WALT
WHITMAN
Con
el reflujo del océano de la vida
Mientras recorro las playas que no conozco
mientras escucho la endecha
las voces de los hombres y mujeres náufragos
mientras aspiro las brisas impalpables
que me asedian
mientras el océano, tan misterioso
se aproxima a mi cada vez más
yo no soy sino un insignificante madero
abandonado por la resaca
un puñado de arena y hojas muertas
y me confundo con las arenas y con los restos
del naufragio.
Oh! desconcertado, frustrado,
humillado hasta el polvo
oprimido por el peso de mi mismo
pues me he atrevido a abrir la boca
sabiendo ya que en medio de esa verbosidad cuyos ecos oigo
jamás he sospechado qué o quién soy
a no ser que, ante todos mis arrogantes poemas
mi yo real esté de pie, impasible, ileso, no revelado
señero, apartado, escarneciéndome con señas
y reverencias burlonamente amables
con carcajadas irónicas a cada una de las palabras
que he escrito
indicando en silencio estos cantos y, luego, la arena en que
asiento mis pies.
Ahora sé que nada he comprendido,
ni el objeto más pequeño
y qué ningún hombre puede comprenderlo.
La naturaleza está aquí a la vista del mar
aprovechándose de mí para golpearme y para herirme
porqué me he atrevido a abrir la boca para cantar.
Bajad, aguas del océano de la vida
(ya volveréis en la pleamar)
no ceses en tus gemidos, vieja madre cruel
llora sin término por tus hijos abandonados
pero no temas no me niegues
no susurres con voz tan ronca y colérica contra mí
cuando te toco o me aparto de ti.
Os amo tiernamente a ti y a todos
hago provisión para mí y para esta sombra
que nos mira
y nos sigue a mí y a lo que me pertenece.
Yo y lo mío, hileras de hierba, pequeños cadáveres
espuma blanca como la nieve, burbujas.
Ved como de mis labios muertos mana el fango al fin
ved cómo los colores del prisma relucen y se agitan
manojos de paja, arenas, fragmentos
puestos a flote por muchos humores contradictorios
por la tempestad, la calma, las tinieblas
las olas embravecidas, pensativos, un hálito, una lágrima
salobre
una salpicadura de agua o fango
arrojados igualmente desde las fermentaciones insondables
del abismo
uno o dos capullos marchitos, desgarrados igualmente
flotando sobre las olas a la deriva
igualmente para nosotros aquella endecha sollozante de la
Naturaleza
nos acompaña el clangor de las trompetas
y las nubes
nosotros, caprichosos, traídos acá no
sabemos de dónde
tendidos ante ti, tú allá arriba,
caminas o te sientas
quienquiera que seas, también nosotros
yacemos náufragos a tus pies.