Pobre
barquilla mia…
¡Pobre
barquilla mía,
entre peñascos rota,
sin velas desvelada,
y entre las olas sola!
¿Adónde
vas perdida?
¿Adónde, di, te engolfas?
Que no hay deseos cuerdos
con esperanzas locas.
Como
las altas naves,
te apartas animosa
de la vecina tierra,
y al fiero mar te arrojas.
Igual
en las fortunas,
mayor en las congojas,
pequeña en la defensas,
incitas a las ondas.
Advierte
que te llevan
a dar entre las rocas
de la soberbia envidia,
naufragio de las honras.
Cuando
por las riberas
andabas costa a costa,
nunca del mar temiste
las ira procelosas.
Segura
navegabas,
que por la tirra propia
nunca el peligro es mucho
adonde el agua es poca.
Verdad
es que en la patria
no es la virtud dichosa,
ni se estima la perla
hasta dejar la concha.
Dirás
que muchas barcas
con el favor en popa,
saliendo desdichadas,
volvieron venturosas.
No
mires los ejemplos
de las que van y tornan,
que a muchas ha perdido
la dicha de las otras.
Para
los altos mares
no llevas, cautelosa,
ni velas de mentiras,
ni remos de lisonjas.
¿Quién
te engañó, barquilla?
Vuelve, vuelve la proa:
que presumir de nave
fortunas ocasiona.
¿Qué
jarcias te entretejen?
¿Qué ricas banderolas
azote son del viento
y de las aguas sombra?
¿
en qué gavia descubres,
del arbol alta copa,
la tierra en perspectiva,
del mar incultas orlas?
¿En
qué celajes fundas
que es bien echar la sonda,
cuando, perdido el rumbo,
erraste la derrota?
Si
te sepulta arena,
¿qué sirve fama heroica?
Que nunca desdichados
sus pensamientos logran.
¿Qué
importa que te ciñan
ramas verde o rojas,
que en selvas de corales
salados cesped brota?
Laureles
de la orilla
solamente coronan
navíos de alto bordo
que jarcias de oro adornan.
No
quieras que yo sea,
por tu soberbia pompa,
Faetonte de barqueros
que los laureles lloran.
Pasaron
ya los tiempos
cuando, lamiendo rosas,
el céfiro bullía
y suspiraba aromas.
Ya
fieros huracanes
tan arrogantes soplan
que, salpicando estrellas,
del sol la frente mojan.
Ya
los valientes rayos
de la vulcana forja,
en vez de torres altas,
abrasan pobres chozas.
Contenta
con tus redes,
a la playa arenosa
mojado me sacabas;
pero vivo, ¿qué importa?
Cuando
de rojo nácar
se afeitaba la aurora,
más peces te llenaban
que ella lloraba aljófar.
Al
bello sol que adoro
enjuta ya la ropa,
nos daba una cabaña
la cama de sus hojas.
Esposo
me llamaba,
yo la llamaba esposa,
parándose de envidia
la celestial antorcha.
Sin
pleito, sin disgusto,
la muerte nos divorcia;
¡ay de la pobre barca
que en lágrimas se ahoga!
Quedad
sobre la arena,
inútiles escotas,
que no ha menester velas
quien a su bien torna.
Si
con eternas plantas
las fixas luces doras,
¡oh dueño de mi barca!,
y en dulce paz reposas.
Merezca
que le pidas
al bien que eterno gozas
que adonde estás me lleve,
más pura y más hermosa.
Mi
honesto amor te obligue,
que no es digna victoria
para quejas humanas
ser las deidades sordas.
Mas,
¡ay!, que no me escuchas.
pero la vida es corta:
viviendo, todo falta;
muriendo, todo sobra.
Lope
de Vega