EPISTOLA A BATILO
Verdes campos, florida y ancha vega,
donde Bernesga próvido reparte
su onda cristalina; alegres prados,
antiguos y altos chopos, que su orilla
bordáis en torno, ¡ah, cuánto gozo, cuánto
a vuestra vista siente el alma mía!
¡Cuán alegres mis ojos se derraman
sobre tanta hermosura! ¡Cuán inquietos,
cruzando entre las plantas y las flores,
ya van, ya vienen por el verde soto
que al lejano horizonte dilatado
en su extensión y amenidad se pierde!
Ora siguen las ondas transparentes
del ancho río, que huye murmurando
por entre las sonoras piedrezuelas;
ora de presto impulso arrebatados
se lanzan por las bóvedas sombrías
que a lo largo del soto, entretejiendo
sus copas, forman los erguidos olmos,
y mientras van acá y allá vagando,
la dulce soledad y alto silencio
que reina aquí, y apenas interrumpen
el aire blando y las canoras aves,
de paz mi pecho y de alegría inundan.
¿Y hay quien de sí y vosotros olvidado
viva en afán o muera en el bullicio
de las altas ciudades? ¿Y hay quien, necio,
del arte las bellezas anteponga,
nunca de ti, oh Natura, bien copiadas,
a ti, su fuente y santo prototipo?
¡Oh ceguedad, oh loco devaneo,
oh míseros mortales! Suspirando
vais de contino tras la dicha, y mientras
seguís ilusos una sombra vana
os alejáis del centro que la esconde.
¡Ah! ¿dónde estás, dulcísimo Batilo,
que no la vienes a gozar conmigo
en esta soledad? Ven en su busca
do sin afán probemos de consuno
tan süaves delicias: corre, vuela,
y si la sed de más saber te inflama,
no creas que entre gritos y contiendas
la saciarás. ¡Cuitado!, no lo esperes,
que no escondió en las aulas rumorosas
sus mineros riquísimos Sofía.
Es más noble su esfera: el universo
es un código; estúdiale, sé sabio.
Entra primero en ti, contempla, indaga
la esencia de tu ser y alto destino.
Conócete a ti mismo, y de otros entes
sube al origen. Busca y examina
el orden general, admira el todo,
y al Señor en sus obras reverencia.
Estos cielos, cual bóveda tendidos
sobre el humilde globo, esa perenne
fuente de luz, que alumbra y vivifica
toda la creación, el numeroso
ejército de estrellas y luceros,
a un leve acento de su voz sembrados,
cual sutil polvo en la región etérea;
la luna en torno presidiendo augusta
de su alto carro a la callada noche;
esta vega, estos prados, este hojoso
pueblo de verdes árboles, que mueve
el céfiro con soplo regalado;
ésta, en fin, varia y majestuosa escena,
que de tu Dios la gloria solemniza,
a sí te llama y mi amistad alienta.
Ven, pues, Batilo, y a su santo nombre
juntos cantemos incesantes himnos
en esta soledad. Aquí un alcázar,
cuyo cimiento baña respetuoso
el río, y cuyas torres eminentes
a herir se atreven las sublimes nubes,
ofrece asilo a la virtud, que humilde
en él se oculta y vive respetada.
Huyendo un día del liviano mundo,
halló tranquilo, inalterable albergue
entre los hijos del patrón de España,
que adornados de blancas vestiduras
y la cruz roja en los ilustres pechos
llevando, aquí sus leyes reconocen,
y a Dios entonan santas alabanzas,
perenne incienso enviando hasta su trono.
¡Ah!, si no es dado a nuestra voz, Batilo,
turbar su trono con profano acento,
ven, y en silencio al Padre Omnipotente
humilde y pura adoración rindamos.
Después iremos a gozar, subidos
en el alto terrero, de la escena
noble y augusta que se ofrece en torno.
De allí verás el tortüoso giro
con que el Bernesga la atraviesa, y cómo,
su corriente por ella deslizando,
ora se pierde en la intrincada selva,
cual de su sombra y soledad ansioso,
ora en mil arroyuelos dividido,
isletas forma, cuyo breve margen
va de rocío y flores guarneciendo.
Después reúne su caudal, y cuando,
robadas ya las aguas del Torío,
baña orgulloso los lejanos valles,
súbito llega do sediento el Esla
sus claras ondas y su nombre traga.
Allí Naturaleza solemniza
tan rica unión, poblando todo el suelo
de verdor y frescura. Verás cómo
buscan después al órbigo, que a ellos
corre medroso, huyendo de su puente,
del celebrado puente que algún día
tembló a los botes de la fuerte lanza
con que su paso el paladín de Asturias
de tantos caballeros catalanes,
franceses y lombardos defendiera.
Aún dura en la comarca la memoria
de tanta lid, y la cortante reja
descubre aún por los vecinos campos
pedazos de las picas y morriones,
petos, caparazones y corazas,
en los tremendos choques quebrantados.
Mas si el amor patriótico te inflama
y de otro tiempo los gloriosos timbres
te place recordar, sígueme, y juntos
observemos la cumbre venerable
de los montes de Europa, el ardua cumbre
do nunca pudo el vuelo victorioso
de las romanas águilas alzarse,
que si ambicioso, sin ganarla, quiso
dar al orbe la paz un día Octavio,
cuando triunfara de su humilde falda,
su paso ella detuvo, y, no rendida,
ella fijó los términos del mundo.
Ve allí también do un día se acogiera
del árabe acosado el pueblo ibero,
su cuello al yugo bárbaro negando.
¡Oh venerable antemural! ¡Oh tiempo
de horror y de tumulto! ¡Oh gran Pelayo!
¡Oh valientes astures! A vosotros
su gloria debe y libertad la patria.
A vosotros la debe, y sin el triunfo
de vuestro brazo, el valle, do fogosa
mi canto enciende la española musa,
fuera para un tirano berberisco
hoy por sus fuertes hijos cultivado,
y la dorada mies para sustento
de un puebla esclavo y vil en él creciera.
De infamia tal salvóla vuestro esfuerzo:
de vuestro brazo a los mortales golpes
cayó aterrado el fiero mauritano;
su sangre inundó el suelo, y con las aguas
del Bernesga mezclada, llevó al hondo
océano su afrenta y vuestra gloria.
Ven, pues, Batilo, ven, y tu morada
por este valle mágico trocando,
la vana ciencia, la ambición y el lujo
a los livianos pechos abandona,
y el tuyo, no, para ellos no nacido,
con tan gratas memorias alimenta.
Gaspar Melchor de Jovellanos