EL MEJOR
PERFUME
Julián del Casal
Ayer, en la
alcoba azul, rameada de flores, la hermosa Blanca, reclinada
perezosamente entre cojines de seda negra, bordados de ramos
de oro, le preguntaba a su amante, con acento acariciador
y los ojos medio cerrados:
-¿No
te agrada el perfume de esas gardenias que agonizan en el
vaso japonés?
-No; respondió
él, alzando desdeñosamente los hombros.
-¿Te
gusta más el de mi abanico de sándalo, tras
cuyo varillaje te he dicho, en las fiestas mundanas, tantas
frases apasionadas?
-Tampoco, replicó
él, cada vez más desdeñoso.
-¿Es
que prefieres el de las pastillas turcas que arden en el pebetero
de bronce, esmaltado de piedras de piedras preciosas?
-Mucho menos.
-¿Por
qué?
-Porque el
mejor perfume es el que brota de la rosa encarnada de tu boca,
cuando me acerco a pedirte, con los ojos encendidos y los
labios ardorosos, un beso ardiente de amor,
«de esos
que nunca se acaban
de esos que
nunca se olvidan»
La
Habana Elegante, 31 de marzo de 1889.