El fauno
STEPHAN MALLARMÉ
¡Estas ninfas quisiera perpetuarlas!
Tan claro,
su ligero encarnado, que en el aire revuela
abatido de espeso letargo.
¿Amaba un sueño?
Montón de antigua noche, mi duda ha terminado
en mucha rama tenue que, habitando las mismas
florestas, prueba, ¡ay!, que sólo me ofrecía
como triunfo la falta ideal de las rosas.
Reflexionemos…
Si las mujeres que glosas
un anhela semejan de tus sentido pródigos,
la ilusión, fauno, escapa de los ojos azules
y fríos, tan llorosa fuente de la más casta:
mas la otra, en suspiros, ¿dices tú que contrasta
como brisa del día cálida en tu toisón?
¡Qué no! por el inmóvil y cansado desmayo
de calor sofocando la matinal frescura,
no murmura agua alguna que no vierta mi flauta
al otero rociado de acordes; sólo el aire
pronto a exhalarse fuera de los dos tubos, antes
que disperse el sonido en infecunda lluvia,
es, en el horizonte de línea perfecta,
el invisible y sereno aliento artificial
de toda inspiración que hasta el cielo retorna.
Oh ribas sicilianas de un sereno pantano
Que en lucha con los soles mi vanidad despoja,
Tácitas bajo flores de centellas, DECID
Que yo cortaba aquí huecos juncos domados
por el talento; y sobre el oro de los sotos
lejanos, consagrando su viña a las fontanas,
ondula una blancura animal en reposo:
y que, al preludio lento donde nacen las flautas,
vuelo de cisnes, ¡no!, de náyades se escapa
o hunde…
Inerte, todo arde en la hora encendida,
sin decir por cual arte en conjuro partieron
tanto ansiados hímenes por la que busca el la:
me levantaré, ¡lirios!, al naciente fervor,
recto y solo, bajo hondas antiguas de fulgor,
seré uno de vosotros para la ingenuidad.
Sólo esta nada dulce por su labio anunciada,
el beso, calladamente, perfidias asegura,
mi pecho virginal muestra una mordedura
misteriosa, legado de algún augusto diente;
¡ya basta! arcano tal optó por confidente,
junco basto y gemelo bajo el azul sonando:
que, desviando hacia sí la turbada mejilla,
sueña, en un solo largo, que nosotros gozamos
la belleza en redor llena de confusiones
falsas entre sí mismas y nuestro canto crédulo
y de lograr, tan alto como amor se modula,
desvanecer del sueño ordinario de flanco
o dorso puro, ciega mi vista que los sigue,
una sonora, vana y monótona línea.
¡Quieres, pues, instrumento de fugas, oh maligna
siringa, florecer en el lago aguardándome!
Con mi rumor altivo quiero hablar largo tiempo
de las diosas; y, por idólatras pinturas,
despojar todavía cinturas a su sombra:
así, cuando a las vides la claridad succiono,
desterrando un dolor por la mentira aislado,
alzo, riente, el exhausto racimo al cielo estivo
y soplando en sus pieles brillantes, de embriaguez
ávido, hasta el ocaso yo miro a su trasluz.
Oh ninfas, rebasemos los múltiples RECUERDOS.
«Mis ojos, horadando los juncos, asestaban
cada talle inmortal que hunde fuego en las ondas
con un grito de rabia al cielo de la fronda;
y el espléndido baño de cabellos huía
en estremecimiento y brillos, ¡pedrerías!
Corro; cuando a mis pies se enredan (afligidas
de languidez gustada en el mal de ser dos)
entre sus solos brazos las durmientes casuales
yo, sin desenlazarlas, las arrebato y hurto,
odiado por la frívola sombra, hasta el macizo
de rosas que desecan todo perfume al sol
donde nuestro ardor sea como el día extinguido».
¡Yo te adoro, enfado de vírgenes, delicia
feroz del sacro cuerpo desnudo que resbala
y huye a mi ardiente labio en destello agitado!
el espanto secreto que brota de la carne:
de los pies de la cruel al pecho de la tímida,
que abandona a la vez una inocencia, húmeda
de loco llanto o menos afligidos vapores.
«Mi crimen es haber, feliz de vencer miedos
traidores, separado intrincados cabellos
de besos que los dioses guardaban confundidos,
pues iba apenas para velas ardiente risa
tras los pliegues felices de una sola (guardando
con dedo simple para que su candor de pluma
se tiñera del gozo de su hermana que enciéndese,
la pequeña, cándida y sin ruborizarse:)
que de mis brazos rotos por las muertes inciertas
como una presa siempre ingrata se libera
sin piedad del sollozo del que aún ebrio estaba».
¡Tanto peor! la dicha de otras me arrastrará
por su trenza a los cuernos de mi frente sujeta:
tú sabes, pasión mía, que, púrpura madura,
cada granada estalla con murmullo de abejas,
y nuestra sangre, amando a quien viene a cogerla,
fluye por el eterno enjambre del deseo.
A la hora en que el bosque muere en oro y cenizas,
una fiesta se exalta en muriente follaje:
¡Etna! es en tu redor, visitado por Venus,
en tu lava posando sus talones ingenuos,
cuando retumba un sueño donde expira la llama.
¡Tengo la reina!
¡Oh, cierto castigo…!
Mas el alma,
de palabras vacante y este cuerpo aturdido,
sucumben a la fiera calma del mediodía;
sin más, fuerza es dormir en el blasfemo olvido,
en la sedienta arena yaciendo, ¡pues me place
abrir la boca al astro eficaz de los vinos!
Adiós, oh par; veré la sombra en que os volvéis.