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Por un duende que ha venido
Ascasubi, Hilario

POR
UN DUENDE QUE HA VENIDO

SEGUNDA
PARTE

Por
un duende que ha venido
y que estuvo en lo de Rosas,
ésta y otras muchas cosas
diz que Anastasio ha sabido;

Porque
me escribe el Chileno,
con respeuto a la Isidora,
de que tuvo la señora
un viaje pronto y muy güeno;

Pues
la tarde del embarque
alzó moño la Palmar,
y a Güenos Aires fue a dar
con la Arroyera y su charque.

Y
con viento rigular
amaneció la Boleta,
frente de la Recoleta
aonde empezó a sujetar.

Por
supuesto, en la cruzada,
la muchacha se almareó,
y cuasi, cuasi largó
la panza y la riñonada.

Pero
le dieron giniebra
que cura la indigestión;
y diz que sopló el porrón,
y se lo limpió de una hebra.

Luego
le ofrecieron té;
pero ella dijo: -No quiero
ningún remedio extranjero,
como no sea el culé…
O mate de manzanilla
junto con flor de mosqueta,
que cuando estoy indigesta
¡me asienta a la maravilla!

Quién
sabe al fin si tomó
a bordo esa medicina;
pero luego en la cocina
de golpe se amejoró:

Comiéndose
allí una tripa
que le brindó el cocinero,
con más de medio carnero
y de galleta una tipa.

Últimamente
llegaron
hasta dentro con el barco,
y en lo más hondo del charco
a soga larga lo ataron.

Y
al echar un bote al río
le dijeron a Isidora:
Venga a embarcarse, señora,
con su petaca y su avío.

Mesmamente
la embarcaron
en la culata del bote,
y más ligero que al trote
hasta la orilla llegaron.

De
allí la montó a babucha
un marinero fornido,
que llegó a tierra rendido
y soltó a la camilucha:

Cuando
llegó un adecán
flauchoncito y muy viejazo,
que al soltarle ella un abrazo,
le dijo: ¡Che, Corbalán!

¿Cómo
estás? ¿Y Juan Manuel?
¿siempre con salú? contáme,
o más bien acompañáme,
voy a platicar con él.

¡Isidora
de mi vida!
díjole el viejo moquiando;
¡pues no! vamos disparando
y que sea bien venida.

Y
ya también la sacó
de bracete acollarada;
que salió medio trabada
desde el punto en que partió.

¡Qué
de noticias traerás
-le dijo- de esos parajes!
Y ¿se aguantan los salvajes
Rivera y el manco Paz?

Nada
te puedo contar
ahora, dijo la Arroyera,
pues se me anda la vedera
y ya me voy por echar.

Apuráte
por favor:
vamos ligero, viejito,
y lleguemos, hermanito,
a lo del Restaurador.

Llegó
la yunta, y adentro,
en la puerta de la sala
ya tuvo la federala
su primer feliz encuentro.

Pues
salió la Manuelita,
y en cuanto la divisó;
luego vino y se abrazó
de firme con su amiguita,

Queriéndola
comer
con los besos que le dio,
hasta que le preguntó:
-¿De dónde salís, mujer?

¡Mirá
que sos una ingrata!
pues ni de mí te acordás
queriéndote mucho más
que lo que me quiere tata.

-Salí,
porteña pintora,
federala zalamera;
que si yo no te quisiera,
velay, ¡dijo la Isidora!…

No
te trujera esta lonja
que le he sacao a un francés,
para vos, ahi la tenés:
esto es querer, no lisonja.

Ansí
es que me acuerdo yo,
tomá, y dejáte de quejas;
juntalá con las orejas
que Oribe te regaló.

-Ya
no las tengo, hermanita,
le respondió la pichona
pues como eran cosa mona
se las regalé a tatita.

Ahora
mesmo las verás
en su cuarto, adonde tiene
todo lo que lo entretiene:
vení, mujer, te reirás.

Entonces
se despidió
Corbalán de Isidorita:
que a un tirón de Manuelita
para el cuarto cabrestió.

