ALGO MÁS QUE PALABRAS
ABRIRSE A LA SOLIDARIDAD
«Que Cuba se abra con sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba», fue una de las frases de Juan Pablo II, durante su visita a la isla en enero de 1998 (de la cual este año se conmemora el X aniversario), que más impactó a todos, pues constituía un desafío para las autoridades cubanas y para las del resto del planeta. Evocando aquellas contundentes palabras que vertieron tantas ideas, un pensamiento que dio la vuelta al mundo, pienso que hoy la familia humana también necesita abrirse a la solidaridad como actitud de vida. Es más: creo que con urgencia. La irresponsabilidad hay que desterrarla de todo poder, provenga de donde provenga. Hay que reconstruir el planeta frente a tanto señorío destructor. Hacerlo con aquello que nos une, la propia vida, haciéndola valer como algo supremo, ya es comenzar a reconocer el fruto de la solidaridad en el árbol de los días. Esto significa, que el mundo ha de despertar a la igualdad de dignidades en todos los seres humanos, de igual forma que para todos y para cada uno de nosotros amanece la existencia.
Hay que socializar la solidaridad. El mundo necesita socializarse para que espigue la concordia. El ser humano levanta montañas de obstáculos que fomentan la indiferencia, el egoísmo, el desamparo de la familia humana. El que determinadas naciones se cierren en sí mismas o que instauren leyes discriminatorias, que es otra forma sibilina de encerrarse, para nada ayuda a derretir el hielo de la desconfianza. Por desgracia, se deshielan antes los glaciares naturales del Everest que la ventisca glaciar de la sinrazón. El odio racial y clasista, la intolerancia religiosa, el interés furtivo, son males todavía muy presentes en muchas sociedades, inclusive las más avanzadas, de modo abierto o solapado. Estoy seguro que, con una solidaridad realmente efectiva, no tendrían más remedio que derretirse los neveros humanos y, así, cesaría la ventisca antihumana que nos ronda. En efecto, si la nota esencial de la solidaridad radica en el término de la igualdad entre todos los seres humanos, todo gobierno que se apodere de dignidades y se meriende los derechos humanos de la persona, considero que debe ser defenestrado al fuego de la censura.
Sin duda alguna, la mejor manera de forjar alianzas es a base de utilizar mucho el abecedario solidario en todos los quehaceres de la vida. Este espíritu de solidaridad ha de ser un espíritu real, palpable y universalista en su esencia, siempre abierto al diálogo y a poner alma en lo que se hace, hundiendo el coraje en la verdad. La España autonómica, a través de la consensuada carta magna, nos brinda el ejercicio colectivo e individual para poner la solidaridad en práctica. Por cierto, hasta treinta y dos veces utiliza el vocablo «solidaridad», en su programa electoral 2008, el actual partido en el gobierno español. La guinda pesoística es un «complemento de solidaridad» para las personas viudas, pensionistas, que vivan solos y con bajos ingresos. Eso está muy bien, pero no basta con ponerse en disposición de ayudar a quienes padecen necesidad, dándoles unas migajas y ya está, también hay que ayudarles a descubrir los valores que les permitan, por si mismos, edificar una nueva vida y ocupar con dignidad y justicia su puesto en la sociedad, como personas activas y no sólo como receptores pasivos. Estimo, que la auténtica solidaridad es un bien escaso, puesto que el desarrollo integral de la familia humana y su legítima libertad de personas, aún está vetado para una buena parte de la ciudadanía.
Por su parte, los peperos, o sea, el partido de la oposición al gobierno de España, apuesta en su programa electoral por alcanzar un pacto con el agua, promoviendo además de su uso racional, igualmente una distribución basada en criterios de eficiencia y solidaridad incluyendo, entre otros mecanismos, las transferencias de recursos sobrantes disponibles de las cuencas excedentarias a las deficitarias. Eso también está de perlas, pero tampoco es suficiente y hay que ir más allá de una posible solidaridad globalizada en lo puramente material e interesado, ya que los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos públicos, no sólo a través de sus representantes, también directamente. Esto hay que tenerlo en cuenta, para que la soledad ciudadana se convierta en solidaridad viva, lo que sin duda favorecerá momentos de diálogo entre personas, de comprensión hacia el prójimo, de ayuda incondicional al ser humano, de fomento de vínculos que se hermanan, haciendo el acuerdo mucho más fácil.
Pienso, en suma, que para que el mundo se abra a la solidaridad, algo vital para el entendimiento, las gentes también han de educarse en la solidaridad. Difundir comportamientos y estilos de vida marcados por la entrega generosa, tanto hacia el vecino más próximo como hacia los grandes problemas del mundo, ayudan a comprender la semántica del término solidario. La solidaridad, que también es dar limosna, no debe quedarse en el mero gesto y alejarse del problema, porque es algo más que un movimiento benévolo del corazón o un buen sentimiento, es un estar conviviendo (y viviendo) según una opción personal y consciente de responsabilidad. Sin duda, las contrariedades, cuando se analizan todos junto a todos, lo que implica horizontalidad y respeto mutuo, aparte de que se sobrellevan mejor las dificultades todos unidos, las soluciones suelen ser más acertadas y justas. Para mí que abrirse a la solidaridad verdadera es la gran asignatura pendiente en la que todavía permanece suspensa la familia humana. Sin embargo, en una atmósfera de crecientes interdependencias entre las naciones y personas, se impone la responsabilidad de una ética de solidaridad permanente y perseverante.
Víctor Corcoba Herrero
(Escrito 17 de febrero de 2008