Himno a la Inmortalidad
¡ Salve, llama creadora del mundo,
lengua ardiente de eterno saber,
puro germen, principio fecundo
que encadenas la muerte a tus pies!
Tú la inerte materia espoleas,
tú la ordenas juntarse y vivir,
tú su lodo modelas, y creas
miles seres de formas sin fin.
Desbarata tus obras en vano
vencedora la muerte tal vez;
de sus restos levanta tu mano
nuevas obras triunfante otra vez.
Tú la hoguera del sol alimentas,
tú revistes los cielos de azul,
tú la luna en las sombras argentas,
tú coronas la aurora de luz.
Gratos ecos al bosque sombrío,
verde pompa a los árboles das,
melancólica música al río,
ronco grito a las olas del mar.
Tú el aroma en las flores exhalas,
en los valles suspiras de amor,
tú murmuras del aura en las alas,
en el Bóreas retumba tu voz.
Tú derramas el oro en la tierra
en arroyos de hirviente metal;
tú abrillantas la perla que encierra
en su abismo profundo la mar.
Tú las cárdenas nubes extiendes,
negro manto que agita Aquilón;
con tu aliento los aires enciendes,
tus rugidos infunden pavor.
Tú eres pura simiente de vida,
manantial sempiterno del bien;
luz del mismo Hacedor desprendida,
juventud y hermosura es tu ser.
Tú eres fuerza secreta que el mundo
en sus ejes impulsa a rodar;
sentimiento armonioso y profundo
de los orbes que anima tu faz.
De tus obras los siglos que vuelan
incansables artífices son,
del espíritu ardiente cincelan
y embellecen la estrecha prisión.
Tú, en violento, veloz torbellino,
los empujas enérgica, y van;
y adelante en tu raudo camino
a otros siglos ordenas llegar.
Y otros siglos ansiosos se lanzan,
desaparecen y llegan sin fin,
y en su eterno trabajo se alcanzan,
y se arrancan sin tregua el buril.
Y afanosos sus fuerzas emplean
en tu inmenso taller sin cesar,
y en la tosca materia golpean,
y redobla el trabajo su afán.
De la vida en el hondo Oceano
flota el hombre en perpetuo vaivén,
y derrama abundante su mano
la creadora semilla en su ser.
Hombre débil, levanta la frente,
pon tu labio en su eterno raudal;
tú serás como el sol en Oriente;
tú serás, como el mundo, inmortal.
José
de Espronceda