SALVADOR
DÍAZ MIRÓN
OPALO
A la vieja necrópolis me arrimo;
Y en el tumulto del desborde rimo
La postrera canción,
No conforme a la Lógica y al Arte,
Sino según el verso brinca y parte
Del mismo corazón!
Así surgida de la oculta vena
El agua pura se levanta y suena
En curva de cristal;
Y al extremar la iridiscente ojiva,
Toca en tierra y se alarga fugitiva,
Caprichosa y triunfal!
¡Cuál voy! El hombre labra su fortuna,
como el río su cauce; mas la cuna
y el medio siempre son
árbitros ¡Ay! Para las dos corrientes,
pues que dan a las linfas y a las gentes
impulso y dirección!
Si resulté raudal turbio de cieno
Y espumante de cólera en un trueno,
En un fragor de alud,
La margen verdeció, y un espejismo
Puso en mí, como prez, el otro abismo:
El de la excelsitud!
Entro. Hierbas y nichos y pendientes:
Ponto con arrecifes rompientes!
Alzo del polvo un lar:
Un caracol cuyo tortuoso hueco
Reproduce al oído, como un eco,
El murmullo del mar!
Ando en maleza vil donde no hay ruta;
Y el temor a una víbora me inmuta,
Cuando aventuro el pie.
Una virtud suprema y exquisita
Baja del firmamento y precipita
La zozobra en la fe!
Lleno de la esperanza de la gloria,
Y arrostrando la inquina, y en la escoria,
Vuelvo al éter la faz,
Miro esplender la eternidad del cielo,
Y reporto a mis lágrimas consuelo
Y a mis enconos paz!
Mi espíritu de bronce con acíbar
Se torna cera que desprende almíbar.
D’Annunzio dice bien:
La sazón lleva plácido atributo,
Y dulcifica el alma, como el fruto,
Aunque mina el sostén!
Con los jaspes del ónix mexicano,
La tarde brilla en el inmenso vano,
En la veste de Ormuz;
Y el pobre y aflictivo cementerio
Refleja en su abandono y su misterio
La policroma luz!
Un adiós, hecho turba de colores,
Como el de triste madre suelto en flores
A muerto chiquitín,
Radia en el dombo, que prepara luto
Y luminaria, por el Sol hirsuto
Que cayó en el confín!
Al rincón venerable llego al cabo.
Hurgo la herida con el propio clavo,
Memoro trance cruel;
Y ante un espectro gemebundo y bronco,
Reclino intenso afán en firme tronco
De cercano laurel!
Trepadora vivaz orna la tumba,
Que el estrago del tiempo se derrumba,
Exenta de inscripción;
Y en la cruz una ráfaga menea
Follaje que parece que chorrea
Lastimero festón!
Laúd solemne, sensitivo y pulcro,
Enmudeció a la orilla del sepulcro
Que atesta olvido tal…
A ti mi libro fiel ¡Oh poesía,
Honrada solamente por la mía
Y la de un vegetal!
Y a vos dama gentil, soberbia y dura,
Que guardáis en desdén y en hermosura
Un cadáver de amor!
Planto y riego distinta enredadera
Para que gane cumbre más severa
Ídolo superior!