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El alma del payador
Obligado, Rafael

EL
ALMA DEL PAYADOR
SANTOS
VEGA

Cuando
la tarde se inclina

sollozando al occidente,

corre una sombra doliente

sobre la pampa argentina.

Y cuando el sol ilumina

con luz brillante y serena

del ancho campo la escena,

la melancólica sombra

huye besando su alfombra

con el afán de la pena.

Cuentan los criollos del suelo

que, en tibia noche de luna,

en solitaria laguna

para la sombra su vuelo;

que allí se ensancha, y un velo

va sobre el agua formando,

mientras se goza escuchando

por singular beneficio,

el incesante bullicio

que hacen las olas rodando.

Dicen que, en noche nublada,

si su guitarra algún mozo

en el crucero del pozo

deja de intento colgada,

llega la sombra callada

y, al envolverla en su manto,

suena el preludio de un canto

entre las cuerdas dormidas,

cuerdas que vibran heridas

como por gotas de llanto.

Cuentan que, en noche de aquéllas

en que la Pampa se abisma

en la extensión de sí misma

sin su corona de estrellas,

sobre las lomas más bellas,

donde hay más trébol risueño,

luce una antorcha sin dueño

entre una niebla indecisa,

para que temple la brisa

las blandas alas del sueño.

Mas, si trocado el desmayo

en tempestad de su seno;

estalla el cóncavo trueno,

que es la palabra del rayo,

hiere al ombú de soslayo

rojiza sierpe de llamas,

que, calcinando sus ramas,

serpea, corre y asciende,

y en la alta copa desprende

brillante lluvia de escamas.

Cuando, en las siestas de estío,

las brillazones remedan

vastos oleajes que ruedan

sobre fantástico río,

mudo, abismado y sombrío,

baja un jinete la falda

tinta de bella esmeralda,

llega a las márgenes solas…

¡y
hunde su potro en las olas,

con la guitarra a la espalda!

Si entonces cruza a lo lejos,

galopando sobre el llano

solitario, algún paisano,

viendo al otro en los reflejos

de aquel abismo de espejos,

siente indecibles quebrantos,

y, alzando en vez de sus cantos

una oración de ternura,

al persignarse murmura:

«-¡El
alma del viejo Santos!»

Yo, que en la tierra he nacido

donde ese genio ha cantado,

y el pampero he respirado

que al payador ha nutrido,

beso este suelo querido

que a mis caricias se entrega,

mientras de orgullo me anega

la convicción de que es mía

¡la
patria de Echeverría,

la tierra de Santos Vega!