la isla.
«Pobre Robinsón Crusoe, ¿dónde habéis
estado, Robinsón Crusoe?». El hombre creía
soñar, pero no soñaba. Era el Loro, ya lo sabéis.
Por ahí va Viernes, corriendo hacía la ensenada
para salvar la vida. ¡Hala, hala!

Después,
con una rapidez de transición muy extraña en
su carácter habitual, dijo lleno de piedad por la imagen
de sí mismo: «¡Pobre muchacho!», y
volvió a llorar.

-Quisiera…
-murmuró, llevándose la mano al bolsillo y mirando
a su alrededor, después de enjugarse los ojos con la
manga-; pero es demasiado tarde.

-¿De
qué se trata? -preguntó el Espíritu.
-De nada -dijo Scrooge-. De nada. Había a mi puerta.
la noche última. un muchacho cantando una canción
de Navidad. y me agradaría haberle dado alguna cosa:
eso es todo.

El
Espectro sonrió pensativamente y ,agitó una
mano, al mismo tiempo que decía:

-Veamos
otra Navidad.

A
estas palabras, la figura infantil de Scrooge creció
y la habitación se hizo algo más obscura y más
sucia. Se contrajeron los entrepaños, se agrietaron
las ventanas, desprendiéronse del techo fragmentos
de yeso y en su lugar aparecieron las vigas desnudas; pero
Scrooge no supo acerca de cómo ocurrió todo
esto más de lo que vosotros sabéis. Solamente
supo que todo había ocurrido así, sin violencia,
que él se hallaba allí, otra vez solitario,
pues todos los demás muchachos habíanse marchado
a sus casas para celebrar aquellos alegres días de
fiesta.

Ahora
no estaba leyendo. sino paseando arriba y abajo desesperadamente.
Scrooge miró al Espectro y, moviendo tristemente la
cabeza, lanzó una ojeada ansiosa hacia la puerta.

Esta
se abrió, y una niña pequeña. mucho más
joven que el muchacho, precipitóse dentro y, rodeándole
el cuello con los brazos y besándole repetidas veces,
se dirigió a él llamándole «hermano
querido».

-He
venido para llevarte a casa, hermano querido -dijo la niña,
palmoteando e inclinándose a fuerza de reír-,
¡Para llevarte a casa, a casa, a casa!

-¿A
casa, pequeña? -replicó el muchacho. -¡Sí!
-dijo la niña, rebosando alegría-. A casa, para
que estés con nosotros siempre, siempre. Papá
es mucho más cariñoso que nunca y nuestra casa
se parece al cielo. Me habló tan dulcemente una noche
cuando iba a acostarme, que no tuve miedo de pedirle una vez
más que te permitiera volver a casa: me dijo que sí
y me envió en un coche a buscarte. Tú serás
un hombre -dijo la niña, abriendo mucho los ojos- y
nunca volverás aquí; por lo pronto, vamos a
estar juntos todos los días de Navidad y a pasar las
horas más alegres del mundo.

-Eres
ya una mujer, pequeña Fanny –exclamó el muchacho.

Palmoteó ella y se echó a reír, tratando
de acariciarle la cabeza: pero como era muy pequeña
y no alcanzaba, echóse a reír de nuevo y le
abrazó; poníéndose en las puntas de los
pies. Luego empezó a tirar de él, con afán
ínfantil, hacía la puerta; y él, nada
disgustado por ello, la acompañaba.

Una
voz terrible gritó en el vestíbulo: «¡Bajad
el baúl de master Scrooge'» y apareció
el maestro de escuela, que miró ferozmente a Scrooge,
con mirada de condescendencia, y le atontó a1 sacudirle
por las manos. Luego los llevó a él y a su hermana
a una escalofriante habitación que parecía un
pozo. donde los mapas colgados de la pared y los globos celestes
y terrestres, colocados en las ventanas, parecían cubiertos
de cera, a causa del frío. Una vez allí, sacó
una garrafa de vino que brillaba extrañamente y un
trozo de macizó pastel y repartió estas golosinas
entre los pequeños, al mismo tiempo que enviaba a un
flaco criado a ofrecer un vaso de «algó»‘
al postillón, quien le respondió que se lo agradecía
al caballero, pero que sí era del mismo barril que
había bebido antes, prefería no beberlo. Como
el baúl de master Scrooge estaba ya colocado en la
parte más alta del coche, los niños se despidieron
amablemente del maestro y, subiendo al coche, atravesaron
alegremente el jardín: las ágiles ruedas despedían
la escarcha y la nieve que llenaban las obscuras hojas de
las siemprevivas.

