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El clelebro
Alfred, Jarry

El
Cerebro del Agente de Policía

Por
Alfred Jarry
Colaboración : Dani

Sin
duda se recordará este reciente y lamentable asunto:
al ser practicada la autopsia, se halló la caja craneana
de un agente de policía vacía de todo rastro
de cerebro y rellena, en cambio, de diarios viejos. La opinión
pública se conmovió y asombró por lo
que fue calificado de macabra mistificación. Estamos
también dolorosamente conmovidos, pero de ninguna manera
asombrados.

No vemos por qué se esperaba descubrir otra cosa que
la que se ha descubierto efectivamente en el cráneo
del agente de policía. La difusión de las noticias
impresas es una de las glorias de este siglo de progreso;
en todo caso, no queda duda de que esta mercadería
es menos rara que la sustancia cerebral. ¿A quién
de nosotros no le ha ocurrido infinitamente más a menudo
tener en las manos un diario, viejo o del día, antes
que una parcela, aunque fuera pequeña, de cerebro de
agente de policía? Con mayor razón, sería
ocioso exigir de esas oscuras y mal remuneradas víctimas
del deber que, ante el primer requerimiento, puedan presentar
un cerebro entero. Y, por otra parte, el hecho está
allí: eran diarios.

El resultado de esta autopsia no dejará de provocar
un saludable terror en el ánimo de los malhechores.
De aquí en más, ¿cuál será
el atracador o el bandido que vaya a arriesgarse a hacerse
saltar la tapa de su propio cerebro por un adversario que,
por su parte, se expone a un daño tan anodino como
el que puede producir una aguja de ropavejero en un tacho
de basuras? Quizás, a algunos demasiado escrupulosos
pueda parecerles en cierta manera desleal recurrir a semejantes
subterfugios para defender a la sociedad. Pero deberán
reflexionar que tan noble función no conoce subterfugios.

Sería un deplorable abuso acusar a la Prefectura de
Policía. No negamos a esta administración el
derecho de munir de papel a sus agentes. Sabemos que nuestros
padres marcharon contra el enemigo calzados con borceguíes
también de papel y no ha de ser eso lo que nos impida
clamar indomable y eternamente, si es necesario, por la Revancha.
Pretendemos solamente examinar cuáles eran los diarios
de que estaba confeccionado el cerebro del agente de policía.

Aquí se entristecen el moralista y hombre culto. ¡Ah!,
eran La Gaudriole, el último número de Fin de
Siécle y una cantidad de publicaciones algo más
que frívolas algunas de ellas traídas dé
Bélgica de contrabando.
He ahí algo que aclara ciertos actos de la policía,
hasta hoy inexplicables, especialmente los que causaron la
muerte de héroe de este asunto. Nuestro hombre quiso,
si recordamos bien, detener por exceso de velocidad al conductor
de un coche que se hallaba estacionado, y el cochero, queriendo
corregir su infracción, sólo atinó, lógicamente,
a hacer retroceder su coche. De allí la peligrosa caída
del agente, que se hallaba detrás. No obstante, recobró
sus fuerzas, luego de unos días de reposo, pero, al
ser intimado a recobrar al mismo tiempo su puesto de servicio,
murió repentinamente.

La responsabilidad de tales hechos atañe indudablemente
a la incuria de la administración policial, que en
adelante controle mejor la composición de los lóbulos
cerebrales de sus agentes, que la verifique, si es menester,
por trepanación, previa a todo nombramiento definitivo;
que la pericia médico-legal sólo encuentre en
sus cráneos… No digamos una colección de La
Revue Blanche y de Le Cri de Paris, lo cual sería prematuro
en una primera reforma; tampoco nuestras obras completas:
a ello se opone nuestra natural modestia, tanto más
que esos agentes, encargados de velar por el reposo de los
ciudadanos, constituirían más bien un peligro
público con la cabeza así rellenada.

He aquí
algunas de las obras recomendables en nuestra opinión
para el uso; 1) El Código Penal, 2) Un plano de las
calles de París, con la nomenclatura de los distritos,
el cual coronaría el conjunto y representaría
agradablemente, con su división geográfica,
un simulacro de circunvoluciones cerebrales: se lo consultaría
sin peligro para su portador por medio de una lupa, fijada
luego de la trepanación; 3) un reducido número
de tomos del gran diccionario de Policía, si nos arriesgamos
a prejuzgar por su nombre: La Rousse y sobre todo, una rigurosa
selección de opúsculos de los miembros más
notorios de la Liga contra el abuso de tabaco.