El
Cipitío
Así era. La siguanaba
estaba loca; la había visto, riéndose a carcajadas,
correr por las orillas de los ríos y detenerse en las
pozas hondas y oscuras. Cipitín emigró a las
montañas y vivió en la cueva que había
en la base de un volcán. Hace ya mucho tiempo, han
muerto los abuelos y se han rendido las ceibas, y Capitán
aún es bellos, todavía conserva sus ojos negros,
su piel morena color canela, tadavía verde y olorosa
la pértiga de caña con que salta los arroyos.
Han muerto los hombre. Se fueron los topiltzines, conos están
los suquinayes, y el hijo de la siguanaba aún tiene
diez años. Es un don de los dioses de así. Siempre
huraño, irá a esconderse en los boscajes, a
balancearse en las colores de los lirios silvestres. Cipitín
era el numen de los amores castos. Siempre iban las muchachas
del pueblo, en las mañanitas frías a dejarle
flores para que jugara, en las orillas, del río. Escondido
en el ramaje las espiaba, y cuando alguna pasaba debajo sacudía
sobre ellas las ramas en flor.
Pero… es necessario
saberlo. Cipitín, tiene una novia. Una niña,
pequeña y bonita como él. Se llama Tenáncin.
Un día Cipitín, montado sobre una flor se había
quedado dormido. Tenáncin andaba cortando flores. Se
internó en el bosque, olvidó el sendero, y recorriendo,
perdida, por entre la breña, se acercó a la
Coruña donde Cipitín dormía. Lo vio.
El ruido de las zarzas despertó Cipitín, que
huyó saltando las matas. Huyó de flor en flor,
cantando dulcemente. Tenáncin lo seguía. Después
de mucho caminar, Cipitín llegó a una roca,
sobre las filas de un volcán. Los pies y las manos
de Tenáncin estaban destrozados porlas espinas del
ixcanal. Cipitín tocó la roca con una shilca
y una puerta de musgo cedió. Agarrados de la mano entraron,
uno después de otro. Tenáncin de la última.
el musgo cerró otra vez la caverna.
Y no se le volvió a ver. Su padre erró por los
collados y algunos días después murió,
loco de dolor. Cuentan que la caverna donde Cipitín
y Tenáncin se encerraron estaba en el volcán
Sihuatepeque (cerro de la muerte) situado en el actual deparatamento
de San Vicente.
Han pasado los tiempos. El mundo ha cambiado, se han secado
ríos y han nacido las montañas, y el hijo de
la siguanaba aún tiene diez años. No es raro
que esté, montado sobre un lirio o escondido entre
el ramaje, espiando a las muchachas que se rien a la cuela
del río. ¡Oh el Cipitín! Acuérdate
de sus miradas que encienden el amor en el pecho de los adolecentes.