A
LA CORREGIDORA
Al
viejo primate, las nubes de incienso;
al
héroe, los himnos; a Dios, el inmenso
de
bosques y mares solemne rumor;
al
púgil que vence, la copa murrina;
al
mártir, las palmas; y a ti – la heroína –
las
hojas de acanto y el trébol en flor.
Hay
versos de oro y hay notas de plata;
mas
busco, señora, la estrofa escarlata
que
sea toda sangre, la estrofa oriental:
y
húmedas, vivas, calientes y rojas,
a
mí se me tiende las trémulas hojas
que
en gráciles redes columpia el rosal.
¡Brotad,
nuevas flores! ¡Surgid a la vida!
¡Despliega
tus alas, gardenia entumida!
¡Botones,
abríos!¡oh mirtos, arded!
¡Lucid,
amapolas, los ricos briales!
¡Exúberas
rosas, los pérsicos chales
de
sedas joyantes al aire tended!
¿Oís
un murmullo que, débil, remeda
el
frote friolento de cauda de seda
en
mármoles tersos o limpio marfil!
¿Oís?…¡Es
la savia fecunda que asciende,
que
hincha los tallos y rompe y enciende
los
rojos capullos del príncipe Abril!
¡Oh
noble señora! La tierra te canta
el
salmo de vida, y a ti se levanta
el
germen despierto y el núbil botón,
el
lirio gallardo de cáliz erecto,
y
fúlgido, leve, vibrando, el insecto
que
rasga impaciente su blanda prisión.
La
casta azucena, cual tímida monja,
inciensa
tus alas; la dalia se esponja
como
ave impaciente que quiere volar;
y
astuta, prendiendo su encaje a la piedra,
en
corvos festones circunda la yedra,
celosa
y constante, señora, tu altar.
El
chorro del agua con ímpetu rudo,
en
alto su acero, brillante y desnudo,
bruñido
su casco, rizado el airón,
y
el iris por banda, buscándote salta
cual
joven amante que brinca a la alta
velada
cornisa de abierto balcón.
Venid
a la fronda que os brinda hospedaje
¡oh
pájaros raudos de rico plumaje!
Los
nidos aguardan: ¡venid y cantad!
Cantad
a la alondra que dijo al guerrero
el
alba anunciando: «¡Desnuda tu acero,
despierta
a los tuyos…Es hora…Marchad!».
MANUEL GUTIERREZ NÁJERA