Abrirle las puertas al mundo
A Guillermo Cabrera Infante no le gustaba que se refirieran a Tres tristes tigres como una novela. Prefería decir simplemente que había escrito un libro. Tampoco Cultivos (Mondadori), la última entrega de Julián Rodríguez (Ceclavín, Cáceres, 1968), es estrictamente una novela, aunque muchos de los que se han ocupado de ella la traten como tal.
Hay esa manía, imagino que comercial, por tratar de novela a cualquier texto que tenga unas ciertas páginas y un tono narrativo. Es una manía que puede resultar enervante, porque hurta las diferencias que existen entre las intenciones y los procedimientos del que hace una novela y del que hace otra cosa. Y lo que hace Julián Rodríguez en este libro y lo que hizo en Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás (Caballo de Troya) es contar su vida. Lo interesante es cómo y porqué lo hace.
Algunos autores, cuando se refieren a la relación que puede haber entre su vida y lo que escriben, defienden que hacen ficción porque lo que les ha pasado no es interesante.
¿Quiere eso decir que Julián Rodríguez cuenta la suya porque es trepidante, llena de aventuras, cargada de pensamientos sublimes y de reflexiones hechas al borde del vértigo de experiencias innombrables, que ha viajado, amado a hermosas mujeres que resultaron después perversas, resuelto crímenes al filo de lo imposible, habitado mundos remotos y exóticos? No exactamente. Lo que parece que intenta hacer Julián Rodríguez es partir de lo que le va ocurriendo para abrir las puertas de su escritura y dejar que las cosas pasen.
Algo así como contar la propia vida pero después de haberse evaporado de esa vida, dejándola que fluya sola. En Cultivos, por ejemplo, se pregunta en el prólogo ¿Cómo expresar lo sentimental’ de un modo no gastado?. Y ése parece justamente su desafío, el de acercarse a todo aquello que nos agita con el arrojo de hincarle el diente. Vista desde ahí, cualquier ficción, cualquier novela, aparece como la trampa para sortear esa exigencia. La de tratar de nosotros mismos.
La de ocuparnos de lo que nos ocupa. Y para hacer eso, Julián Rodríguez se ha embarcado en esta aventura, un ciclo autobiográfico que llama Piezas de resistencia, y donde ensaya tocar con las palabras la materia de sus experiencias más próximas. Lo singular es que lo haga desapareciendo. Es decir, dejando que lo que lo ocupa (en este caso, y como hilo conductor, el abandono del mundo rural y la llegada a la ciudad: esa extraña metamorfosis) pase a primer plano. Así, su única misión (y qué difícil) es abrir las puertas para que las cosas sucedan (para que suceda, por ejemplo, ponerse a escribir una novela: una de las cuestiones de las que se ocupa). Qué paradoja: el narrador que habla de su vida deja al lector un margen de maniobra más grande que el novelista que, a través de la ficción, impone su mirada sobre el mundo.
24 junio, 2008 –
José Andrés Rojo