Fallece a los 72 años Francisco Umbral
Francisco Umbral, el poeta de la prosa y creador de metáforas que hacía literatura de todo lo que pillaba, se ha ido hoy antes de tiempo, a los 72 años, una edad temprana para alguien que inmortalizaba el presente día a día, con sus columnas y sus más de cien libros publicados.
«El presente es todo mío y moriré en presente», decía el escritor vallisoletano aunque madrileño en «Un ser de lejanías», un título publicado en 2001 y donde dejaba ver algunos de sus aspectos más íntimos, a modo de entrega biográfica.
Y un libro en el que, junto con su elogiado «Mortal y rosa», considerado por algunos críticos unas de las obras más importantes de la segunda mitad del siglo XX, mostraba a sus incondicionales y detractores, que los tenía a partes iguales, algunas de sus cicatrices, frustraciones y tristezas; porque Umbral, a pesar de atizar a tirios y troyanos con su látigo verbal, era un sentimental.
Y es que Francisco Pérez Martínez, Paco Umbral, desde que muriera su hijo, se fue mineralizando. Así lo pensaban gente cercana a este escritor que recibió todos los premios posibles y que se consideraba hijo literario de Quevedo.
«Cervantes es imprescindible para un periodista, pero Quevedo es imprescindible para un escritor», repetía en muchas ocasiones el autor de tantos y tantos títulos como «Las ninfas», «Belleza convulsa» o «La forja de un ladrón», y el cronista madrileño de «los políticos, las flamencas, los poetas y las putas».
Escribió en 1975 «Mortal y rosa», donde evocó la muerte de su hijo a modo de catarsis y fuerza liberadora, aunque fue una pesadilla que siempre le persiguió y de la que nunca quería hablar.
Pero es que Umbral, que sin escribir ni un solo verso hizo mucha poesía, nunca quería hablar de «casi nada». Sólo escribir, «escribir y leer». Él se inventó eso de «las verdades de las mentiras» y ése fue su traje de verdad, al que después le añadió unas gafas, una bufanda, una melena plateada y una chaqueta azul marino de botonadura cruzada.
Hablaba de sus supuestas novias y de sus «jais», pero nunca de su columna de verdad, de la mujer con la que compartió años y años de vida, de las manos que tecleaban en su olivetti sus artículos diarios, de María España Suárez, la persona con la que vivía en su ´dacha´ madrileña, junto con su gato «Loewe» y su eterno sillón de mimbre, estilo enmanuelle negro, desde donde escribía cada mañana su articulo diario para el periódico El Mundo.
Desengañado y cínico, Umbral recibió el Premio Cervantes en el 2000, un galardón que fue polémico para unos y muy aplaudido por otros, entre estos Camilo José Cela -su gran valedor y el que dijo que Umbral era su relevo- y José Hierro, otro gran amigo del gran prosista. Los tres hoy ya desaparecidos.
Pero a este maestro de la escritura se le resistió la Academia de la Lengua. Fue una vez candidato pero no llegó a entrar, una apuesta que daba por perdida. «Antes los hombres luchaban contra los dioses, ahora luchan contra las instituciones», decía.
Después escribiría «Un ser de lejanías», y «Un cadáver exquisito», su última manera de mostrar que se puede hacer literatura de todo, y en este caso desentrañó aspectos humanos y literarios de Cela, con quien fue muy crítico.
En «Y cómo eran las ligas de madame Bovary» (2003), Umbral nos dejó sus preferencias literarias. Escritores europeos, sobre todo, Cervantes, Voltaire, Baudelaire, Kierkegaard, Stendhal, Proust, Rilke, Joyce, Kafka, o Pound.
Nombres todos ellos que se suman a su Quevedo, Pla, Larra o Gómez de la Serna y a tantos autores españoles a los que diseccionó este escritor que nos ha dejado y al que desde hacía tiempo le dolía el alma, aquejado de esa enfermedad tan común hoy llamada depresión.
En su último título, «Amado siglo XX», publicado por Planeta en marzo pasado, el escritor hacía balance de su vida y de todo un siglo, mezclando memoria y literatura, verdades y mentiras, «poseído por los demonios de la escritura» que no le abandonaron nunca, como decía él mismo en un singular epílogo, con el que se cierra ese volumen
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