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Prologo de Zaratrusta-3
Nietzsche, Friedrich

Prólogo
de Zaratustra – 3
Friedrich Nietzsche

Cuando
Zaratustra llegó a la primera ciudad, situada al borde
de los bosques, encontró reunida en el mercado una
gran muchedumbre: pues estaba prometida la exhibición
de un volatinero. Y Zaratustra habló así al
pueblo: Yo os enseño el superbombre. El hombre es algo
que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho
para superarlo?

Todos
los seres han creado hasta ahora algo por encima de ellos
mismos: ¿y queréis ser vosotros el reflujo de
esa gran marea, y retroceder al animal más bien que
superar al hombre?

¿Qué
es el mono para el hombre? Una irrisión o una vergüenza
dolorosa. Y justo eso es lo que el hombre debe ser para el
superhombre: una irrisión o una vergüenza dolorosa.

Habéis
recorrido el camino que lleva desde el gusano hasta el hombre,
y muchas cosas en vosotros continúan siendo gusano.
En otro tiempo fuisteis monos, y aun ahora es el hombre más
mono que cualquier mono.

Y
el más sabio de vosotros es tan sólo un ser
escindido, híbrido de planta y fantasma. Pero ¿os
mando yo que os convirtáis en fantasmas o en plantas?

¡Mirad,
yo os enseño el superhombre!

El
superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad:
¡sea el superhombre el sentido de la tierra!

¡Yo
os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra
y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales!
Son envenenadores, lo sepan o no.

Son
despreciadores de la vida, son moribundos y están,
ellos también, envenenados, la tierra está cansada
de ellos: ¡ojalá desaparezcan!

En
otro tiempo el delito contra Dios era el máximo delito,
pero Dios ha muerto y con El han muerto también esos
delincuentes. ¡Ahora lo más horrible es delinquir
contra la tierra y apreciar las entrañas de lo inescrutable
más que el sentido de aquélla!

En
otro tiempo el alma miraba al cuerpo con desprecio: y ese
desprecio era entonces lo más alto: -el alma quería
el cuerpo flaco, feo, famélico. Así pensaba
escabullirse del cuerpo y de la tierra.

¡Oh!,
también esa alma era flaca, fea y famélica:
¡y la crueldad era la voluptuosidad de esa alma!

Mas
vosotros también, hermanos míos, decidme: ¿qué
anuncia vuestro cuerpo de vuestra alma? ¿No es vuestra
alma acaso pobreza y suciedad y un lamentable bienestar?

En
verdad, una sucia corriente es el hombre. Es necesario ser
un mar para poder recibir una sucia corriente sin volverse
impuro.

Mirad,
yo os enseño el superhombre: él es ese mar,
en él puede sumergirse vuestro gran desprecio.

¿Cuál
es la máxima vivencia que vosotros podéis tener?
La hora del gran desprecio. La hora en que incluso vuestra
felicidad se os convierta en náusea, y eso mismo ocurra
con vuestra razón y con vuestra virtud.

La
hora en que digáis: “¡Qué importa
mi felicidad! Es pobreza y suciedad y un lamentable bienestar.
¡Sin embargo, mi felicidad debería justificar
incluso la existencia!”

La
hora en que digáis: “¡Qué importa
mi razón! ¿Ansía ella el saber lo mismo
que el león su alimento? ¡Es pobreza y suciedad
y un lamentable bienestar!»

La
hora en que digáis: “¡Qué importa
mi virtud! Todavía no me ha puesto furioso. ¡Qué
cansado estoy de mi bien y de mi mal! ¡Todo esto es
pobreza y suciedad y un lamentable bienestar !”

La
hora en que digáis: “¡Qué importa
mi justicia! No veo que yo sea un carbón ardiente.
¡Mas el justo es un carbón ardiente!”

La
hora en que digáis: “¡Qué importa
mi compasión! ¿No es la compasión acaso
la cruz en la que es clavado quien ama a los hombres? Pero
mi compasión no es crucifixión.”

¿Habéis
hablado ya así? ¿Habéis gritado ya así?
¡Ah, ojalá os hubiese yo oído gritar así!

¡No
vuestro pecado -vuestra moderación es lo que clama
al cielo, vuestra mezquindad hasta en vuestro pecado es lo
que clama al cielo!

¿Dónde
está el rayo que os lama con su lengua? ¿Dónde
la demencia que habría que inocularos?

Mirad,
yo os enseño el superhombre: ¡él es ese
rayo, él es esa demencia!

Cuando
Zaratustra hubo hablado así, uno del pueblo grito:
“Ya hemos oído hablar bastante del volatinero,
ahora, ¡veámoslo también!” Y todo
el pueblo se río de Zaratustra. Mas el volatinero que
creyó que aquello iba dicho por él, se puso
a trabajar.

Friedrich
Nietzsche
Trad. A. Sánchez Pascual.
Alianza Editorial