KEMPIS
lib. II, cap. VI.
Ya
he visto con harta pena
que ayer, alma de mi alma,
mandaste colgar, Elena,
de tu balcón una palma.
Y, o la palma no es el título
de una candidez notoria,
o no es cierto aquel capítulo
en que habla de ti la historia.
Pues dicen que hoy, imprudente,
después que la palma vio,
riéndose maldiciente
cierto galán exclamó:
– «Mal nuestra honradez se abona,
si nuestras virtudes son
cual la virtud que pregona
la palma de ese balcón.»
Bien te hará entender, Elena,
esta indirecta cruel,
que ya es pública la escena
que pasó entre Dios, tú y él.
Pues, al mirarte, embebido,
dice entre sí el vulgo ruin:
– Ya hay alientos que han mecido
las flores de ese jardín-.
Mas tú niega el hecho, Elena,
porque, en materias de honor,
antes, el Código ordena,
ser mártir que confesor.
Aunque a hablar de ti se atrevan,
siempre será necio intento
dudar de honras que se llevan
palabras que lleva el viento.
Da al misterio la verdad,
que la virtud, en su esencia,
es opinión la mitad,
y otra mitad apariencia.
Palma ostenta, pues es uso;
que, aunque mentir no es prudente,
por algo Dios no nos puso
el corazón en la frente.
Nada a confesar te venza;
que engañar por el honor
es en los hombres vergüenza,
y en las mujeres pudor.
Y si tu honor duda implica,
no dudes que hay mil que son
cual la virtud que publica
la palma de tu balcón.
Ramón de Campoamor