Poemas y Relatos
Web de poemas y relatos
Poemas y Relatos » leyendas » La leyenda del Dorado
La leyenda del Dorado
Sin Clasificar

La leyenda de El dorado

No
hace mucho tiempo se descubrió en una laguna de Siecha,
en tierras de Nueva Granada, un pequeño grupo escultórico,
que despertó la curiosidad de estudiosos y profanos;
a su indudable interés arqueológico se unía
la circunstancia de estar hecho en purísimo oro.
Representaba, de modo bastante tosco, una balsa de oro,
sobre la cual se agrupaban hasta diez pequeñas figuras
humanas, también de oro.
Pues esta minúscula y ruda muestra de un arte primitivo
nos pone en relación con una costumbre que, practicada
desde épocas remotas (acaso prehistóricas),
llegó a alcanzar visos de leyenda: la leyenda de
Eldorado.
En la aldea de Guatavitá, enclavada en lo que más
tarde fue Nueva Granada, se practicaba desde tiempos muy
remotos un extraño rito: En un día determinado,
uno de los jefes del poblado desnudaba su cuerpo y lo untaba
cuidadosamente con una sustancia pegajosa. Seguidamente
se cubría de pies a cabeza con una fina capa de purísimo
oro molido, que, adherido a su piel, le daba un aspecto
extraordinario. Éste era el «hombre dorado».
Se aproximaban a él sus compañeros, y, entre
ceremonias, le conducían a las orillas de un lago
próximo y le colocaban sobre una balsa. Impulsaban
vigorosamente la almadía hasta llegar al centro del
gran lago. En aquel momento, el «hombre dorado»
saltaba al agua y dejaba que se desprendiera de su cuerpo
aquella refulgente y magnífica vestidura. Sobre las
aguas del lago aparecía una hermosa mancha dorada,
que lentamente se hundía hasta desaparecer. Y los
hombres regresaban, después de concluir su mágico
ofrecimiento, que debía atraer los beneficios divinos
sobre la aldea.
Es de suponer que a estas misteriosas prácticas acompañaría
un minucioso ritual que desconocemos, debido a que cuando
los españoles tuvieron por vez primera conocimiento
de tal ceremonia (1527), hacía ya unos treinta años
que los sanguinarios indios Muysca, de Bogotá, habían
exterminado por completo a los pacíficos habitantes
de Guatavitá. A pesar de la extensión mítica
que alcanzó la tradición de Eldorado – señuelo
de la audacísima codicia de los españoles,
– hoy se defiende documentalmente la categoría histórica
de esta narración, si bien se admite que, con posterioridad,
sufrió deformaciones Y variantes que justifican,
por ejemplo, la un poco absurda contracción de la
palabra Eldorado, en lugar de «El hombre dorado».
Arrojado de su lugar de origen, el mito erró de un
punto a otro, alterándose y confundiéndose
con otros semejantes. Poco a poco, ya no era un «hombre
dorado», sino una tribu de oro. Y, finalmente fue
un país de ensueño: El dorado

Anad Antonella