HORACIO
A PÓSTUMO
¡Ay,
ay, Póstumo, Póstumo,
fugaces se deslizan los años
y la piedad no detendrá
las arrugas, ni la inminente vejez,
ni la indómita muerte!
No, amigo, ni aunque inmolases cada día
trescientos toros al inexorable Plutón,
el que retiene al tres veces enorme
Gerión y a Ticio en las tristes aguas
que habremos de surcar todos cuantos
nos alimentamos de los frutos de la tierra,
seamos reyes o pobres campesinos.
Vano será que nos abstengamos
del cruento Marte y de las rotas
olas del ronco Adriático
vano que en los otoños hurtemos
los cuerpos al dañino Austro.
Hemos de ver el negro Cocito
que vaga con corriente lánguida,
y la infame raza de Dánao,
y al Eólida Sísifo, condenado
a eterno tormento.
Habremos de dejar tierra y casa
y dulce esposa; y de todos estos
árboles que cultivas ninguno,
salvo los odiosos cipreses,
te seguirá a ti, su dueño efímero;
y un sucesor más digno que tú
consumirá el Cécubo que guardaste
con cien llaves y teñirá
las losas con el soberbio vino,
el mejor en las cenas de los pontífices.