-Siempre
fue una criatura delicada, a quien el simple aliento puede
marchitar -dijo el Espectro-; pero tenía un gran corazón.

-Sí
que lo tenía -gritó Scrooge-. Tenéis
razón. No se puede negar, Espíritu. ¡Dios
me libre! -Murió siendo mujer -dijo el Espectro- y
creo que tuvo hijos.

-Un
niño -replicó Scrooge.

–Cierto
-dijo el Espectro-. i Vuestro sobrino! Scrooge parecía
intranquilo, y contestó brevemente:

-Sí.
Aunque en aquel momento acababan de dejar la escuela tras
sí. hallábanse entonces en las concurridas calles
de una ciudad, donde fantásticos transeúntes
iban y venían, donde fantásticos carros y coches
pasaban por el camino y donde había todo el movimiento
y todo el tumulto de una ciudad verdadera. Se comprendía
perfectamente, por el aspecto de las tiendas, que otra vez
era la época de Navidad:. pero era de noche y las calles
estaban alumbradas.

El
Espectro se detuvo a la puerta de Cierto almacén y
preguntó a Scrooge si lo conocía. -¡Conocerlo!
—contestó el aludido-. Aquí fui aprendiz.

Entraron.
A la vista de un anciano con una peluca de las usadas en el
país de Gales. sentado tras un pupitre tan alto que
si el caballero hubiera tenido dos pulgadas más de
estatura habría tropezado con la cabeza en el techo.
Scrooge gritó excitadísimo:

-¡Si
es el anciano Fezziwig! ¡Bendito sea Dios! ¡Es
Fezziwig, vuelto a la vida!

El anciano Fezziwig dejó la pluma y miró el
reloj, que marcaba las siete. Se frotó las manos, se
ajustó el amplio chaleco, echóse a reír
francamente, recorriéndole la risa todo el cuerpo,
y gritó con una voz agradable, suave, y jovial:

-¡Ebenezer!
¡Dick!

La
imagen de Scrooge, que ya era un hombre joven; entró
alegremente acompañada por la de otro aprendiz.

-¡Dick
Wilkins, no hay duda! -dijo Scrooge al Espectro-. Sí,
es él. Me tenía verdadero afecto. ¡Pobre
Díck! ¡Cuánto le quería yo!

-¡Vamos,
muchachos! -dijo Fezziwig-. No se trabaja más esta
noche. Es Nochebuena, Dick. Es Nochebuena. Ebenezer. Cerremos
la tienda –gritó el anciano, dando una palmada.

No
podéis imaginar cómo lo hicieron aquellos dos
muchachos. Salieron a la calle cargados con las puertas -una,
dos tres-, las colocaron en su sitio cuatro, cinco, seis-,
pusieron las barras y las sujetaron -siete, ocho, nueve -y
volvieron antes de que pudierais contar hasta doce, jadeantes,
como caballos de carreras.

-¡A
ver! -gritó el anciano, saltando del elevado pupitre,
con admirable agilidad-. ¡A retirar todo, muchachos,
para dejar libre la habitación! ¡Vamos, Dick!
¡Vamos, Ebenezer!

¡Retirar
todo! Nada había que no quisieran retirar, ni nada
que no pudiesen, bajo la mirada del anciano. Todo se hizo
en un minuto. Todos los muebles desaparecieron como si fuesen
retirados de la vida pública para siempre: se barrió
y se regó el piso, encendiéronse las lámparas,
amontonóse e1 combustible sobre el fuego, y el almacén
se convirtió en un salón de baile cómodo,
y caliente, y seco, y brillante, que desearíais ver
en una noche de invierno.

