UN GRINGO
Álvaro Yunque
Llegó de cualquier parte con rumbo a cualquier parte.
Checoslovaco o ruso, serbio o tano quizás;
Se hundió en la Patagonia y apareció en el Chaco,
Allí cavando pampas, selvas talando allá.
Fueron hachas y palas juguetes en sus puños,
Hecho en dos partes de hombre y otras dos de animal
Llevó en su enorme cuerpo, como el buey, un cerebro
Y en el cerebro, a punta de costumbre, grabada,
Esta sola palabra: Trabajar.
Y vivió trabajando.
El sol no le vio nunca vertical,
Siempre el lomo curvado sobre la tierra dura,
en posición supina de animal:
Un bruto de tres patas: la herramienta y dos piernas.
Sus ojos intentaban ser luz de humanidad,
No tuvo otra alegría que un acordeón, La luna
Del domingo a la noche lo oía balbucear;
Y en ella la dulzura de su instinto melódico,
refugio de su alma, se ensayaba en volar.
Al fin cayó en la urbe. Fue estibador, carrero,
peón de albañil, lava autos. ¡Trabajar, trabajar!
Y trabajando ocho horas, el sol ya pudo verlo vertical.
Y aprendió algunas cosas que lo hicieron casi hombre.
Hombre en tres partes de hombre y una aún de animal
Que miraba en los ojos al capataz o al amo.
Un amigo de pieza le enseñó a deletrear.
La indignación ahora, ya a veces, pocas veces,
sacaba punta y filo a su mirar.
Lo que no hicieron hielos del sur ni el sol del trópico
Lo hizo una fiebre: el gringo tuvo que descansar.
Tan solo una semana lo pasó descansando
Y enseguida: ¡de vuelta a trabajar!