EPITAFIO
BURLESCO
Esta breve pizarra en hoyo poco
albo esqueleto encierra,
no
de varón que armado de diamante
en
mortífera guerra
apresuró
el imperio de la muerte
del
Tajo al Orinoco,
porque
supo matar, nombre triunfante
del
tiempo y del olvido.
Ni
yace aquí, a basura reducido,
el
encanto de amor, la rosa, el oro
que
en lascivo cabello
almas
aprisionó con lazo fuerte,
y
a quien rindieron el cautivo cuello,
por
antojo de fácil hermosura,
la
verdad y justicia,
avasallando
su ínclito decoro
de
una ramera al imperioso ceño.
Ni
aquí la sombra obscura
ennegrece
los huesos formidables
de
un animado lodo,
para
cuya codicia,
según
ansiaba su insaciable dueño,
se
creó el universo todo, todo,
y
quiso Dios que fuesen miserables
los
animales que se llaman hombres.
Ni
sella (no te asombres)
esta
losa a un devoto, que cantando
himnos
al Hacedor en compungido
tono
y clamor doliente,
pálido,
cabizbajo y penitente
dejaba
el templo, y sus dineros sacros
derramaba
en profanos simulacros,
mientra
el mendigo mísero y transido
recibía
a sus puertas,
a
la ambición y al aparato abiertas,
vil
ochavillo o tísica piltrafa;
en
fin, no aquí la estafa
yace
disuelta en polvo y podredumbre,
ni
la ambición impía,
congoja
y pesadumbre
la
linajuda vanidad de un necio
que
en la ajena virtud puso su precio,
y
siendo abominable
de
todo vicio escandalosa presa,
se
juzgó ente sublime y adorable
porque
serie de vulvas conocidas
al
mundo le arrojaron;
no
locos devaneos que llenaron
las
regiones del orbe divididas
de
terror con el oro o con el hierro.
Aquí
descansa, oh caminante, un perro
de
quien jamás el mundo tuvo quejas.
Defendió
de los lobos las ovejas
con
robusto vigor y ágiles zancas.
Sus
dientes y carlancas
fueron
defensa al tímido rebaño,
y
atronando los vagos horizontes
con
fiel ladrido en las nocturnas horas,
ahuyentó
de los montes
las
bestias carniceras,
y
los hombres, más fieros que las fieras.
Hizo
bien a su grey, a nadie daño
con
intento maligno.
Agradeció
leal parco sustento,
y
vigilante, a su deber atento,
no
a ambición, no a interés, no a gloria vana,
no
a delicia liviana
le
ajustó, mas a sola la obediencia
de
obrar cual le dictó la Providencia.
Bien
tan gran perro de epitafio es digno;
y
si no lo confiesas, caminante,
búscale
entre los héroes semejante.
JUAN
PABLO FORNER