Porque
yo no podía detener …
Emily Dickinson
Porque
yo no podía detener la muerte,
Bondadosa
se detuvo ante mí
En
el carruaje cabíamos sólo nosotras
Y
la inmortalidad.
Lentamente
avanzamos, sin apuro,
Yo
puse de lado
Mi
labor y mi ocio
Por
cortesía hacia ellas.
Pasamos
por la escuela, donde jugaban
En
el recreo del patio los niños.
Pasamos
por los serenos pastos del campo,
Pasamos
por la puesta de sol.
O,
más bien, él nos pasó,
El
rocío caía trémulo y frío,
Y
sólo de gasa era mi vestido
Mi
esclavina, sólo de tul.
Nos
detuvimos ante una casa que parecía
Una
protuberancia de la tierra,
El
techo apenas visible,
La
cornisa casi en el suelo.
Desde
entonces siglos pasaron, y aún
Me
parece más corto que aquel día
En
que por vez primera intuí
Que
las cabezas de los caballos
Apuntaban
a la eternidad.