CREÍ QUE TE HABÍAS MUERTO…
Ana Rossetti
Creí que te habías muerto,
corazón mío, en Junio.
Creí que, definitivamente,
te habías muerto: sí, lo creí.
Que, después de haber esparcido
el revoloteo púrpura
de tu desesperación,
como una alondra caíste en el
alféizar; que te extinguiste como el fulgor atemorizado de un espectro;
que como una cuerda tensa te rompiste,
con un chasquido seco y terminante.
Creí que, acorralado por tus desvaríos,
traicionado por los todavías, alcanzado por las evidencias, exhausto,
abatido, habías sido derribado al fin.
Y contigo, se desvanecieron los engarces entre
sentimientos, imágenes, suposiciones y pruebas.
Se me fueron abriendo las costuras de la memoria: ya me estaba acostumbrando a vivir sin ti.
Pero tus fragmentos estallados se han ido
buscando, encontrando, cohesionándose como gotas de mercurio, sin cicatriz ni señal.
Y ahí estás, otra vez inocente, sin acusar enmienda ni escarmiento, guiando, dirigiendo,
adentrando en ti el
peligro, como si fueras invulnerable o sabio,
como si, recién nacido apenas,
ya fueras capaz de distinguir, en
el mellado filo del clavel,
la espada