Entró
un violinista con un cuaderno de música y, encaramándose
sobre el alto pupitre, hizo de él una orquesta y empezó
a rascar el violín. Entró la señora Fezziwig,
toda sonrisas. Entraron las tres señoritas Fezziwig,
radiantes y adorables: Entraron los seis jóvenes cuyos
corazones sufrían por ellas. Entraron todos los muchachos
y muchachas empleados en la casa. Entró la doncella,
con su primo el panadero. Entró la cocinera, con el
lechero, particular amigo de su hermano. Entró el muchacho
de al lado, de quien se sospechaba que su amo no le daba de
comer lo suficiente, y que trataba de esconderse de las muchachas,
menos de una a quien su ama había ya tirado de las
orejas. Entraron todos uno tras otro; unos tímidos;
otros atrevidos. Unos graciosos, otros incultos; unos activos,
otros torpes; entraron todos, de un modo o de otro. y se formaron
veinte parejas, cogidas de la mano y formando un corro. La
mitad se adelanta y luego retrocede; éstos se balancean
cadenciosamente, aquéllos acompañan el movimiento;
después todos empiezan a dar vueltas en redondo varias
veces, agrupándose, estrechándose, persiguiéndose
unos a otros; la pareja de ancianos nunca está en su
sitio; y las parejas jóvenes se apartan rápidamente
cuando les han puesto en apuros; en fin, se rompe la cadena
y los bailarines se encuentran sin pareja. Después
de tan hermoso resultado, el viejo Fezziwig, dando una palmada
para suspender el baile, gritó: «Muy bien»,
y el violinista metió el ardiente rostro en una olla
de cerveza, especialmente preparada para ello. Pero cuando
reapareció, desdeñando el reposo; instantáneamente
empezó a tocar de nuevo, aunque aun no había
bailarines, como si el otro violinista hubiera sido llevado
a su casa, exhausto, sobre una contraventana, y éste
fuera otro músico resuelto a vencerle o a morir.

Cuando
el reloj dio las once, se terminó el baile. El señor
y la señora de Fezziwig tomaron posiciones cada uno
a un lado de la puerta, y dando apretones de manos a todos
conforme iban saliendo, les deseaban felices Pascuas. Cuando
todos se hubieron retirado, excepto los dos aprendices, hicieron
lo mismo con ellos: y las alegres voces se extinguieron y
los muchachos quedaron en sus lechos, que estaban debajo de
un mostrador en la trastienda.

Durante
todo este tiempo Scrooge había obrado como un hombre
que no está en su sano juicio. Su corazón y
su alma se hallaban en la escena, con su otro él. Lo
reconocía todo, lo recordaba todo, gozaba de todo y
sufría la más extraña agitación.
Hasta el momento en que los brillantes rostros de su imagen
y de Dick desaparecieron. no se acordó del Espectro,
y entonces se dio cuenta de que estaba con la mirada fija
en él, mientras la luz ardía sobre su cabeza
con claridad deslumbradora.

-No
merece la pena -dijo él Espectro- que estas simples
gentes hagan tantas demostraciones de gratitud.

-¿Cómo?
-respondió Scrooge.

El
Espíritu le indicó que escuchase a los dos aprendices.
cuyos corazones se deshacían en alabanza de Fezzíwíg;
y cuando lo hubo hecho. dijo:

-¡Qué!
¿No es verdad? No ha gastado sino algunas libras de
vuestra moneda terrena: tres o cuatro quizás. ¿Es
eso tanto como para merecer esa alabanza?

-No
es eso -dijo Scrooge, disgustado por la observación
y hablando inconscientemente como su otro él. no como
quien era en realidad-. No es eso, Espíritu. En su
mano está hacernos dichosos o infelices, hacer que
nuestra tarea sea leve o abrumadora. que sea un placer o una
fatiga. ¿Decís que su poder estriba en palabras
y miradas, en cosas tan leves e insignificantes que es imposible
contarlas? ¿Y qué? La felicidad que nos proporciona
es tan grande como si costase una fortuna.

