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Sonetos varios
Shakespeare, Whilliam

WILLIAM
SHAKESPEARE

SONETOS

XXXI

Los
corazones que supuse muertos
pues me faltaban, a tu pecho ocupan;
en él reinan amor y sus virtudes
y los amigos que creí enterrados.
¡ Cuánta lágrima pía de mis ojos
robó el amor leal por esos muertos
que no son más que seres que han cambiado
de lugar y que yacen en ti ocultos!


eres la tumba donde vive amor;
de mis amores los trofeos te ornan;
cada uno te dio mi parte suya
y ahora es tuyo el bien que fue de muchos.

Veo
en ti las imágenes que amé:
soy tuyo entero pues las tienes todas.

XXXII

Si
a mis días colmados sobrevives,
y cuando esté en el polvo de la Muene
una vez más relees por ventura
los inhábiles versos de tu amigo,
con lo mejor de tu época compáralos,
y aunque todas las plumas los excedan,
guárdalos por mi amor, no por mis rimas,
superadas por hombres más felices.

Que
tu amor reflexione: «Si su Musa
crecido hubiera en esta edad creciente,
frutos más caros a su edad le diera,
dignos de incorporarse a tal cortejo:

pero
ha muerto; en poetas más notables
estilo buscaré y en él amor».

XXXIII

He
visto a la mañana en plena gloria
los picos halagar con su mirada,
besar con su oro las praderas verdes
y dorar con su alquimia arroyos pálidos;
y luego permitir el paso oscuro
de fieros nubarrones por su rostro,
y ocultarlo a la tierra abandonada
huyendo hacia occidente sin ventura.

Así
brilló mi sol, un día, al alba,
sobre mi frente, con triunfal belleza;
una hora no más lo he poseído
y hoy me lo esconden las aéreas nubes.

No
desdeñes mi amor: si el sol del cielo
se eclipsa, han de velarse los del mundo.

XXXIV

¿Por
qué me prometiste un día hermoso
y a viajar sin mi capa me obligaste,
si me dejaste sorprender por nubes
que en su bruma ocultaron tu destello?
No me basta que surjas de la niebla
y que la lluvia enjugues en mi rostro,
pues no ha de ponderar ninguno el bálsamo
que cicatriza pero no remedia.

Ni
tu vergüenza a mi dolor aplaca,
ni tu remordimiento a lo perdido:
del ofensor la pena poco alivia
a quien la cruz soporta del agravio.

Pero
tus lágrimas de amor son perlas
y su riqueza todo el mal rescata.

XXXV

No
te acongojes más por lo que has hecho;
fango y espina tienen fuente y rosa;
a la luna y al sol vela el eclipse;
vive el gusano en el capullo suave.
Todos cometen faltas, yo también
pues disculpo con símiles la tuya,
y por justificarte me corrompo
y excuso tus pecados con exceso.

A
tu yerro sensual le doy mi ayuda;
de opositor me vuelvo tu abogado
y comienzo a pleitear contra mí mismo.
Tanto el amor y el odio en mí combaten

que
no puedo dejar de ser el cómplice
del ladrón tierno que cruel me roba.

XXXVI

Déjame
confesar que somos dos
aunque es indivisible el amor nuestro,
así las manchas que conmigo quedan
he de llevar yo solo sin tu ayuda.
No hay más que un sentimiento en nuestro amor
si bien un hado adverso nos separa,
que si el objeto del amor no altera,
dulces horas le roba a su delicia.

No
podré desde hoy reconocerte
para que así mis faltas no te humillen,
ni podrá tu bondad honrarme en público
sin despojar la honra de iu nombre.

Mas
no lo hagas, pues te quiero tanto
que si es mío tu amor, mía es tu fama.

XXXVII

Como
un padre decrépito disfruta
al ver de su hijo las empresas jóvenes,
así yo, mutilado por la suene,
en tu lealtad y mérito me afirmo.
Pues sea la hermosura o el linaje,
el poder o el ingenio, uno o todos,
quien te corone con mejores títulos,
yo incorporo mi amor a esa riqueza.

Ni
pobre ni ofendido soy, ni inválido,
que basta la sustancia de tu sombra
para colmarme a mí con su opulencia,
y de una parte de tu gloria vivo.

Busca,
pues, lo mejor: te lo deseo;
seré feliz diez veces, si lo hallas.

XXXVIII

¿Cómo
puede buscar temas mi Musa
mientras tú alientas, que a mi verso infundes
tu dulce inspiración, harto preciosa
para exponerla en un papel grosero?
Agradécete a ti, si algo de mi obra
digno de leerse encuentra tu mirada:
¿quién tan mudo será que no te escriba
cuando tu luz aclara lo que inventa?


la décima Musa y sé diez veces
mejor que las antiguas invocadas,
y otorga a quien te invoque eternos versos
que sobrevivan a lejanos siglos.

Si
al futuro censor mi Musa encanta,
mía será la pena y tuyo el lauro.

XXXIX

¿Cómo
puedo elogiarte con modestia
cuando tú eres de mí la mejor parte?
¿Qué me puede otorgar mi propio elogio
y qué hago con tu elogio sino el mío?
Vivamos separados, y que pierda
su nombre de indiviso nuestro amor,
para que pueda darte, al separarnos,
lo que mereces tú, tú solamente.

¡Oh
ausencia, cuál sería tu suplicio,
si tu amarga quietud no nos dejara
burlar al tiempo en el amor pensando,
engaño dulce del pensar y el tiempo,

y
no enseñaras a hacer dos con uno,
aquí elogiando a quien está distante