EL
VELO DE GASA
Julián del casal
Frente a su
lecho solitario, un poeta melancólico que llevaba los
sueños en la mente y las canciones más tiernas
en el corazón, tenía prendido, con alfileres
de oro, coronados de perlas, el largo velo de gasa pálida
guarnecido de encajes que ondeaba, al soplo del viento, como
una bandera de soldado vencedor.
Un día,
al entrar en su habitación, le pregunté:
-¿De
quién es ese velo?
-Es de la mujer,
es la única mujer que he amado en el mundo.
Viendo que
el silencio plegaba sus labios y que una lágrima pendía
de sus párpados, como una gota de rocío del
cáliz de una flor, me atreví a decirle.
-¿Es
que no os amaba?
-Algo peor
que eso.
-¿Ha
muerto acaso?
-Hace dos años.
Fijando mis
ojos en el largo velo de gasa pálida, guarnecido de
encajes, que el poeta tenía prendido, con alfileres
de oro, coronados de perlas, frente a su lecho solitario,
me pareció entonces, más que bandera triunfante,
el sudario de un pobre moribundo, ansioso de amortajarse entre
sus pliegues fríos, transparentes y sedosos.
La Discusión,
12 de marzo de 1890, Año II, Núm. 225.
[En Prosas,
tomo III]