EL
COMBATE
Cairvar yace adormido
y tiene junto a sí lanza y escudo,
y
relumbra su yelmo
claro
a la llamarada reluciente
de
un tronco carcomido
casi
despojo de la llama ardiente,
mitad
dél a cenizas reducido.
«Levántate,
Cairvar, Oscar le grita.
Cual
hórrida tormenta
eres
tú de temer, mas yo no tiemblo:
desprecio
tu arrogancia y osadía;
la
lanza apresta y el escudo embraza,
álzate
pues, que Oscar te desafía».
Cual
en noche serena
súbito
amenazante, inmensa nube
la
turbulenta mar de espanto llena,
se
levanta Cairvar, alto cual roca
de
endurecido hielo.
«¿Quién
osa del valiente,
en
voz tronante grita,
ora
turbar el sueño, y quién irrita
la
cólera a Cairvar omnipotente?»
«Vigoroso
es tu brazo en la pelea,
rey
de la mar de aurirrolladas olas,
Oscar
de negros ojos le responde,
hará
ceder tu indómita pujanza».
Como
el furor del viento proceloso
ondas
con ondas con bramido horrendo
estrella
impetuoso,
los
guerreros ardiendo se arremeten
y
fieros se acometen.
Chispea
el hierro, la armadura suena,
al
rumor de los golpes gime el viento,
y
su son, dilatándose violento,
al
ronco monte atruena.
Cayó
Cairvar como robusto tronco
que
tumba el leñador al golpe rudo
de
hendiente hacha pesada
y
cayó derribada
su
soberbia fiereza,
y
su insolente orgullo y aspereza.
Mas
¡ay! que moribundo
Oscar
yace también: ¡triste Malvina!
aún
no los bellos ojos apartaste
del
bosque aquel que le ocultó a tu vista,
y
del último adiós aún no enjugaste
las
lágrimas hermosas,
tú
más dulce a tu Oscar que las sabrosas
auras
de la mañana,
siempre
sola estarás; si entre las selvas
pirámide
de hielo
reverbera
a la luna,
en
tu ilusión dichosa
figurarás
tu amante,
pensando
ver su cota fulgorosa;
pasará
tu delirio
y
verterás el llanto de amargura
sola
y desconsolada…
«¡Ay!
¡Oscar pereció!» gemirá el viento
al
romper la alborada,
y
al ocultar el sol la sombra oscura
de
la noche callada.
José
de Espronceda