ALGO
MÁS QUE PALABRAS
ATRAPADOS POR LAS MODAS
Hay modas que nos hacen libres y otras que nos esclavizan.
Ya lo decía mi abuela, siempre deseosa de adquirir
conocimientos buceando por la historia de las ideas, que las
modas, como los modos de vivir, son saludables si nos hacen
crecer por dentro. Sobre todo en belleza interior, la que
nunca pasa de moda. Esta si que no es pasajera. Es eterna
como los eternos poemas de la existencia. Otras modas, sin
embargo, nos mondan a su manera. Nos hacen perder hasta nuestra
identidad. Y ahí está lo bochornoso.
Las
modas no se pueden despojar de la vida. Van con nosotros.
Son como nuestra sombra. La clave está en conducirlas
nosotros, antes de que ellas nos conduzcan y nos conviertan
en marionetas. No podemos vivir entre las rejas de la alta
costura, de las joyas o de los turismos de lujo. Tampoco debemos
dejarnos atrapar por una forma de hablar o inclusive de pensar.
No siempre las mayorías tienen razón, ya lo
sabe. Por eso, me reafirmo en decir que, los que tenemos que
imponer la moda, somos cada uno de nosotros. Si no tenemos
un estilo propio, la singularidad de ser y de saber estar
por encima de modismos, perderemos libertad, autenticidad
y lucidez. Actuaremos como verdaderos borregos. A veces hay
que plantarles cara a los carotas, a los que nos quieren romper
el alma, convirtiéndonos en simples caricaturas de
lo que los demás dicen o hacen. Olvidamos que, cada
cual, es irrepetible. Debe serlo, pues.
Por
contra, hay modas que debiéramos poner de moda. La
del ser humano es una necesidad, en los tiempos que vivimos.
O sufrimos. Ya ni la siesta es lo que era. Las aireadas y
transmitidas vidas intimas de los famosos, no nos dejan pegar
ojo. Nos puede la moda del cotilleo. Somos unos cotillas.
Vamos de escándalo en escándalo. O de oca en
oca y tiro porque me toca. Tras los romances de odio que nos
regalan todas las cadenas televisivas, la guinda de sucesos
no se queda atrás. Todo es posible. Que un adolescente
viole a un niño. Que un marido mate a su cónyuge.
O que un político meta la mano en los caudales públicos.
Es el romance de moda. La nueva siesta que nos asiste con
sus pendones y pandillas.
Tras
el rastro televisivo, todo huele a sangre. Hasta el aire ya
no es el aire con el que soñé ser el poeta del
amor. Por todo lo anterior, pongo a punto la palabra. Aunque
algún lector piense que soy un bicho raro. Por desgracia,
nada es historia novelada. De ahí, que a golpe de pecho,
lance un SOS a los que habitamos la tierra, ante tantas necesidades.
Precisamos desterrar la moda del terrorismo, los suicidios
colectivos, los falsos profetas, las más aberrantes
perversiones, algunas televisadas sin escrúpulos. Si
tuviésemos más humanidad, seguramente rescataríamos
a esos jóvenes atrapados por las drogas, el alcohol
y el vicio. No se pueden emitir, y máxime a cualquier
hora, prácticas ocultas, brujería y satanismo,
diluvios de violencia y prácticas terroríficas.
Al final, habrá gente, que para estar de moda y conseguir
dinero fácil, hará de lo imposible, lo posible;
hasta el punto de asesinar por gusto y diversión.
Dicho
lo anterior, se me ocurre, que en vez de tantos orgullos sin
sentido, convendría poner de moda otros estilos de
vida, menos consumistas y más de servicio a los que
piden nuestro auxilio. No hace falta vociferar salidas de
armario. Ni tantos gritos de poder. Ni tantas listezas. Hemos
de apostar a corazón abierto, por exiliar la mediocridad
imperante. De nada sirve un país de titulados superiores,
si en urbanidad y en corazón, se es un burro. Con permiso
de los animales, que a veces dan lecciones a los humanos.
Hemos perdido el rumbo. Sobre todo, desde que hemos dejado
de apoyar, de verdad, a la familia, como condición
de vida estable.
En
los últimos tiempos, el contagioso cáncer del
divorcio, que destroza la familia, se ha puesto de moda para
más INRI. Estar separado, parece como si diera un signo
de distinción, como antaño lo era fumar en pipa,
rubio americano o puros de Cuba, cuando debiera ser todo lo
contrario, un total fracaso, con el consabido efecto paradójico
para los descendientes. Sobre todo en afectos. Sumado a esa
separación, hemos de añadir el gran apego, revivido
desde que nos sentimos europeos sin raíces, al dinero
y a los bienes materiales. Todo se compra y se vende a cualquier
precio. La copla de Quevedo se ha quedado ya corta. Más
que poderoso caballero lo de don dinero, es omnipotente e
irresistible don señorito, que todo lo ensaña,
con sus encantos. Se es por lo que se tiene. ¿Quién
lo diría?
Realmente,
la mentira es lo que está de moda. Y, para más
penitencia, no pasa de moda. Así la verdad no espiga.
Vivimos una grave crisis de verdad. No les interesa a las
grandes multinacionales, ni a los poderosos. De ahí,
que cada día cuesta más ser persona humana.
Eso no vende. Ni mola. Porque, entre otras cosas, el humanista
no se deja comprar. La verdad exige casarse nada más
que con la verdad. Lo importante es ponernos al servicio de
los demás. Donarnos. Nunca vendernos a la mentira.
Ante tanto diluvio de falsedades y embustes, propongo abrir
todas las urgencias para la sanación de la verdad.
Luego, ponerla de moda en los pocos silencios que tengamos
para nosotros mismos ahora que estamos en vacaciones. Permanecer
y obrar en la verdad, es el mejor riego para la vida. De lo
contrario, con las modas de la farsa, asistiremos a la perplejidad
de un ser que a menudo ya no sabe quién es, de dónde
viene, ni adónde va. Todo un figurín en venta.
¿Por cuánto se vende?. Contéstese asimismo
y acúseme recibo al Parnaso, mi lugar de vacaciones.
Víctor
Corcoba Herrero
– Escritor –