ELEGIA A LA AUSENCIA DE MARINA
Corred sin tasa de los ojos míos,
¡oh lágrimas amargas!, corred libres
de estos míseros ojos, que ya nunca,
como en los días de contento y gloria,
recrearán las gracias de Marina.
Corred sin tasa, y del cuitado Anselmo
regando el pecho dolorido y triste,
corred hasta inundar la yerta tierra
que antes Marina honraba con su planta.
¡Ay! ¿Dó te lleva tu maligna estrella,
infeliz hermosura? ¿Dónde el hado,
conmigo ahora adverso y rigoroso,
quiere esconder la luz de tu belleza?
¿Quién te separa de los dulces brazos
de tu Anselmo, Marina desdichada?
¿Quién, de amargura y palidez cubierto
el rostro celestial, suelto y sin orden
el hermoso cabello, triste, sola,
y a mortales congojas entregada,
de mi lado te aleja y de mi vista?
Terrible ausencia, imagen de la muerte,
tósigo del amor, fiero cuchillo
de las tiernas alianzas, ¿quién, oh cruda,
entre dos almas que el amor unía
con vínculos eternos, te interpuso?
¿Y podrá Anselmo, el sin ventura Anselmo,
en cuyo blando corazón apenas
caber la dicha y el placer podían,
podrá sobrevivir al golpe acerbo
con que cruel tu brazo le atormenta?
¡Ah! ¡Si pudiera en este aciago instante,
sobre las alas del amor llevado,
alcanzarte, Marina, en el camino!
¡Ay! ¡Si le fuera dado acompañarte
por los áridos campos de la Mancha,
siguiendo el coche en su veloz carrera!
¡Con cuánto gusto al mayoral unido
fuera desde el pescante con mi diestra
las corredoras mulas aguijando!
¡O bien, tomando el traje y el oficio
de su zagal, las plantas presuroso
moviera sin cesar, aunque de llagas
mil veces el cansancio las cubriese!
¡Con cuánto gusto a ti de cuando en cuando
volviera el rostro de sudor cubierto,
y tan dulce fatiga te ofreciera!
¡Ah! ¡Cuán ansioso alguna vez llegara,
envuelto en polvo, hasta tu mismo lado,
y subiendo al estribo te pidiera
que con tu blanca mano mitigases
el ardor de mi frente, o con tus labios
dieses algún recreo a mis fatigas!
Gaspar Melchor de Jovellanos