EL
ORGULLO DE
DON PEPÍN PEPOTE
Víctor
Corcoba Herrero
Érase don Pepín Pepote un varón al que
había que temerle, por su altanería heredada,
a causa de don dinero, donación de su tía Argentina,
a la que nunca conoció, nada más que por la
herencia multimillonaria que le dejó al zángano,
que vestía camisa blanca y sombrero de terciopelo,
dejándose acompañar siempre por señoritas
rubias, a las que le solía firmar un cheque en blanco
por los servicios prestados.
El
señorito era un poco amanerado, aunque todo pretendía
comprarlo, hasta su buena reputación. Cierto día
le pagó una buena cena a un influyente periodista para
que hablase de su último libro de poemas, que no tenía
ni fondo ni forma, ni estética ni ética, solo
ordinariez y mediocridad. “A estos tíos me los
compro yo invitándolos al Don Roque” –fanfanorreaba
el muy cretino-. Y aunque era cierto, que la atmósfera
del valer, sube enteros si se tiene una buena cuenta bancaria,
no por lo que se es en valores, sucedió que en la Redacción
optaron por darle la invitación a un tipo, que aunque
no era periodista, siempre estaba dispuesto a llenar cuartillas.
Quedaron
pues, en Don Roque, a la hora pactada, pero el crítico
que en este caso iba a hacer de “Negro”, se había
adelantado a la llegada del señorito, y propuso al
dueño, hacerle una encerrona. Durante la comida se
hablaría del libro, y sería en los postres,
utilizando la “Queimada” cuando se quemaría
su libreto de poesía, delante de sus propios ojos,
como reflexión última al comentario, puesto
que, el libro sería elevado a las bajuras de las cenizas.
Había querido comprar al crítico con un almuerzo
pero le iba a salir el tiro al revés. ¿Para
qué la pompa y la vanidad de su extravagante conducta?
–se preguntaba el periodista una y mil veces-
Tal como estaba previsto se desarrollaron los actos. Y fue
a la hora de la quema, cuando el Señorito, al ver la
acción del “Negro”, le cambió la
cara.
–
Pero … ¿Por qué quemas mi libro?.
– Para que escribas otro mejor.
– Pero…¡bueno!…¿ni un verso tiene valor?.
¡Te odio!. ¡Y esto me lo vas a pagar!. Llamaré
al director del periódico para que te de con las puertas
en las narices. Periodista de mierda.
– Oiga, ni mierda, ni nada…¡No se lo consiento que
me eleve el tono de voz!.
– Pues te vas a la puta calle…¡A la calle!
– Se va Vd. don Pepín Pepote, si quiere… Ser poeta
es un estilo de vida que no tiene el distinguido Ilustrísimo.
No piense que puede asegurar su vida mediante la acumulación
de bienes materiales, o la jactancia de ser poderoso, porque
muy pronto se verá privado de ella. La vida pasa en
un suplido. Y no servirán los ilustrísimos,
ni la arrogancia. Ya lo decía Honore de Balzac: “Hay
que dejar la vanidad a los que no tienen otra cosa que exhibir”.
Le inunda a vuestra Merced una ceguera de orgullo incomprensible
y preocupante. Le prometo que no hablaré de su obra
poética porque no vale un pimiento berciano, pero sí
de su manera de actuar.
– Te prohibo que hables de mi, te lo ordeno, y lo que yo ordeno
se cumple. ¡Ya lo verás!.
– ¡A sus órdenes, mi capitán!. –le
remató el periodista que no se “casaba”
con nadie-
Y diciendo esto, le dejó con su altanera palabra en
la boca, el periodista. Al día siguiente, escribía
una columna en la que denunciaba lo sucedido con don Pepín
Pepote. Era la auténtica verdad, la que estaba grabada
en el cassette. Pero esa misma tarde, el director del periódico,
al que el periodista creía ser además su amigo,
lo ponía de patitas en la calle. Se había cumplido
lo que había previsto el acaudalado. Una vez más,
don dinero había tronchado con su poder una amistad
y la ética de un crítico que había actuado
bajo el dictado de su conciencia crítica.
Pasó
el tiempo, y llegó el gran juez, el periodista había
escrito uno de los grandes libros, de tanto valor, que todas
las agencias de noticias lo comentaban. Era un libro de experiencias
vividas, en las que por supuesto, estaba don Pepín
Pepote y su corte, como ejemplo de prepotencia y de arrogancia.
Al verse reflejado en el mismo, intentó fusilarle,
pero ya nada fue igual, el periodista había subido
a los altares de la luna y había dejado escrito, como
un testamento, el volumen “la voz de su corazón”,
que sus amigos del Polígono de Mierda, juntando dinero,
lo editaron como homenaje a su vida y obra. Y por su obra,
el libro llegó a manos de un editor americano que lo
puso en movimiento con miles y miles de copias. Hoy y mañana,
y también pasado mañana, es y será el
libro del año.
Víctor Corcoba Herrero