JUAN MELENDEZ VALDÉS
Las flores
Naced, vistosas flores,
Ornad el suelo, que lloró desnudo
So el cetro helado del invierno rudo,
Con los vivos colores,
En que matiza vuestro fresco seno
Rica naturaleza.
Ya ríe mayo, y céfiro sereno
Con deliciosos besos solicita
Vuestra sin par belleza,
Y el rudo broche a los capullos quita.
Pareced, pareced, o del verano
Hijas y la alma Flora,
Y al nacarado llanto de la aurora
Abrid el cáliz virginal: ya siento,
Ya siento en vuestro aroma soberano,
Divinas flores, empapado el viento;
Y aspira la nariz y el pecho alienta
Los ámbares que el prado les presenta
Do quiera liberal. ¡O! ¡qué infinita
Profusión de colores
La embebecida vista solicita!
¡Qué magia! ¡qué primores
De subido matiz, que anhela en vano
Al lienzo trasladar pincel liviano!
Con el arte natura
A formaros en una concurrieron,
Galanas flores, y a la par os dieron
Sus gracias y hermosura.
Mas ¡ah! que acaso un día
Acaba tan pomposa lozanía,
Imagen cierta de la suerte humana.
Empero más dichosas,
Si os roba, flores, el ferviente estío,
Mayo os levanta del sepulcro umbrío,
Y a brillar otra vez nacéis hermosas.
Así, o jazmín, tu nieve
Ya a lucir torna aunque en espacio breve
Entre el verde agradable de tus ramas,
Y con tu olor subido
Parece que amoroso
A las zagalas que te corten clamas,
Para enlazar sus sienes venturoso.
Mientras el clavel en púrpura teñido
En el flexible vástago se mece,
Y oficioso desvelo a la belleza,
A Flora y al Amor un trono ofrece
En su globo encendido,
Hasta que trasladado
A algún pecho nevado,
Mustio sobre él desmaya la cabeza
Y el cerco encoge de su pompa hojosa.
Y la humilde violeta, vergonzosa
Por los valles perdida
Su modesta beldad cela encogida;
Mas el ámbar fragrante
Que le roba fugaz mil vueltas dando
El aura susurrante,
En él sus vagas alas empapando,
Descubre fiel do esconde su belleza.
Orgullosa levanta la cabeza
Y la vista arrebata
Entre el vulgo de flores olorosas
El tulipán, honor de los vergeles;
y en galas emulando a los claveles,
Con faxas mil vistosas
De su viva escarlata
Recama la riquísima librea.
Pero ¡ah! que en mano avara le escasea
Cruda Flora su encienso delicioso,
Y solo así a la vista luce hermoso.
No tú, azucena virginal, vestida
Del manto de inocencia en nieve pura
Y el cáliz de oro fino recamado;
No tú, que en el aroma más preciado
Bañando tu hermosura,
A par los ojos y el sentido encantas,
De los toques mecida
De mil lindos Amores,
Que vivaces codician tus favores,
¡O como entre sus brazos te levantas!
¡Como brilla del sol al rayo ardiente
Tu corona esplendente!
¡Y qual en torno cariñosas vuelan
Cien mariposas, y en besarte anhelan!
Tuyo, tuyo seria,
O azucena, el imperio sin la rosa,
De Flora honor, delicia del verano,
Que en fugaz plazo de belleza breve
Su cáliz abre al apuntar el día,
Y en púrpura bailada el soberano
Cerco levanta de la frente hermosa.
Su aljófar nacarado el alba llueve
En su seno divino;
Febo la enciende con benigna llama,
Y le dio Citerea
Su sangre celestial, cuando afligida
Del bello Adonis la espirante vida,
Que en débil voz la llama,
Quiso acorrer; y del fatal espino
Ofendida ¡o dolor! la planta bella
De púrpura tiño la infeliz huella.
Codíciala Cupido
Entre las flores por la más preciada,
Y la nupcial guirnalda que ciñera
A su Phiquis amada,
De rosas fue de su pensil de Gnido;
Y el tálamo feliz también de rosa,
Donde triunfó y gozó, cuando abrasado
En su llama dichosa
Tierno exclamó en sus brazos desmayado:
Hoy, bella Phiquis, por la vez primera
Siento que el Dios de las delicias era.
¡O reina de las flores!
¡Gloria del mayo! ¡venturoso fruto
Del llanto de la aurora!
Salve ¡rosa divina!
Salve, y ve, llega a mi gentil pastora
A rendirle el tributo
De tus suaves odores,
Y humilde a su beldad la frente inclina.
Salve ¡divina rosa!
Salve, y dexa que viéndote en su pecho
Morar ufana, y por su nieve pura
Tus frescas hojas derramar segura,
Loco envidie tu suerte venturosa,
Y anhele en ti trocado
Sobre él morir en ámbares deshecho:
Me aspirará su labio regalado.