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Epitafio burdesco
Forner, Juan Pablo

EPITAFIO
BURLESCO

Esta breve pizarra en hoyo poco

albo esqueleto encierra,

no
de varón que armado de diamante

en
mortífera guerra

apresuró
el imperio de la muerte

del
Tajo al Orinoco,

porque
supo matar, nombre triunfante

del
tiempo y del olvido.

Ni
yace aquí, a basura reducido,

el
encanto de amor, la rosa, el oro

que
en lascivo cabello

almas
aprisionó con lazo fuerte,

y
a quien rindieron el cautivo cuello,

por
antojo de fácil hermosura,

la
verdad y justicia,

avasallando
su ínclito decoro

de
una ramera al imperioso ceño.

Ni
aquí la sombra obscura

ennegrece
los huesos formidables

de
un animado lodo,

para
cuya codicia,

según
ansiaba su insaciable dueño,

se
creó el universo todo, todo,

y
quiso Dios que fuesen miserables

los
animales que se llaman hombres.

Ni
sella (no te asombres)

esta
losa a un devoto, que cantando

himnos
al Hacedor en compungido

tono
y clamor doliente,

pálido,
cabizbajo y penitente

dejaba
el templo, y sus dineros sacros

derramaba
en profanos simulacros,

mientra
el mendigo mísero y transido

recibía
a sus puertas,

a
la ambición y al aparato abiertas,

vil
ochavillo o tísica piltrafa;

en
fin, no aquí la estafa

yace
disuelta en polvo y podredumbre,

ni
la ambición impía,

congoja
y pesadumbre

la
linajuda vanidad de un necio

que
en la ajena virtud puso su precio,

y
siendo abominable

de
todo vicio escandalosa presa,

se
juzgó ente sublime y adorable

porque
serie de vulvas conocidas

al
mundo le arrojaron;

no
locos devaneos que llenaron

las
regiones del orbe divididas

de
terror con el oro o con el hierro.

Aquí
descansa, oh caminante, un perro

de
quien jamás el mundo tuvo quejas.

Defendió
de los lobos las ovejas

con
robusto vigor y ágiles zancas.

Sus
dientes y carlancas

fueron
defensa al tímido rebaño,

y
atronando los vagos horizontes

con
fiel ladrido en las nocturnas horas,

ahuyentó
de los montes

las
bestias carniceras,

y
los hombres, más fieros que las fieras.

Hizo
bien a su grey, a nadie daño

con
intento maligno.

Agradeció
leal parco sustento,

y
vigilante, a su deber atento,

no
a ambición, no a interés, no a gloria vana,

no
a delicia liviana

le
ajustó, mas a sola la obediencia

de
obrar cual le dictó la Providencia.

Bien
tan gran perro de epitafio es digno;

y
si no lo confiesas, caminante,

búscale
entre los héroes semejante.

JUAN
PABLO FORNER