ALGO MÁS QUE PALABRAS
LA HUMANIDAD EN LOS NUEVOS TIEMPOS
La humanidad no puede permanecer por más tiempo en un estado de rebajas como el momento actual. Frente al aluvión de contradicciones creo que urge poner a buen remojo las ideas profundas, aquellas que salen del corazón de la propia vida, para volver a hacerse vida en la vida humana. Y ordeno, con la justicia debida y la libertad hallada, que pasen a destierro la legión de poderosos cínicos que niegan derechos al ser humano y apuntalan derechos ciudadanos para presumir de equitativos. Advierto que el cinismo, ese demonio que nos asalta por la noche y nos bloquea el pensamiento durante el día, embiste para dejarnos sin sílabas en un santiamén.
Las intenciones ideológicas suelen tragarnos nuestro modo de pensar, sentir y actuar, con natural descaro. Esto, claro, en sano juicio encabrita y sulfura, porque la evidencia solivianta, la irreverencia harta, la desvergüenza irrita y la desfachatez enfada. Cuesta sosegarse a la hora de aguantar el menosprecio. Para colmo de males, el camino del bien común no cotiza en verso y gravita cercano a los intereses económicos. Lo que emana un caos. Está bien eso de que cada cual goce al máximo del bienestar que pueda, -como dicen algunos libertinos oportunistas-, pero sin que disminuya el bienestar del prójimo –dicen los clásicos poetas-. Se han perdido todos los humanismos y todas las humanidades. Por ello, convendría dilucidar el término humanidad como cultivo de culto a la sana cultura, ante la enfermiza frescura de algunos tipos. La propongo como una obligación moral a inyectar en todas las sociedades. Pienso que es fundamental reavivar en las nuevas generaciones la conciencia del ser humano.
Los últimos sucesos de jóvenes que agraden o queman a indigentes como divertimento, es una visible prueba de la falta de valor y significado de la persona como ser humano. También, otra prueba más, lo es el mimo exagerado que, con relativa frecuencia, prestamos a los animales domésticos mientras millones de niños se mueren de hambre. Estos hechos y otros que nos deshumanizan a pasos agigantados, debieran hacernos reflexionar. Al fin y al cabo, la auténtica sabiduría reside en las entretelas de uno mismo. Sólo hay que escuchar y no hacerse el sordo. ¿Qué otro libro se puede estudiar mejor que el nuestro propio, el vivido y el que nos queda por vivir? Por desgracia, en el actual escenario cultural, chabacano a más no poder, se mortifican con la exclusión juicios que son lúcidas meditaciones para andar por la existencia con las pupilas alegres y la cara sin maratones. Lo singular y trascendente, aquello que nos ayuda a vivir con más espíritu, se desplaza y se desprecia, obviando que el verdadero humanismo tiene un rostro comprensivo y deja un rastro de respeto que cautiva los ojos del alma.
Necesitamos del aliento que se fundamenta en un breviario a la autenticidad. No son pocos los jóvenes que andan desilusionados, presos de las adicciones, porque algunas promesas, incluso seductoras, que han sido vociferadas como ejemplo a seguir, a menudo han resultado meras utopías, incapaces de librarles de su angustia diaria. También crece el número de los que piensan que avanzamos por un callejón sin salida. Se nos ha ido la humanidad por la boca. Le hemos dado de lado a la genuina cultura, la que nos hace específicamente humanos, seres racionalmente orientados, dotados de magnitud crítica y de un sentido de deber moral. Es por medio de la humanidad como discernimos los sentimientos y tomamos decisiones. Es mediante la humanidad como los seres humanos nos expresamos en verdad. Retengamos esta humanidad y este humanismo cultural.
El puro sensacionalismo que tanto nos apresa a todas horas, nos deja sin fuerza y nos pone más brutos que un arado de vertedera. La enraizada ideología del pensamiento único, negando alternativas más humanas, atentan sin miramientos contra el individuo como si fuese una simple cosa. Sabiduría, humildad, estudio, sensibilidad viva e intercambio paciente de ideas, creo que son un buen fermento para la ansiada humanización del planetario. Eso de que la humanidad pierda su propia humanidad, no se autorrealice como tal, sea torpe en el encuentro de maestros y líderes capaces de señalar caminos válidos que dignifiquen al ser humano, genera ansiedad y malos humos. Fugarse de esta realidad ilusoria, de vaivén continuo, de falsa felicidad y de farsante gloria, es lo que pide el corazón.
Sin embargo, nos embarga la economía. El negocio por el negocio. La competitividad como conflictividad. La humanidad se omite. El dato actual de que el 96,5 por ciento de los expertos y empresarios que considera que la economía española está perdiendo competitividad, y ese otro 56,8 por ciento de los encuestados que piensa que esta situación supondrá un riesgo a largo plazo para el crecimiento del país, ha puesto en alerta a todos los sectores empresariales. Este apunte que tanto nos ocupa (y preocupa) debiera ser lo de menos en un país cultivado en la razón y en su capacidad humana. Lo verdaderamente trascendental, sería poner solidariamente este ascenso (o descenso) al servicio del auténtico desarrollo que no ha de medirse tanto por el peculio como por el caudal de promoción a lo verdaderamente humano.
Se podrá concebir la cultura como una obligación del Estado moderno y de las sociedades democráticas libres, pero antes hay que poner en valor ese cultivo y hacer valer su denominación de origen. Los sucedáneos deshumanizan en vez de humanizar. Podemos creer en el valor social de la cultura, pero antes hay que socializar esa cultura desde la libertad y podarla de todo interés económico. También podemos apostar por los libros, pero las bibliotecas públicas y escolares continúan en estado deficiente. No es verdad que tampoco se garantice el acceso de toda la sociedad a una oferta cultural plural y humanizadora. En cultura no todo vale para lo que debe servir, que no es otra cosa que humanizar. Considero, pues, que los nuevos tiempos han de articularse ética y estéticamente con la prosecución del bien y la búsqueda de lo verdadero. Ciertamente, necesitamos un cultivo distinto, que nos torne más humanos. La actual cultura es una farsa, no despierta fraternidades y tampoco nos sacia por dentro. Que se vaya por los cerros de Úbeda.
Víctor Corcoba Herrero
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