De
Nieve
Julián del Casal
La
agonía de Petronio
Tendido
en la bañera de alabastro
donde
serpea el purpurino rastro
de
la sangre que corre de sus venas,
yace
Petronio, el bardo decadente,
mostrando
coronada la ancha frente
de
rosas, terebintos y azucenas.
Mientras
los magistrados le interrogan,
sus
jóvenes discípulos dialogan
o
recitan sus dáctilos de oro,
y
al ver que aquéllos en tropel se alejan
ante
el maestro ensangrentado dejan
caer
las gotas de su amargo lloro.
Envueltas
en sus peplos vaporosos
y
tendidos los cuerpos voluptuosos
en
la muelle extensión de los triclinios,
alrededor,
sombrías y livianas,
agrúpanse
las bellas cortesanas
que
habitan del imperio en los dominios.
Desde
el baño fragante en que aún respira,
el
bardo pensativo las admira,
fija
en la más hermosa la mirada
y
le demanda, con arrullo tierno,
la
postrimera copa de falerno
por
sus marmóreas manos escanciada.
Apurando
el licor hasta las heces,
enciende
las mortales palideces
que
oscurecían su viril semblante,
y
volviendo los ojos inflamados
a
sus fieles discípulos amados
háblales
triste en el postrer instante,
hasta
que heló su voz mortal gemido,
amarilleó
su rostro consumido,
frío
sudor humedeció su frente,
amoratáronse
sus labios rojos,
densa
nube empañó sus claros ojos,
el
pensamiento abandonó su mente.
Y
como se doblega el mustio nardo,
dobló
su cuello el moribundo bardo,
libre
por siempre de mortales penas
aspirando
en su lánguida postura
del
agua perfumada la frescura
y
el olor de la sangre de sus venas.