ALGO
MÁS QUE PALABRAS
UNA SOCIEDAD DE DEPRIMIDOS
A poco que naveguemos por la atmósfera de la vida,
nos daremos cuenta que aún teniendo más medios
para existir, nos falta saber habitar en la alegría
de vivir. La depresión, es la enfermedad del siglo
actual. Para estas nuevas situaciones, necesitamos a marineros
que nos reanimen, que nos hagan ver que el océano de
la vida es una ola de muertes, pero también de resurrecciones.
Calderón de la Barca ya nos lo advirtió que
“la mayor victoria es vencerse a sí mismo”.
Somos frágiles, lo sabemos; pero, caer en el desaliento
es como suicidarse a corazón abierto, romper el canal
de la existencia y ofuscarse en la aflicción, cerrando
las ventanas del alma a la contemplación de los jardines
del universo. Se necesitan inventores de hospitales que aviven
la vida. Porque el arte de vivir es el arte de evitar las
penas, de aprender a sobrellevarlas.
Hace
falta una nueva cultura en favor de la vida, una estela difícil
de cobijarla sin una acertada brújula que nos oriente
al amor. Para ello, necesitamos invertir en humanidad. Es
cierto, que no hay dinero capaz de pagar esa donación
que todos precisamos en algún momento, pero más
doloroso es que comencemos a saber vivir cuando fenecemos.
Unos versos de José María Pemán, nos
auxilian en el tormento de la tristeza. Descubrir las pequeñas
cosas nos engrandecen: “Todo el arte de vivir/ con paz
y resignación/ está en saber alegrarse/ con
cada rayo de sol”. A veces nos tragamos demasiados dolores
a solas, sin compartir nada, resultando difícil ver
la luz por si mismo. Olvidamos que un acto de amor vale más
que grandiosas empresas. Nos otorga una alegría tan
vivificante al corazón como de salvavidas a la vida.
Padecemos un empobrecimiento cultural grande. Nada nos satisface.
Porque lo que buscamos que nos complazca, es puro materialismo.
La vida no es valorada en el amor, avanzando así hacia
una civilización depresiva. Esto nos conduce a cuerpos
en venta, hacia una degradación del sexo que se muestra
en las olas de confusión moral, infidelidad y la violencia
de pornografía. El planeta mismo no es estimado como
razón de vida. Consecuencia de ello, las tinieblas
del egoísmo destructivo en mal uso y explotación
del medio ambiente, nos imprimen también su aire depresivo.
Se puede vivir de muchos modos, pero hay modos que no dejan
vivir, y eso hay que atajarlo antes de que sea tarde. Anoche
mismo, servidor fue víctima de escandalosos “litroneros”
que no me dejaron pegar ojo en toda la noche, ni tampoco practicar
el corazón en soledad y silencio. ¡Muera la juerga
absurda de bañarse en el alcohol! ¡Cuánta
depresión se percibe en estos jóvenes que sólo
saben levantar la botella y escandalizar!
Todo
lo que se opone a la vida, nos deprime. La vida es para vivirla
y para saber beberla. Nos abaten los homicidios de cualquier
género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el
mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad
de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas
corporales y mentales, incluso los intentos de coacción
psicológica; todo lo que ofende a la dignidad humana,
como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos
arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución,
la trata de blancas y de jóvenes; también las
condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros
son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas
libres y responsables; todas estas cosas y otras semejantes
son ciertamente oprobios que, al corromper la civilización
humana, deshonran más a quienes los practican que a
quienes padecen la injusticia. Este alarmante panorama (televisado
a veces con caudalosa morbosidad) que actualmente soportamos,
nos puede agrandar el corazón de piedra, pero al final
el pedrusco nos cae en nosotros mismos y nos amortaja también
la existencia. Las estadísticas nos hablan de incrementos
tanto en violaciones como en violencias. Los sucesos más
macabros dejan de ser noticia, porque lo noticiable, es que
no haya sucesos. ¡Qué poco vale la vida humana
para algunos!. Claro, esto deprime un montón. En la
selva nadie está a salvo.
La
vida, desde luego, es una tarea a desarrollar en la que cada
cual ha de implicarse y aplicarse. Nada de hundimientos. Lo
mejor para huir del sentimiento persistente de inutilidad,
de la pérdida de interés y de la falta de esperanza
en el futuro, es la entrega al prójimo. Gran alimento
es ayudar a vivir. La mejor de las psicologías y de
los programas. La fuerza del corazón todo lo puede,
la que germina del amor, sin contaminantes, en estado puro,
para que purifique. Así cultivados, creceremos por
dentro, en el optimismo, en la cultura del hacer, como vociferó
Miguel Ruiz del Castillo, con su eterna y tierna estrofa:
“Hacer las cosas por las cosas/ sin esperar la recompensa,
/ que nunca las rosas/ reclaman su perfume”. Porque
la vida, sólo la viven, aquellos que la donan. Sólo
hay que ver la cara de alegría de Juan Pablo II, a
pesar de los dolores que soporta.
Víctor Corcoba Herrero
– Escritor-