Sintió
la mirada del Espíritu, y se detuvo.

-¿Qué os pasa? -preguntó el Espectro.

-Nada de particular -dijo Scrooge.

-Yo
creo que os pasa algo -insistió el Espectro.

-No
-dijo Scrooge- No. Que me agradaría poder decir algunas
palabras a mí dependiente precisamente ahora. Nada
más.

Su
imagen antigua apagó las lámparas al expresar
él aquel deseo y Scrooge y el Espectro halláronse
de nuevo uno al lado del otro al aire libre.

-Me
queda muy poco tiempo -hizo observar el Espíritu-.
¡Apresuraos!

Tal
exclamación no iba dirigida a Scrooge ni a nadie que
estuviera presente, pero produjo un efecto inmediato. De nuevo
Scrooge contemplóse a sí mismo. Tenía
más edad. Estaba en la primavera de la vida. Su cara
no tenía las ásperas y rígidas apariencias
de los últimos años: pero empezaba a mostrar
las señales de la preocupación y de la avaricia.
Había en sus ojos una movilidad ardiente, voraz, inquieta,
que mostraba la pasión que había arraigado en
él y donde haría sombra el árbol que
empezaba a crecer.

No
estaba solo, sino sentado junto a una hermosa joven vestida
de luto, cuyos ojos hallábanse llenos de lágrimas,
que lanzaban destellos a la luz que lanzaba el Espectro de
la Navidad Pasada.

-Poco
importa -decía ella dulcemente–. Para vos, muy poco.
Me ha desplazado otro ídolo; pero si al venir puede
alegraros y consolaros, como yo había procurado hacerlo,
no tengo motivo de disgusto.

-¿Qué
ídolo os ha desplazado? -preguntó él.

-Un ídolo de oro.

-He
ahí la justicia del mundo -dijo Scrooge-. No hay en
él nada tan abrumador como la pobreza, y nada se juzga
en él con tanta severidad como la persecución
de la riqueza.

-Tenéis
demasiado temor a la opinión del mundo -contestó
ella con dulzura-. Todas vuestras demás esperanzas
se han confundido con la esperanza de poneros a cubierto de
su sórdido reproche. Yo he visto desaparecer vuestras
más nobles aspiraciones una por una, hasta que la pasión
principal, .la Ganancia, os ha absorbido por completo. ¿No
es cierto?

-¿Y
qué? -replicó él-. Supongamos que me
hubiese hecho tan prudente como todo eso; ¿y qué?
Para vos yo he cambiado.

Ella
meneó la cabeza. -¿He cambiado?

-Nuestro
compromiso es antiguo. Lo contrajimos cuando ambos éramos
pobres y nos sentíamos contentos de serlo, hasta que
consiguiéramos aumentar nuestros bienes terrenales
por medio de nuestro paciente trabajo. Habéis cambiado.
Cuando. tal cosa ocurrió, erais otro hombre.

-Yo
era un muchacho -dijo él con impaciencia.

-Vuestra
propia conciencia os dice que no erais lo que sois -replicó
ella-. Yo sí. Lo que prometía la felicidad cuando
éramos uno en el corazón, es todo tristeza ahora
que somos dos. No diré cuántas veces y cuán
ardientemente he pensado en ello. Es suficiente que haya pensado
en ello y que pueda devolveros la libertad.

-¿He
buscado yo alguna vez esa libertad?

-Con palabras, no. Nunca.

-¿Pues
con qué?

-Con
vuestra naturaleza cambiada; con vuestro espíritu transformado;
con la diferente atmósfera en que vivís; con
vuestras nuevas esperanzas. Con todo lo que hizo mi amor de
algún valor a vuestros ojos. Si nada de eso hubiera
existido entre nosotros -dijo la muchacha, mirándole
suavemente, pero con firmeza-. decidme: ¿seríaís
capaz ahora de solicitarme y de conquistarme? iAh, no!

