La tierra
Autor: Milton Álvarez
No es que el paisaje sea triste,
es que la nube de frailejones calla
y observa impasible el vuelo señorial
del viento, del cóndor,
del cóndor como viento.
Es que el paisaje es profundo y amplio
profundo hacia la bóveda azul
donde el Chiles y el Cumbal
besan con sus picos albinos
su vientre inmenso e intenso;
amplio como el frío
que cala hasta los huesos
y mantiene despierta el alma.
Triste ni siquiera el Boliche
que con su imagen monasteríl
es una atalaya que alegra el alma,
cuando nos avisa que las luces
del Tulcán querido están prontas,
aunque sí nos inicia en la nostalgia,
cuando dejamos atrás el pueblo amado,
y algo muy frío recorre nuestra espalda.
Es que el paisaje es único,
es que el paisaje es nuestro,
y es que comulgando con sus faldas
nosotros somos el paisaje;
hemos abrasado desde antes de la luz
el precioso óleo serrano que creció
y se agigantó ante nuestros ojos y
que vibrante habita en nuestra alma.
Es que el paisaje es eterno,
sus contornos cimbreantes aprisionan
la escultura de un horizonte sin igual,
el agua brota cantarina por doquier
enjugando el vientre de sus tierras,
jugueteando entre y desde sus montañas,
abriendo surcos para la vida, para el espíritu
para la memoria de la infancia, de la juventud,
para la memoria de la existencia.
Tierra milenaria, paisaje bendito
enraizada en lo más profundo del ser
de quienes nacimos en tu seno y abrigo,
de todos quienes te conocen y crecieron
anidando sueños, multiplicando ilusiones,
abrazando tus noches y la inspiración,
amando tu vientre y el trabajo creador
de las manos y el sudor colectivos.
Es que ésta es mi tierra, es mi paisaje,
somos tú y yo, los nuestros,
es la comunión de barro, fuego y soplo divino,
es el crisol del encanto, de nuevos vuelos,
centinela del coraje y la creatividad,
cuna de la verdad y los nuevos retos,
remanso apacible a donde llega
el bruñido lucero a descansar.