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Dislates que nos deshumanizan
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ALGO
MÁS QUE PALABRAS

DISLATES QUE NOS
DESHUMANIZAN

Ya nadie conoce a nadie, salvo que sea persona que pueda
sernos útil. O sea que nos sirva para servirnos de
ella. Ni los vecinos actúan en vecindad. Tampoco
la familia permanece unida a los latidos. El matrimonio
para toda la vida comienza a ser un amor imposible. El dislate
es lo único que late. Se ha puesto de moda, el baile
de los bichos, los chinches que chinchan, los zánganos
que zarandean, los rebuznos como distinción y el
corte de mangas como elegancia. Sálvese el que pueda.
Con estos aires tormentosos, los arquitectos del mundo globalizado,
lo tienen tan difícil como buscar una aguja en un
pajar. Desde luego, si se aspira a un mundo que sea casa
acogedora, sin cerrojos, habrá que acogerse a otros
cultivos más éticos que los actuales y a otras
estéticas más humanas.

Entre
las prioridades básicas, la primacía de la
persona sobre todas las cosas, es clave, la razón
de ser, partiendo del respeto a las raíces de cada
cual. Un buen propósito de enmienda pasa por humanizar
la globalización y globalizar la concordia, que no
puede espigar, sino somos verdaderamente solidarios y no
meros figurines de la solidaridad. Las apariencias no sirven.
Por desgracia, la mentalidad del mundo actual, premia más
al pícaro que al honesto y al prepotente antes que
al humilde. Se ofrecen muchas ilusiones, muchas parodias
de la felicidad, bajo la tapadera de libertades que esclavizan.
El mundo, que ya se nos queda chico, es un mundo que tiene
desesperadamente necesidad de tomar otro rumbo, en el que
se valore toda la vida humana, por el hecho mismo de su
existencia.

Causa
escalofríos ver cómo la violencia arrasa todos
los espacios y hábitat. Hemos de ponerle freno con
urgencia. ¿Para que sirven los progresos si luego
actuamos como salvajes? A mi juicio, la solución
no pasa por incrementar las penas, o por colocar a un policía
en cada esquina. Más bien debemos crear, desarrollar
y promocionar una auténtica cultura humana. Todos
estamos llamados, unos en mayor medida que otros, a injertar
en la sociedad y en el mundo las expresiones del buen estilo,
de la tolerancia y el respeto. Sabemos bien cuán
difícil es esta tarea, pero la brutalidad que tantas
personas y pueblos continúan sufriendo, no puede
tolerarse por más tiempo.

De
ninguna manera germinará la paz, si las desigualdades
se acrecientan y los que tienen que dar ejemplo no lo dan.
El dinero público, el que aportamos todos con nuestro
trabajo, ha de utilizarse para generar un mayor bienestar
sin exclusiones. Para empezar, debemos apoyar y proteger,
la igualdad entre los géneros. Que todavía
dista mucho de ser una realidad, a pesar de tanto vocero.
Las cuentas son las cuentas, y mientras las familias no
llegan a final de mes, con esos mínimos vitales,
un informe reciente, nos participa la opacidad y los enormes
gastos de los partidos políticos. Claro, las comilonas,
bautizadas como comidas de trabajo (¿?), valen un
riñón y parte del otro. Nada de bocatas. A
lo grande señores, que paga el papá Estado,
del que formamos parte todos.

El
equilibrio y la estabilidad para todo el mundo precisan
del compromiso de todas las nacionalidades, a través
de un pacto global para el desarrollo, que permita hacer
llegar a todas las personas lo más básico
para vivir. Necesitamos nuevas labores que nos emocionen
y purifiquen. Ser más corazón. Contemplar
la salida del sol y su ocaso, volverse más de la
poesía, conmoverse ante la belleza gozosa de una
aurora y el esplendor triunfal de un atardecer, sentirse
vida de esa vida. En la antigüedad, después
de que se ponía el sol, el momento de encender el
candil en las casas daba un aire de alegría y comunión.
Se compartían las experiencias vividas y se conversaba
alrededor de la hoguera. Hoy en día, apenas si se
habla. Los grandes seriales de violencia televisivos (tan
reales como la vida misma) nos enmudecen. Para el hombre
de ayer, más que para nosotros, la sucesión
de la noche y del día regulaba la existencia, haciéndole
reflexionar sobre los grandes problemas de la vida. Hoy
la tele piensa por nosotros y nosotros nos dejamos manejar
a su antojo. ¿Cómo humanizar sin conocernos?

Necesitamos,
ante tanta tormenta de dislates que nos deshumanizan, una
morada sosegada y un espacio más natural. La acción
humana tiene que crecer en humanismo para construir un mundo
más humanitario en convivencia social. Convivir no
es fácil, y máxime en un mundo de superioridades
raciales, en el cual la exaltación del individuo
y la satisfacción egocéntrica de las aspiraciones
personales se convierten en el único objetivo a conseguir.
Es la carrera del ego: primero yo, después yo, y
si sobra algo, para mi también. Ante este panorama,
es preciso reafirmar otros valores que nos lleven a una
vida más humana y más hermosa. Nos necesitamos
todos para impulsar una cultura de los derechos humanos
que repercuta en las conciencias de todas las gentes. Por
eso, veo con muy buenos ojos, que para el año 2015,
los 191 Estados Miembros de las Naciones Unidas se hayan
comprometido, entre varios objetivos, a fomentar una asociación
mundial para el desarrollo, ello incluye el compromiso de
lograr una buena gestión de los asuntos públicos
y la reducción de la pobreza, en cada país
y en el plano internacional. Una buena manera de fraternizar,
y por consiguiente, de sembrar la cultura de la paz en un
mundo de contrariedades que nos acosan y de guerras que
nos ahogan.

Se da la circunstancia que lo hispano está de moda,
nuestro arte y nuestra cultura, el propio lenguaje y nuestras
costumbres. España debe ser, pues, ejemplo para que
sirva de inspiración y estímulo a otros pueblos.
En parte, este florecer, se lo debemos a cientos de periódicos,
revistas, emisoras de radio, que apuestan por lo español
avivando las raíces y su solera histórica.
Por ello, es una saludable noticia, que el Príncipe
de Asturias inaugurase recientemente una nueva sede del
Instituto Cervantes de Nueva York; potenciando así,
que el Instituto Cervantes sea una institución viva
que promocione nuestros valores más sublimes frente
a tantos desatinos mundiales.

Víctor
Corcoba Herrero
– Escritor-