A
pesar suyo, él pareció ceder a la justicia de
tal suposición. Pero, haciendo un esfuerzo, dijo:

-No
es ése vuestro pensamiento.

-Me
causaría júbilo pensar de otro modo si pudiera
–contestó ella-. ¿Dios lo sabe! Para convencerme
de una verdad como ésa, yo sé cuán fuerte
e irresistible tiene que ser. Pero sí fuerais libre
hoy, mañana, al otro día, ¿puedo creer
que elegiríais una muchacha pobre… vos, que en íntima
confianza con ella sólo consideraríais la ganancia,
o que, eligiéndola, si por un momento erais lo bastante
falso para con vuestros principios al hacerlo así,
no sé demasiado que vuestro pesar y vuestro arrepentimiento
serían la indudable consecuencia? Lo sé. y os
dejo en libertad. Con todo el corazón, pues en otro
tiempo os amé, aunque el amor que os tenía haya
desaparecido.

Intentó
él hablar: pero ella, volviéndole la cara, continuó:

-Tal
vez, la experiencia de lo pasado me hace suponerlo, esto os
produzca aflicción. Dentro de poco, muy poco tiempo,
ahuyentaréis todo recuerdo de ello, alegremente, como
se ahuyenta el recuerdo de un sueño desagradable, del
cual surge felizmente la alegría de lo que se encuentra
al despertar. ¡Ojalá seáis feliz en la
vida que habéis elegido!

Y
se marchó.

-¿Espíritu
-dijo Scrooge-, no me mostréis más cosas! Llevadme
a casa. ¿Por qué gozáis torturándome?

-¡Una
sombra más! -exclamó el Espectro.

-¡No más! -gritó Scrooge–. ;No más!
No quiero verla. ¡No me mostréis más cosas!

Pero
el inexorable Espectro le sujetó por ambos brazos y
le obligó a presenciar lo que iba a ocurrir inmediatamente.

Se
hallaban en otra escena y en otro lugar, no muy amplio ni
muy hermoso, pero lleno de comodidad. Cerca de la lumbre propia
del .invierno estaba sentada una hermosa muchacha, tan parecida
a la anterior, que Scrooge creyó que era la misma,
hasta que vio que era una hermosa matrona, sentada enfrente
de su propia hija. El ruido en la habitación era verdaderamente
tumultuoso, pues había allí tantos muchachos
que Scrooge, en su estado de agitación mental, no pudo
contarlos, y a diferencia del grupo celebrado en el poema,
en vez de ser cuarenta niños silenciosos como si sólo
hubiera uno, cada uno de ellos hacia tanto ruido como cuarenta.
Las consecuencias eran de lo más ruidoso que se puede
imaginar, pero nadie se preocupaba de ello; al contrario,
la madre y la hija reían de muy buena gana y se divertían
muchísimo con ello; y esta última, empezando
pronto, a mezclarse en los juegos, fue hecha prisionera por
los pequeños bandidos del modo más despiadado.
¡Qué no habría dado yo por ser uno de
ellos! Aunque yo nunca habría sido tan grosero, de
ninguna manera. Por todo el oro del mundo no habría
yo estrujado sus hermosas trenzas, deshaciéndolas;
y respecto de su precioso zapatito, no se lo habría
quitado violentamente, así Díos me salve, aunque
en ello me fuera la vida. En cuanto a medirle la cintura jugando,
como aquellos atrevidos, no me hubiera atrevido a hacerlo,
temiendo que en castigo me quedase con el brazo doblado para
siempre, a fin de que no pudiera reincidir. Y habríame
agradado sobremanera haber tocado sus labios; haberle preguntado
algo para hacer que los abriese; haber contemplado las pestañas
en sus ojos abatidos, sin producirle nunca rubor; haber dejado
sueltas las ondas de cabello, del cual una sola pulgada sería
un recuerdo inapreciable; en una palabra, habríame
agradado, lo confieso, haber tenido el ágil atrevimiento
de un niño, y, sin embargo, haber sido lo bastante
hombre para apreciar el valor de tal condición.