Se
colaron, ¡Virgen Santa!
en ese cuarto que espanta
de pensar que vive en él
el tirano Juan Manuel,
restaurador de las leyes,
entre jeringas y fuelles,
puñales, vergas, limetas,
armas, serruchos, gacetas,
bolas, lazos maniadores
y otra porción de primores;
pues lo primero que vió
Isidora en cuanto entró,
fue un cartel,
con grandes letras sobre él,
y una manea colgada
de una lonja bien granada:
y el letrero
decía así: «¡Esta es del cuero
del traidor Berón de Astrada!
lonja que le fue sacada
por unitario salvaje,
en el paraje
del Pago Largo afamado,
donde fue descuartizado!»

-Con
razón:
por malvao y salvajón,
dijo la recién venida.
Y en seguida,
miró encima de una mesa,
y entre un nicho, una cabeza
cortada,
y con la lengua apretada
mordida,
y la vista ennegrecida
y con rastros de llorosa.

Al
pie tenía una losa
escrita, y decía así:
» Zelarrayán
Los salvajes temblarán
cuando se acuerden de ti».

¿Pues
no?
la Arroyera dijo: y vio
ahi nomás, en seguidita,
colgada en una estaquita
una cola o cabellera:
y al preguntar de quién era
pudo ver sobre un papel
esta letra: «¡De Marciel!
Esta es la barba y bigote,
que con lonja del cogote
le manda al Restaurador:
Oribe, su servidor».


¡Qué bonito,
dijo Isidora, el versito!
Y agarró
un puñal, que reparó
en diez o doce que había,
que sobre el cabo tenía
en la chapa este letrero:

«Yo
soy el verdadero
recuerdo en homenaje
del infame salvaje
Manuel Vicente Maza.

Si
salgo de esta casa,
¡tiemble algún Presidente
que no sea obediente,
y, altanero se oponga,
cuando Rosas disponga!».

-¡Qué
receta para Oribe,
dijo Isidora, que vive
sirviéndole a Juan Manuel,
y queriendo hacer papel
de Presidente legal,
cuando en la Banda Oriental
tan sólo el restaurador
debe ser amo y señor,
aunque el diablo se sacuda
las orejas!… ¡Ah, mujer!
hacéme al momento ver
las de Borda: ¿dónde están?
¿Qué sequitas no estarán?

Entonces
la Manuelita
las sacó de una cajita,
y cuando se las mostró,
la gaucha las escupió,
y pensó hacer otras cosas:
pero en esto dentró Rosas
en camisa y calzoncillos
golpiándose los tobillos,
con la cabeza amarrada,
una cara endemoniada,
y en la cintura una verga.

Tendió
en el suelo una jerga,
puso al lado una botella,
y se acostó cerca de ella
sin soltar una expresión…
y cuál fue la confusión
de Isidora y Manuelita
al sentir que su tatita
redepente dio un bramido
como tigre enfurecido,
y echando espuma se alzó,
y estas palabras soltó:
«¡En la Horqueta del Rosario!
¡Flores, salvaje unitario!
¡Núñez, salvaje traidor!…

Entonces
le dio un temblor,
y rechinando los dientes,
y con gestos diferentes:
«¡Asesina!» le gritó
a Isidora; y la mandó
degollar con sus soldaos,
que acudieron asustaos.

Cayó
entonces desmayada
la Arroyera, y arrastrada
fue por dos indios; y al rato
degollada como un pato.

Cuando
la iban a matar,
Manuela se echó a llorar
a los pies de Juan Manuel,
suplicándole, pero él
dijo: «¡Muera la ovejona!
pues, si no, sale y pregona,
que ya tengo convulsiones,
de ver que los salvajones,
se lo limpian a Alderete;
y después, que lo sujete
el demonio al Pardejón,
que viene, y en un cañón
de taco me hace meter,
y ahí nomás lo hace prender;
cosa que en cuanto reviente
¡a los infiernos me avente
donde con vergas y fuelles
vaya a restaurar las leyes!…

Luego
pidió una botella
de bebida, y se arrimó
a Isidora; la miró,
y de ahí se sentó sobre ella.

¡Fría
estaba y desangrada!
Pero Rosas, con todo eso,
se agachó, le pegó un beso,
y largó una carcajada.

Luego
acabó de beber
muy ufano, y se paró,
y a los indios les gritó:
«Saquen de aquí esta mujer;
llevenlá a la sepultura;
vamos, prontito, al instante,
y que venga y la levante
el carro de la basura».

Ansí
la triste Arroyera
un fin funesto ha tenido,
sin valerle el haber sido
federala y mazorquera.

HILARIO
ASCASUBI