DOLORAS
¿Conque
una buena dolora
me pides, Juana, tan llena
de candor?
Tal vez tu conciencia ignora
que será, si es la más buena,
la peor.
¿Te he de alabar, fementido,
desventuradas venturas
que gocé,
y amores que he aborrecido,
e inagotables ternuras
que agoté?
Perdona si en mis doloras
siempre mi pecho destila
la ansiedad
de unas sombras vengadoras
que asalten mi no tranquila
soledad.
Jamás en ellas escrito
dejaré, imbécil o loco,
el error
de que el bien es infinito,
ni que es eterno tampoco
el amor.
Bueno es que, aunque terrenales,
nuestras venturas amemos,
pero ¡ah!
bienes de acá son mortales;
¡la dicha y el bien supremos
son de allá!
¡Qué inconsolables cuidados
da el ver desde la rendida
senectud,
los tesoros disipados
de la por siempre perdida
juventud!
¡Qué manantial más fecundo
de engañosas esperanzas
es amor!
¡Qué doctor es tan profundo
en útiles enseñanzas
el dolor!
¡Cuán ciego el amor, cuán ciego,
falta al deber más sagrado!
Y es de ver
cómo al amor faltan luego
los que primero han faltado
al deber.
¡Pérfido amor, y cuál huye
tras los primeros momentos
del ardor!
¡Santa amistad, que concluye
por cumplir los juramentos
del amor!
Siento a fe que esta dolora
hiera, Juana, tu ternura,
mas ya ves
que toda dicha de ahora
es siempre la desventura
de después.
Por eso, olvidado, quiero
ya sólo el eterno olvido
esperar;
aunque del mundo en que espero,
más siento el haber venido
que el marchar.
Hasta de mí, el pensamiento
hastiado y arrepentido
del vivir,
huye cual remordimiento
que del crimen cometido
quiere huir.
Aunque, de dolor ajenos,
la vida ven placentera
los demás,
si la despreciara menos,
yo acaso la aborreciera
mucho más.
Deja ya, corazón mío,
cuanto encuentras deleitable,
sin saber
que al gozar mueres de hastío,
galeote miserable
del placer.
¡La vida! ¡Cuán fácil fuera
sus más aciagos momentos
soportar,
si en el pecho se pudiera
algunos remordimientos
enterrar!
Mas ¡ay! Juana encantadora,
¡cuál de espanto retrocede
tu candor,
al mirar que esta dolora,
si es buena, tampoco puede
ser peor!
Y es que derramo sincero
de mi dolor la medida
sin querer,
siempre que las aguas quiero
de mi soñolienta vida
remover.
Ya, cual todo penitente
en el lodo derribado
por su cruz,
me agito impacientemente
por revolverme hacia el lado
de la luz.
Yo antes vivir anhelaba,
mas hoy morir sólo fuera
mi ilusión,
si estuviese como estaba
el día de mi primera
comunión.
¡Juana! el respeto adoremos
que aun nos liga complaciente
al deber,
y los lazos desatemos
que habrá el tiempo tristemente
de romper.
¿A qué esperar a mañana
en dejar esto, y de aquello
en huir,
si aunque tú lo sientas, Juana,
lo que no dejemos, ello
se ha de ir?
Al fin, de tu santo celo
las huellas de buena gana
sigo fiel.
Cuando va el perfume al cielo,
todo lo que siente, Juana
va con él.
Ya en mi inútil existencia,
sólo el ímpetu modero
del dolor
con paciencia y más paciencia,
ese valor verdadero
del valor.
Y hoy que humilde, si antes tierno,
sus culpas el alma mía
va a expiar,
¡perdóname, Dios eterno!
¡entonces ¡ay! no sabía
sino amar!
Ya en nada inmutable creo
más que en Dios Omnipotente,
y también
en que engaña mi deseo
por llevarme más clemente
hacia el bien.
¡Sí! me lleva al bien cumplido
que busco cual nunca fuerte,
pues ya sé
que, aunque todo me ha vencido,
hoy venceré hasta la muerte
con la fe.
Y adiós, Juana, que extasiado,
del supremo bien que anhelo
voy en pos.
¿Quién será el desventurado
que sólo mirando el cielo
no halle a Dios?…
RAMÓN
DE CAMPOAMOR