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Ante la caida
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ALGO MÁS QUE PALABRAS

ANTE LA CAÍDA

Tengo la sana costumbre de poner el oído en lo que dicen intelectuales de altura, poseedores de un nivel coherente con la autenticidad y afines al ingenio. Son observadores privilegiados que nos conducen como nadie a pensar. Uno de esos autores es, José Jiménez Lozano, ganador de la cátedra de la vida. A raíz de homenajear a Cervantes y a la novela en «Las gallinas del licenciado», nos alerta con unas jugosas declaraciones que me afano en transcribir: “Existen ciertas semejanzas entre la caída de Constantinopla y la caída de Europa, algo parecido a lo que hoy está pasando en España…Aquí ahora mismo no veo salidas racionales, ni amor a la vida ni a la libertad. Se han tirado por la ventana los valores y el respeto, porque hay que recordar que lo que somos nos lo debemos tanto a nosotros mismos como a los demás. Es como la muerte; antes si tenías una muerte cercana era algo tremendo, y ahora vemos tantos muertos que terminamos por banalizar lo sagrado”.

Hemos perdido en el camino de nuestra existencia, que no es tan larga como parece, tantos amores de corazón y ganado tantas desdichas, que nos desborda la pena. El dolor es tan fuerte, en ocasiones, que apenas tenemos fuerza para caminar y buscamos refugio en brujerías. Sólo hay que ver el gran negocio que tienen algunas televisiones con su creciente plató de brujas, embaucadores, videntes y demás muñecos al uso, que bailan según el guión del que paga. Al parecer, estos esperpentos disparan las audiencias. Además, suelen abrir las líneas telefónicas (que valen un pastón) para que telefoneen los oyentes. Se podría decir que hay un denominador común en las llamadas. Casi todas las personas tienen enfermedades depresivas. Algunas lo confiesan en antena.

Lo más grave de todo ello, es que algunos adolescentes, cada día más niños, que también llaman a mogollón a los susodichos programas, confiesan estar insatisfechos con esta cultura superficial y buscan alocadamente algo que dé un significado más profundo a sus vidas. Los hay que no pueden más y se refugian en el mundo de las adicciones. Así surge el botellón de los fines de semana. Que más pronto que tarde, se convertirá en un baño diario para muchos. Todo ese vacío que llevamos en las entretelas del verbo, tiene un nombre: es fruto del hambre, no de pan, sino de vida comprensiva antes que represiva, vinculada a la fraternidad. Lo cierto es que necesitamos crecer tanto en realizaciones de ejercicio social como en acciones de espiritualidad.

Nos hemos divorciado también del amor a la libertad y a la igualdad de todos los españoles, por mucho que los políticos lo repitan en sus discursos. Es pura mentira. Si fuese verdad, habría que rechazar de manera contundente los nacionalismos opresores, el radicalismo y la intolerancia que llevan por bandera ciertos partidos políticos que acuden al Parlamento. La libertad no consiste en imponer bajo el refugio de la falsedad, sino en proponer bajo el refugio de la verdad. Para buscar la justa medida de la igualdad hay que considerar el verdadero bien de todos y participarlo a todos.

Está bien eso de llamar al pueblo a la concordia, a la sensatez y al respeto, lo mismo que proclamar vivas a la ley de leyes, pero hay que ir más allá del vocifero y poner un alma en las palabras. A poco que indaguemos sobre los aludes que nos dividen y separan, daremos con la enfermedad generadora del derrumbamiento. La corona de espinas está ahí: Desde la galopante desigualdad entre ciudadanos a los antagonismos ideológicos todavía no curados, desde la contraposición de intereses económicos a las posiciones políticas poco transparentes, desde las divergencias egoístas a las discriminaciones injustas y desde el amor interesado al desamor palpitante. Es justamente, bajo este clima de desdenes, donde la persona se siente defraudada.

Nos recuerda José Jiménez Lozano que lo que somos, es por nosotros y también por los demás. ¿Dónde está el ser humano que no se ve? ¿Cuál es el motivo para permanecer indiferentes al llanto desolado que viven tantas personas cercanas a nuestro entorno? De nada sirve conjugar palabras de compasión (inútil sensiblería) y después tener una actitud pasiva. Convendría tomar buena nota de todo este desasosiego que soportamos, puesto que no todo resbalón significa una caída, y levantarse también es de humanos. La modernidad, sustentada básicamente en la ciencia y en la economía, y no en la contemplación y el recogimiento, va creando un gran vacío de ideales y de creencias que nos lleva a la desesperación. Porque somos algo más que una máquina de realizar cosas, o una masa de pensamiento que desea dar sentido al camino, precisamos ser esa vía amorosa para dar los pasos que nos unen a la vida con otro garbo más jovial y menos desfallecido o amilanado.

Frente al huracán de caídas y el tormentoso baño de esclavitudes, pienso que sería bueno reinventar la cultura del corazón; sabiduría que parte de la intimidad más profunda del ser humano como centro mismo de sus opciones y decisiones. Es hora de que los ciudadanos, en su mundo de acciones y en su universo de relaciones con los demás, vean en las instituciones que crea, una mirada de condescendencia y de garantía legal, frente al laberinto de la confusión reinante que nos sulfura en vez de serenarnos. Se impone un discernimiento, iluminado por el interior de cada persona, que nos ponga en su sitio el significado de la dignidad de la persona y de la vida, nos resuelva el paso de una antropología de la confrontación a una antropología de la gratuidad. No podemos olvidar que somos el único ser que posee historia y que hace historia, lo que conlleva la posibilidad de transformarnos y de transformar nuestro entorno. Se me ocurre que, bajo un pacto de simpatía y solidaridad con toda la creación, sería lo suyo.

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net