JOSÉ
MARÍA DE PEREDA
Sotileza
(fragmento)
» A Andrés le parecían siglos los minutos
que llevaba corridos en aquel trance espantoso, tan nuevo
para él; y comenzaba a aturdirse y a desorientarse
entre el estruendo que le ensordecía; la blancura y
movilidad de las aguas, que le deslumbraban; la furia del
viento que azotaba su rostro con manojos de espesa lluvia;
los saltos vertiginosos de la lancha, y la visión de
su sepultura entre los pliegues de aquel abismo sin limites.
Sus ropas estaban empapadas en el agua de la lluvia y la muy
amarga que descendía sobre él después
de haber sido lanzada al espacio, como densa humareda, por
el choque de las olas; flotaban en el aire sus cabellos goteando,
y comenzaba a tiritar de frío. Ni intentaba siquiera
desplegar sus labios con una sola pregunta. ¿Para qué
esta inútil tentativa? ¿No lo llenaban todo,
no respondían a todo cuanto pudiera preguntar allí
la voz humana, los bramidos de la galerna?… »