LA
CASA
La
mesa, hijo, está tendida,
en blancura quieta de nata,
y en cuatro muros azulea,
dando relumbres, la cerámica.
Esta
es la sal, éste el aceite
y al centro el Pan que casi habla.
Oro más lindo que oro del Pan
no está ni en fruta ni en retama,
y da su olor de espiga y horno
una dicha que nunca sacia.
Lo
partimos, hijito, juntos,
con dedos duros y palma blanda,
y tú lo miras asombrado
de tierra negra que da flor blanca.
Baja
la mano de comer,
que tu madre también la baja.
Los
trigos, hijo, son del aire,
y son del sol y de la azada;
pero este pan «cara de Dios»
no llega a mesas de las casas;
y
si otros niños no lo tienen,
mejor, mi hijo, no lo tocarás,
y no tomarlo mejor sería
con mano y mano avergonzadas.
*
En Chile, el pueblo llama
al pan «cara de Dios.»
Gabriela
Mistral