ALGO
MÁS QUE PALABRAS
SE
PRECISAN CULTIVADORES DE BELLEZA
EN LA NUEVA NACIÓN EUROPEA
Víctor
Corcoba Herrero
Escritor
A la nueva territorialidad Europea que ahora nace, le falta
esa alma que transmite el auténtico cultivador de belleza.
A mi juicio, faltan jardineros capaces de comunicar la fascinación
de unir pueblos, vidas y costumbres. La ovación de
brindis por el hermanamiento ha de llevar consigo una renovación,
más del corazón que de mercado. Es preciso suscitar
otras trascendencias y otros tronos, que nos tornen más
humanos. El continuo torno de intereses mercantiles, que tanto
diluvia actualmente, donde todo se compra y se vende, nos
deja sin aliento para respirar la vida en libertad. Está
verificado, por la viva realidad, que las riquezas de la tierra
nos enriquecen de odio y nos empobrecen el amor, porque amar
para poder, es amar para sí mismo, no para los demás.
Una libertad que no consiste en ser una gran potencia mercantil,
sino en otra fuerza, más mística que física,
aquella loada por labradores de universos que nos abren sus
horizontes de esperanza. Es necesario forjar la nueva unidad,
para que sea perenne, en los valores escritos en la naturaleza
misma, en el corazón de esas gentes que, aunque distintas,
nos entronca idéntica existencia. En esa casa común
europea se requiere sembrar perdones y asombrar con incondicionales
entregas, cooperar a ser una familia de puertas abiertas y
de cerrojos quitados. Sólo así se ensanchan
los territorios, desde la solidaridad, que no se define, se
demuestra.
A
veces los hilos del poder, nos dejan helados. Se apoderan
a su antojo del ser humano. Nos dejan sin los pétalos
de la verdad y de la justicia. Todavía el bien del
individuo no se hace extensivo a todos. Eso nos comprime la
universalidad, nos exprime la paciencia, y nos imprime la
furia. A los marginados, se les margina y no se les emerge.
Nada producen, nada rentan, nada importan. A lo sumo, se hace
negocio con su pobreza, para quedar bien y ganar votos. Se
les dona unas migajas de sobrantes del capítulo social,
siempre inferior al gasto de vida social, comilonas y demás
aditamentos inconfesables, que suelen hacer, con gran caradura,
los que ostentan influencias. Pienso que, aún existen
demasiadas opresiones y represiones, las de capital y las
de interés, sombras que nos ensombrecen los jardines
del gozo en la Europa mejorada.
Por ello, a pesar de la alegría que nos transmite que
seamos más en la Unión Europa, sería
saludable para una consolidación más sólida,
afianzar el cumplimiento de los derechos humanos, de los que
tanto se parlotea en todos los foros. Por desgracia, en ocasiones,
sólo queda en palabras, en buenas intenciones. Ofrecer
la mano de la amistad, la ciencia de los hombres justos y
la conciencia de los hombres libres, el alma de las almas
que dijo Lope de Vega, es una buena manera de empezar a caminar
juntos, –no lo niego, y de poder pensar en voz alta,
porque si el afecto es sincero, como debe serlo, habrá
estima y comprensión.
Crezca, pues, Europa. Pero, sobre todo, ascienda como alma.
Que los poetas canten al amor de los amores, que los pintores
pinten el color de los colores, que los sabios limpien las
rivalidades históricas, que los escultores y arquitectos
levanten firmamentos siderales, que los hombres dejen de tener
hambre, y que el viejo continente sea un solo corazón
bajo el reinado de la belleza, que lo es todo, el poema de
la verdad, la pintura de la honradez, la cátedra de
la paz y el lenguaje de la tolerancia. Así, lengua
y habla, se funden en deseos luminosos. Iluminados en el amor,
emanan el verso de una Europa, tan fraterna como eterna. Lo
que sí debemos de atajar, son los ripios que nos repelen,
el indiferentismo ético o el individualismo, provenga
de donde provenga, un arte cruel que practican aquellos voceros
sin entraña, que sólo ven a través del
bolsillo. Con sus acciones, nos parten y apartan de la beldad,
del deleite de la armonía, estética necesaria
para vivir sin complejos, ni acomplejados.
Se
ha aplaudido por todos, que la Unión Europea se acreciente,
sin que suponga ninguna amenaza a su singularidad, celebrando
con todos los honores, la diversidad multicultural. Lo de
unidad en la diversidad, suena a poesía. Ahora esas
palabras hay que laborarlas, practicarlas, producirlas, para
que la elegancia que ha brotado de pensamientos, germine en
paralelo a la sensación de Kavafis, cuando dijo: “contemplé
tanto la belleza, / que mi vista le pertenece”. Es cierto.
Nos place y nos complace la hermosura. Ser una familia en
familias, donde todos valen por lo que son, no por lo que
tienen. Lo malo es que la sociedad prosiga mirando hacia el
lado del egoísmo y de la prepotencia. En vista de lo
visto, demando maestros que transmitan la belleza de la alianza,
que eduquen abriendo mentalidades comprensivas, quitando fronteras
que nos enfrentan.
La
Europa rejuvenecida de su envejecimiento, demanda, por muchos
refrendos de alegría que ahora se nos transmitan, una
unidad más poética que política, más
servidora que servil, más de la persona que de la mercadería,
donde resplandezca el rostro de la bondad y el rastro de la
virtud. Ya se sabe, un tipo hermoso puede metérsenos
por los ojos en un momento determinado, pero un buen corazón
nos da la vida para siempre. Y eso, sí que es una verdadera
gozada de regocijos.