Pero
de pronto se oyó que llamaban a la puerta, e inmediatamente
se produjo tal conmoción, que la matrona, con cara
sonriente, se dirigió a abrir la puerta en medio de
un grupo jubiloso y alegre que saludó ruidosamente
al padre. que llegaba a casa precediendo a un hombre cargado
de regalos y juguetes de Navidad. Entonces fueron las aclamaciones
y la lucha y el ataque contra el portador indefenso; el asalto
sirviéndose de las sillas a modo de escalas, para registrarle
los bolsillos, despojarle de los paquetes envueltos en papel
de estraza, agarrársele a la corbata, colgársele
del cuello, darle golpes en la espalda y puntapiés
en las piernas con irrefrenable entusiasmo. ¡Las exclamaciones
de admiración y delicia con que era recibido el descubrimiento
de cada envoltorio! ¡El terrible anuncio de que el más
pequeño había sido sorprendido metíéndose
en la boca una sartén de muñeca y era más
que probable que se había tragado un pavo de juguete
pegado en una peana de madera! ¡El inmenso alivio al
saber que sólo era una falsa alarma! ¡La alegría,
y la gratitud, y el entusiasmo eran igualmente indescriptibles!
Poco a poco. los niños con sus emociones salieron del
salón y fueron subiendo por una escalera hasta la parte
más alta de la casa, donde se acostaron, y renació la calma.

Entonces
Scrooge fijó su atención más atentamente
que nunca, cuando el amo de la casa, con su hija cariñosamente
apoyada en él, se sentó con ella y junto a su
madre, al lado del fuego; y cuando pensó que una criatura
como aquélla, tan graciosa y tan llena de promesas,
podía haberle llamado padre, convirtiendo en alegría
el hosco invierno de su vida, se le nublaron los ojos de lágrimas.

-Hermosa
mía -dijo el marido, volviéndose hacia su esposa
sonriendo-, esta tarde he visto a un antiguo amigo tuyo.

-¿A
quién?

-A
ver si lo aciertas.

-¿Cómo
puedo acertarlo? No lo sé -añadió riendo,
a la vez que reía él-. El señor Scrooge.

-El
mismo. Pasé junto a la ventana de su despacho: y como
no estaba cerrado aún y tenía una luz en el
interior, no pude menos de verle. He oído que su socio
hállase a las puertas de la muerte y ahora él
se encuentra solo. Completamente solo en el mundo, supongo.

-¡Espíritu
-dijo Scrooge, con la voz destrozada-, sacadme de este sitio!

-Ya
os dije que éstas eran sombras de las cosas que han
sido -dijo el Espectro-. Si ellas son lo que son, no tenéis
por qué censurarme.

-¡Llevadme
de aquí! –exclamó Scrooge-. ¡No puedo
resistirlo!

Volvióse
hacia el Espectro, y al ver que le miraba con una cara en
la cual aparecían de modo extraordinario fragmentos
de todas las caras que le había mostrado, se arrojó
sobre él.

-¡Dejadme!
¡Restituidme a mi casa! ¡No me atormentéis
más!

En
la lucha -si aquello podía llamarse lucha, pues el
Espectro, con invisible resistencia por su parte, no se alteró
por ninguno de los esfuerzos de su adversario- Scrooge observó
que la luz sobre su cabeza brillaba con gran esplendor, y
relacionando esto con la influencia que ejercía sobre
él, se apoderó del gorro apagador y con un movimiento
repentino se lo encasquetó.

El
Espíritu se encogió de modo que el apagador
cubrió toda su figura; pero aunque Scrooge lo oprimía
hacia abajo con toda su fuerza, no podía ocultar la
luz, que brotaba de su parte inferior, iluminando esplendorosamente
el suelo.

Notó
que sus fuerzas se extinguían y que se apoderaba de
él una irresistible somnolencia y, además, que
se hallaba en su propio dormitorio. Hizo un gran esfuerzo
sobre el apagador, con el cual se quebró una mano,
y apenas tuvo tiempo de tenderse sobre el lecho, cayendo en
un profundo sueño.