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Sonetos del XXI al XXX
Shakespeare, Whilliam

WILLIAM
SHAKESPEARE

SONETOS

XXI

No
me sucede lo que a aquel poeta
que versifica a una beldad pintada,
y al cielo mismo emplea como adorno,
midiendo cuánto es bello con su bella;
y en henchidas imágenes la acopla
al sol, la luna y a las gemas ricas
y a las flores de abril y a las rarezas
que el aire envuelve en este globo vasto.

Sincero
amante, la verdad escribo.
Mi amor es tan gentil, podéis creerme,
como cualquier hijo de madre, y brilla
menos que las candelas celestiales.

Dejad
que digan más los habladores;
yo no quiero ensalzar lo que no vendo.

XXII

No
creeré en mi vejez, ante el espejo,
mientras la juventud tu edad comparta;
sólo cuando los surcos te señalen
pensaré que la muerte se aproxima.
Si toda la hermosura que te cubre
es el ropaje de mi corazón,
que vive en ti, como en mí vive el tuyo,
¿cómo puedo ser yo mayor que tú?

Por
eso, amor, contigo sé prudente,
como soy yo por ti, no por mi mismo;
tu corazón tendré con el cuidado
de la nodriza que al pequeño ampara.

No
te ufanes del tuyo, si me hieres,
pues me lo diste para no volverlo.

XXIII

Como
actor vacilante en el proscenio
que temeroso su papel confunde,
o como el poseído por la ira
que desfallece por su propio exceso,
así yo, desconfiando de mí mismo,
callo en la ceremonia enamorada,
y se diría que mi amor decae
cuando lo agobia la amorosa fuerza.

Deja
que la elocuencia de mis libros,
sin voz, transmita el habla de mi pecho
que pide amor y busca recompensa,
más que otra lengua de expresivo alcance.

Del
mudo amor aprende a leer lo escrito,
que oír con ojos es amante astucia.

XXIV

Pintores
son mis ojos: te fijaron
sobre la tabla de mi corazón,
y mi cuerpo es el marco que sostiene
la perspectiva de la obra insigne.
A través del pintor hay que mirar
para encontrar tu imagen verdadera,
colgada en el taller que hay en mi pecho
al que brindan ventanas sus dos ojos.

Y
observa de los ojos el servicio:
los míos diseñaron tu figura,
los tuyos son ventanas de mi pecho
por las que atisba el sol, feliz de verte.

Mas
algo falta al arte de los ojos:
dibujan lo que ven y al alma ignoran.

XXV

Que
los favorecidos por los astros
de honores y de títulos se ufanen;
yo, que la suerte priva de esos triunfos,
hallo mi dicha en lo que más venero.
Los favoritos de los grandes príncipes
abren al sol sus hojas cual caléndulas,
y su orgullo sepultan en sí mismos
pues los abate un ceño que se frunce.

El
célebre guerrero laborioso,
derrocado una vez tras mil victorias,
es del libro de honores suprimido
y de su gesta lo demás se olvida.

Feliz
de mí, que amando soy amado,
y ni cambiar ni ser cambiado puedo.

XXVI

Señor
del amor mío, cuyo mérito
obliga mi homenaje de vasallo,
te envío esta embajada manuscrita,
mi devoción probando y no mi ingenio.
Grande es mi devoción: mi pobre espíritu
la muestra sin ropaje de vocablos
y espera, aunque desnuda, que en tu alma
le dé tu comprensión sutil albergue;

hasta
que el astro que mi andanza guía
me señale con brillo favorable,
y al ornar mis andrajos amorosos
haga que yo merezca que me mires.

Así
podré exhibir mi amor ufano,
pero hasta entonces rehuiré la prueba.

XXVII

Extenuado,
hacia cl lecho me apresuro
a calmar mis fatigas de viajero,
pero empieza en mi ánimo otro viaje,
cuando acaban del cuerpo las faenas.
Porque mis pensamientos, alejándose
en tu busca, celosos peregrinos,
de mis párpados abren el agobio
a la tiniebla que los ciegos miran.

Sólo
que mi visión imaginaria
trae tu sombra hasta mis ojos ciegos,
como un joyel que cuelga de la noche
y el rostro oscuro le rejuvenece.

Así,
por ti y por mí, nunca reposan
de día el cuerpo y a la noche el alma.

XXIX

Cuando
hombres y Fortuna me abandonan,
lloro en la soledad de mi destierro,
y al cielo sordo con mis quejas canso
y maldigo al mirar mi desventura,
soñando ser más rico de esperanza,
bello como éste, como aquél rodeado,
deseando el arte de uno, el poder de otro,
insatisfecho con lo que me queda;

a
pesar de que casi me desprecio,
pienso en ti y soy feliz y mi alma entonces,
como al amanecer la alondra, se alza
de la tierra sombría y canta al cielo:

pues
recordar tu amor es cal fortuna
que no cambio mi estado con los reyes.

XXX

Cuando
en sesiones dulces y calladas
hago comparecer a los recuerdos,
suspiro por lo mucho que he deseado
y lloro el bello tiempo que he perdido,
la aridez de los ojos se me inunda
por los que envuelve la infinita noche
y renuevo el plañir de amores muertos
y gimo por imágenes borradas.

Así,
afligido por remotas penas,
puedo de mis dolores ya sufridos
la cuenta rehacer, uno por uno,
y volver a pagar lo ya pagado.

Pero
si entonces pienso en ti, mis pérdidas
se compensan, y cede mi amargura.