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La despedida
Espronceda, Jose De

LA
DESPEDIDA

Magnífico Morvén, se alza tu frente
de sempiterna nieve coronada;

al
hondo valle bramador torrente

de
tu cumbre enriscada

se
derrumba con ímpetu sonante,

y
zumba allá distante,

la
lira de Osián resonó un día

en
tu breñosa cumbre:

tierna
melancolía

vertió
en la soledad, y repetiste

su
acento dolor lánguido y dulce,

como
el recuerdo del amante triste

de
su amada en la tumba.

El
eco de su voz clamando guerra

al
rumor del torrente parecía,

que
en silencio retumba.

Aun
figuro tal vez que las montañas

de
nuevo esperan resonar su acento,

cual
muda la ribera

de
las olas que tornan,

el
ronco estruendo y el embate espera.

¿Dónde
estás, Osián? ¿En los palacios

de
las nubes agitas la tormenta,

o
en el collado gira allá en la noche

vagarosa
tu sombra macilenta?

Siento
tierno quejido,

y
oigo el nombre de Oscar y de Malvina

del
aura entre el rüido,

si
el alta copa del ciprés inclina;

y
al resonar el hijo de la roca,

cuando
su voz se pierde

cual
la luz de la luna entre la niebla,

mi
mente se figura

que
escucho tus acentos de dulzura.

Miro
el alcázar de Fingal cubierto

de
innoble musgo y hierba

y
en silencio profundo sepultado

como
la noche el mar, el viento en calma.

¿Dó
las armas están? ¿Dónde el sonido

del
escudo batido?

¿Dó
de Carril la lira delicada,

las
fiestas de las conchas y tu llanto,

Moina
desconsolada?

Blando
el eco repite

segunda
vez el nombre de Malvina

y
el de su dulce Oscar; tiernos se amaron,

gime
en su losa de la noche el viento,

y
repite sus nombres que pasaron.

Oscar
de negros ojos, en las paces

dulce
su corazón como los rayos

del
astro bello precursor del día,

y
fiero en la batalla de la lanza,

a
la suya seguía

la
muerte que vibraba su pujanza.

Llamó
al héroe la guerra

que
el tirano Cairvar fiero traía,

y
su Malvina hermosa

tierno
llanto vertiendo le decía:

«¿Dónde
marchas, Oscar? Sobre las rocas

donde
braman los vientos,

me
mirarán llorar mis compañeras ¡

no
más fatigaré vibrando el arco

por
el monte las fieras,

ni
a ti cansado de la ardiente caza

te
esperaré cuidosa,

ni
oiré ya más la voz de tus amores,

ni
mi alma estará nunca gozosa.

¿En
dónde está mi Oscar? a los guerreros

preguntaré
anhelante,

y
ellos pasando junto a mí ligeros

responderán:
«¡Murió!» Dice y expira

en
sollozos su acento más süave

que
del arpa el sonido,

al
vislumbrar la luna

en
solitario bosque y escondido.

«Destierra
ese temor, Malvina mía,

Oscar
responde con fingido aliento.

Muchos
los héroes son que Fingal manda;

caiga
el fiero Cairvar y yo perezca,

si
es forzoso también; mas tú, Malvina,

bella
como la edad de la inocencia,

vive
que ya destina

himnos
el bardo a eternizar mi gloria.

Mis
hazañas oirás y entre las nubes

yo
sonreiré feliz; y vagaroso

allá
en la noche fría

bajaré
a tu mansión, verás mi sombra

al
triste rayo de la luna umbría».

Y
dice y se desprende de los brazos

de
su infeliz Malvina;

a
pasos rapidísimos avanza,

y
a la llama oscilante

de
las hogueras del extenso campo

brillar
se ven sus armas cual radiante,

rápida
exhalación. Yace en silencio

el
campamento todo,

y
sólo al eco repetir se siente

el
crujir al andar de su armadura

y
el blando susurrar del manso ambiente.

Cual
por nubes la luna silenciosa

su
luz quebrada envía

trémula
sobre el mar que la retrata,

que
ora se ve brillar, ora perdida

pardo
vellón de nube la arrebata,

cielo
y tierra en tinieblas sepultando,

así
a veces Oscar brilla y se pierde,

la
selva atravesando.