LA
CIUDAD SIN NOMBRES
(dedicado a mi ciudad natal)
Podrá
el alba recordar
entre tus marchitas páginas,
lúgubres por el almanaque,
la magneficencia de tu nombre.
Que
diría hoy el poeta
de tus excelsos parajes,
que tristeza la del abuelo
que reposa ante su nieto,
o la del verbo brillar
que ante ti declina su significado.
Aquel
que nunca te vió,
podrá resignar su alma
a un mundo de ruinas y musgos,
pero nunca podrás nublar
el alma de un padre,
aquel que con sus hijos acuestas
hará un inevitable viaje al pasado,
y vivirá en ellos, nuevamente,
la enigmática presencia de tus márgenes.
Ya
nada es igual.
No sabe el sol salir por el este,
y el furgor de la luna, no brilla
en tus moradas como antaño.
Que
habrá sido de mi pupitre,
de mi amado pupitre,
o de aquella ventana, por la
que soliamos echar a volar
nuestros sueños de adolescente,
que susto el de cupido, al
visitar aquel lugar donde
de sus manos recibí el primer
imparto. Y las rosas, aquellas
rosas rojas que de tus entrañas brotaban,
no tienen hoy el mismo perfume,
ni tus aguas son tus aguas.
Ya no tengo siquiera el privilegio
de caminar sobre ellas, sobrio
y atónito ante el explendor de tus valles.
Sin embargo sigues siendo bella,
brillos nuevos que a veces solapan
y olvidan todo aquello que una vez tuvo luz.
A
veces pienso que no eres la misma
carpa que alberga mis juegos infantiles,
y me doy cuenta que sangras vida mía,
sangras y tu plasma, es el néctar de muchos
enanos del tiempo que contigo desmoronan
sus memorias.
Temo
que ya de tí no se cante,
y que en el tapiz la tinta fluya
para plasmar quizás, que allí, donde
mi cuerpo se hizo gigante,
es hoy, simplemente, una ciudad
sin nombres.
Pedro Javier Oramas Tapanes, de
Matanzas, Cuba