Por amor
Marcelo D. Ferrer
La Plata, Buenos Aires, Argentina.
Amanece de embrujos una salinidad opaca.
Busca en el alba verse así misma
por el sol encantada,
para borrar la pena del que
ha quedado sin nada.
Renuente e imprecisa se adentra en su propia sisa.
Escarba por dentro del sonido de aquella risa
y busca los brazos que al alba la aferraban…
–¡Ya no está!
–Se ha marchado a los lúgubres
confines del averno
y le han tapado con lozas el día de su entierro.
La ira lava de su cara la otrora sonrisa de dama.
Las horas como lanzas hieren su tolerancia,
¡mordiendo bajo sus uñas! lamiéndole las entrañas.
Consuela su madre al salado ángel de lágrimas.
— ¡Calma!
–Borra aquello de impartir a Dios condena.
–Busca destellos que hagan pretérito este deambular incierto.
–Como cada mañana, ¡mírate a la cara!
ha pasado la hora de las revanchas…
–¿Que la parca lo ha cubierto todo de mortaja?
–¿Que como conjuro ha caído sobre ti la desgracia?
–¡Niña ¡ve! ¡lava tus lágrimas!
–Ponte rimel y un poco de tu loción barata,
que en pocos días habrás olvidado a ese que amabas.
Amanece de embrujos la salitre esquirla
que lleva clavada.
La niña no suelta la mano de su desgracia.
Es que lo amaba… ¡Lo amaba!
La mañana se asoma espiando tras las lomas.
La niña no amanece de gemidos, ya… ni estorba.
La niña está en su cama a solas,
blanca… inmaculada como sal piadosa,
tendida sobre un naufragio rojo cual si fuesen rosas.